Y
yo, allí. Tan cerca. ¡Eso es para locos!)
¡Y
ése miserable, estaba como si nada!
Me
daba la impresión de que estaba en su propio charco.
¡Tranquilito
y campante!
-
¿O sea que ahora es cuando nos falta? -
Le grité indignado.
-
No podía creer que ese indiecito insignificante y mediocre, me ganara en
audición. Pero lo que más me intrigaba era verlo y sentirlo.
Como
si nada le estuviera pasando.
¡Qué
bárbaro! – Hizo caso omiso a mí pregunta. - Y entonces.
Por
la descripción, asumí que apenas estábamos como a mitad de la montaña o sea que
teníamos que seguir cabalgando por unas cuantas horas más.
¡Nada!
Ok, continuamos. Al poco tiempo, Abraham me toca sorprendido, volteo con mi
rifle listo para caerle a tiros a lo que me tocaba y era él mismo.
¡Chamos
no me hagan esto! Eso es muy peligroso.
Pude
haberle soltado un tiro.
¡Hasta
pude matarlo!
¡Sin
querer, claro está!
-
¿Ves esos ojos? Allí, allí… - Señalaba
hacia un punto, el cual claramente no pude divisar, así que agudicé mis ojos y
chequee, pensando que era algo muy peligroso al acecho.
¡Les
soy sincero, me estaba haciendo en mis pantalones!
-
¡Es un venado! - Me dijo indignado el indiecito.
En ese instante, oigo que mis camaradas, empuñan cada uno sus rifles.
-
¡Cuidado! – Nos gritó el indiecito. -
No hemos venido por los venados. ¡Hemos venido a matar al miserable! Todos
quedamos con nuestra carabina al hombro y con el ojo puesto en nuestra
presa.
-
¡Cuidado! – Nos volvió a advertir Dago. Fueron segundos de una sensación de
desasosiego.
-
¡Tranquilos muchachones! - Les informé a
los camaradas.
-
¿Por qué? ¡Lo tengo en la mira! -
Sostuvo Abraham.
-
¡Yo me lo tiro! - Afirmó Nemesio.
-
¡No! - Intervino Dago fuertemente. –Sí
tira. El cuadrúpedo se espanta.
-
Quieto Nemesio. Quieto. – Le susurré lo más quedo posible. Debía reconocerlo,
Que tenía razón. ¿Imagínense?
Si
el melenudo escucha el tiro. Se nos huye…
¿Y
cuándo lo podremos agarrar?”
-
¿Y qué hizo Nemesio? - Inquirió Saulo.
-
“Maldijo al indio, al puma, al venado y a todo cuanto se le atravesaba.
Pero
no le quedó más remedio que bajar su rifle.
Juntos
contemplamos, varios pares de ojos. Parecían estar pendientes de nosotros. Cómo
poder saber. ¿Bestias o caza?”
-
Y qué eran esos ojos… - Pregunté
tímidamente.
-
“Una manada de venados. ¡Eso fue los que nos aseguró el guía!
¿Y
yo qué podía decir? ¡Absolutamente nada!
Estaban
pastando a escasos cincuenta metros. Nos miraban y cuando se percataron de
nuestra presencia, se espantaron.
Allí
nos quedamos embobados, tremenda cacería hubiese sido.
¡Pero
ni modo!
Fuimos
por los de la melena y debíamos regresar al menos con uno (¡Aunque sea con una
peluca! ¿Qué más podíamos hacer…?) Y si podíamos llevar unos venaditos, aparte,
claro ¡Bienvenidos!”
-
¿Y por qué no los ejecutaron?
-
“En primer lugar: ¿Nos convocaron para darle muerte a quién? ¿A quién?
Y
si después de esto, podíamos llevarnos todo lo que estuviese en nuestro camino.
¡Lo que cayera! Esa fue la orden
recibida antes de empezar.
El
caso es que en cuestión de segundos, producto de la huida de los venaditos, se
formó un jolgorio.
¡Qué
escándalo tan grande!
¡Qué
algarabía, qué baraúnda tan loca y frenética!
¡Hasta
yo mismo me quedé petrificado ante todo esto! ¿Se imaginan?
-
¿Y qué pasó? Unos monos aulladores, comenzaron con su escándalo. Una multitud de bullicio, de todo género. De
lo que se puedan imaginar.
Esperamos
por un buen rato.
Loros,
pericos, conejos; Monos de todos los tipos.
Hasta
los mudos gritaban y chillaban.
¡Ojalá
ése no los hubiera escuchado!”
-
Eso lo pensé yo. – Aseguró Solís a punto de un colapso nervioso.
-
¿Cómo que no? ¡Se escuchan a kilómetros! -
Informó Saulo.
El relator, volvió en su carga analítica. Cambiaba
de tono de voz, gesticulando para darle la
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