“¡A las montañas!”
Conrado se
encontraba hablando con su madre. Eran momentos en que ambos lo anhelaban. Eran
muy escasos, pero ellos se las arreglaban.
Ciertamente que
ahora en estos momentos no eran del todo fluidos tal como lo deseaban, pero
cuando lo lograban, no lo desaprovechaban.
Tenían muchas
cosas que contarse mutuamente. Por supuesto que si.
Doña Rufina
observaba a su hijo, y lo veía mucho mas demacrado.
Y así se lo
hizo ver.
- Te estoy
viendo mas flaco, ¿acaso no estás comiendo? -
Pero él le
respondió con un gruñido, alzando y bajando sus amplios hombros.
Era su señal,
de que “No pasa nada” y “todo bien ma.”
Ya ella conocía
a la perfección tales movimientos.
(Aún antes de
que los hiciera. Era un movimiento en sus cejas y tan especial que ella se lo detectaba.)
- ¿Desde cuando
no comes comida “caliente”?
- ¡Uf! Desde
hace ya mucho ma. Ya hasta se me estaba
olvidando. – Ambos callaron.
Ella rememoró
en sus adentros, cuando hubo esa asonada militar.
Se regó como
pólvora. Corrió a la finca y les avisó: ¡Corran a la montaña!
Y hacía allá lo
hicieron, sus dos hijos.
Y es que su
hijo, no era militar. Ninguno de su familia, se metían en eso.
Como tampoco
militaba con partido alguno.
Lo único era
que siendo contrario al presidente, el
cual calificaban como un “dictador”, y no solamente ellos, la gran mayoría del
pueblo.
Pero ante lo
peligroso que era, todos callaban. La vida está de por medio.
Hablando
solamente entre familiares y allegados…siempre evitando un peligro mayor.
Ese era su
pecado. Y lo cometió cuando siendo apenas un adolescente, y en un momento de
jolgorio, se le salió decir:
¡Abajo el
dictador!
¡Abajo las
cadenas que nos encadenan esos esbirros! – Sus compañeros de ese entonces, se
lo advirtieron…
- No es
prudente estar hablando esas cosas…
- ¡Nos pueden
escuchar las “orejas del gobierno” y nos van a triturar a todos…!
No solamente a
vos. – Pero no supo aquilatar los consejos de sus amigos de infancia.
Todo lo tomaba
alegremente.
Y no es que fue
delatado por alguno de su entorno, lo fue de uno de los muchísimos “orejas” que
mantenía diseminado ese régimen absolutista.
No. ¡Qué alivio
sintieron al ver que no fue ninguno de sus amigos!
Ninguno de sus
conocidos fue a delatarlo.
Y según las
averiguaciones que su familia desarrolló; llegaron al descubrimiento que fue
uno de los tantos “sapos” que por mayor desgracia – para él – pasaba por allí en esos
momentos y al ver que era un grupo de zagaletones, pues se camufló cerca y los
estuvo espiando.
Y ninguno de
ellos lo notó. Pero si que lo percibió una vieja amiga de su madre, que por cosas de la vida pasaba
por allí.
Y se percató de
la malicia del confidente, traidor. (¡Ese desgraciado!)
Pero según
ella, y eso se lo dijo a su madre, se cansó de llamarlo…
- ¡Conrado…Cuida
tu boca! ¡Callate no estés hablando eso! ¡Debes ser mas prudente! - ¡Pero él
por andar en sus juegos con el resto, no se percató!
Y a partir de
ese instante: ¡Cayó en desgracia para el gobierno de facto!
El muy
desgraciado se ganó unos cuantos billetes, por su “labor patriótico” y le
desgració la existencia a este pobre ser.
Hacía unos tres
meses…Hubo una asonada.
(Y realmente el
pueblo en su totalidad, poco supo. Seguramente fue una escaramuza entre ellos,
los militares. Pero siempre terminaba en pagar los platos rotos…El pueblo.)
Y cada vez que
ocurría algún hecho parecido, los militares corrían a apresar a todos sus
“enemigos” y entre ellos…Estaba Conrado.
En esta ocasión
(Como las anteriores también) apenas su familia oía algún rumor…
Salían corriendo él y su hermano menor; Juan… ¡A las
montañas!
En busca de
refugio. A dormir encaramados en las matas.
A bañarse entre
las cataratas frías y heladas, que bajaban de esas altísimas tierras.
Por supuesto
que pasaban días y noches en plena vela.
Y entre el frío
y el hambre, pasaban sus días de refugiados.
Sin poder
descuidarse ni un instante, ya que serían presas del régimen, el cual ansiaba
agarrarlos para meterlos en sus mazmorras y que se pudran allí.
¡Por ser
enemigos de la “Justicia”!
A cuidarse de
los leones y de otras fieras que deambulan por esos inhóspitos lugares.
A vivir con el
“corazón en las manos” cuando en esas noches oscuras, oían los rugidos de los
salvajes depredadores.
Y a estar
pendiente siempre de alguna traicionera culebra, que los agarrara desprevenidos
y por el otro lado, escuchar las patrullas de soldados que los buscaban para
cazarlos y acabar con dos enemigos menos, para su hegemonía constitucional.
Y en muchas
ocasiones, les tocaban cazar y vivir de lo que cazaban
(Pero sin poder
utilizar sus rifles, ya que el estruendo pondría en alerta a sus perseguidores.
Utilizaban arco y flechas o de recolectar una que otra fruta.)
Sin duda
alguna, era una vida muy dura.
Su madre y su
hermana, en ocasiones lograban huir del cerco a que eran sometidas, ya que
mientras durase ese “movimiento insurreccional” eran asediadas por las fuerzas
del orden.
Conrado fue
desde su nacimiento, al igual que su padre (Ya difunto.) hombres de finca.
Con su trabajo
tan duro que implican todas las labores del campo.
Recordó cuando
su esposo vivía y se llevaba al mayor, “para enseñarle a ser un hombre” en ese
entonces vivía toda la familia en la finca.
Y la casa del
pueblo, iban los fines de semana.
Pero a la
muerte de su padre, todos los planes cambiaron y con ellos, su estilo de vida.
Ella y su hija La
Pilin, se fueron a vivir al pueblo. Y los hijos…en el campo.
Y es que como
suele suceder, cuando muere un Jefe de familia, el resto tiene que replegarse.
Todos deben
ajustarse a la nueva vida. Ya que son muchos los enemigos que se mantienen
ocultos, pero cuando cae la cabeza, se envalentonan y tratan de quedarse con la
herencia que no les pertenece.
…Y esta
familia, no fue la excepción. Mucho la guerrearon. La difamaron.
Buscándole su
“talón de Aquiles” para despojarle de toda la herencia.
Y lo lograron,
pero no del todo. Perdieron tres haciendas inmensas.
Perdieron mucho
dinero, que el finado había prestado a “vecinos y amigos”, ninguno reconoció la
dichosa deuda.
Al
contrario…Iban a protestar a que la señora les “pagara”, cuando debieron haber
sido ellos los que tenían que haber ido a pagarle.
Se tuvo que
amarrar muy bien su falda. A posesionarse con fuerza, que aún no conocía, ya
que en vida su esposo…Todo lo hacía. Era preciso.
Pero en el
mundo en donde el hombre es el que manda, y la mujer es la que obedece y se
queda en su casa, criando, lavando, preparando la comida, lavando la ropa y
haciendo todos los oficios propios del hogar, todo se reduce en su presencia
masculina.
Y el esposo en
vida, fue un hombre ejemplar, excelente
esposo y gran amigo, pero en cuando este cayó en tierra, brotaron muchos que
anteriormente se hicieron pasar como sus únicos compañeros…
La doña
contemplaba a su hijo, y muchos recuerdos le brincaban en su mente.
Y en su
silencio sufría enormemente, pero callaba.
Nunca se
atrevería a confiarle a su hijo, que muchos de los que su padre creía “su
amigo” eran hoy en día unos chacales y que los estaban despojando de mucho de
lo que les pertenecía.
¡Cuanta
tristeza e impotencia!
Pero si se lo
confiaba a su hijo, este como hombre al fin, intentaría utilizar la fuerza…
Y ella era
sola, con tres hijos menores todos y ellos; eran muchos.
Su vivencia se
reducía a pelear como una “tigra parida” por la herencia que les correspondía
por Ley y a recordar al eterno amor de su vida.
Al hombre que
la dignificó y la hizo sentirse mujer y con el cual, lograron tener: Tres
hermosos herederos.
Pero en estos
momentos, ya ella misma no se podía dedicar a lo que era suyo, debiendo asumir
las tareas propias e inherentes que en la ausencia de él…
Ella debía
asumir.
Pero debió
hacerlo.
Mas de una vez
se enfrentó a ellos, con machete en mano, dispuesta a zanjar con la sangre, lo
que no pudo hacer con las leyes.
Y lo hizo, y lo
continuaría haciendo, pero contra el gobierno, no se puede luchar y menos
siendo una viuda con tres hijos, siendo el mayor de apenas once añitos.
Viviendo
rodeada de esas carroñas, los cuales se acercaban eran para despojarle de lo
que por herencia era suya.
Es dura la
existencia para una viuda joven, pero lo era aún mayor para ese chavalito,
quién se vio precisado a ser un “Hombre” siendo apenas un infante y a fajarse
como lo hacía su difunto padre y para colmo a empujar a su bebecito hermanito.
Pero la vida es
la vida y hay que jugarla tal cual se te presenta.
Con dolor, pero
sin demostrarlo a tu enemigo.
Y si tienes
hambres, pues te las ingenias.
Pero de las
puertas para afuera…Nunca demostrar debilidad.
Puertas
adentros….
Y a todos se
tuvo que enfrentar la valiente viuda, siempre contando con la presencia de sus
hijos, que siendo apenas unos infantes, tuvieron que madurar demasiado rápido.
En sus
recuerdos, Conrado evocaba su diario
vivir en sus tierras.
Arar. Cultivar.
El cuidado constante a sus animalitos.
Sus vacas que
le suministraban la leche necesaria para la elaboración del queso, natilla,
sueros y todos sus derivados.
Comenzaba su
faena arreando su ganado. Buscando sus reses.
Y ya una vez
hecha sus faenas a caballo. Era cuando iba a desayunar.
Y a levantar a
su dormilón hermano. Juntos desayunaban.
Juan lo hacía
teniendo que escuchar los constantes regaños de su hermano mayor.
En sus faenas
le tocaba esperar a su peonada.
Y una vez que
les asignaba sus labores, él se dedicaba
a otros oficios.
Sus bueyes los
cuales les servían para abrir los surcos que con tanto esfuerzo lograban, con la fuerza bestial de tan noble animales.
Y es que todas
sus labores eran cotidianas y les absorbían todo su tiempo laboral.
Arrancando
desde las cuatro y media de la madrugada, con el canto primerizo de sus gallos,
hasta ya pasada las siete de la noche.
Mantener
siempre sus tierras en buenas condiciones para cuando le toque echarle la
semilla, la cual al pasar su tiempo, les daría los frutos que tanto ansiaban.
Doña Rufina
observaba con lástima a su joven hijo Conrado.
¡Le tocó por
suerte ser el: Mayor de sus hijos!
Y era costumbre
ya milenaria, que el primogénito al morir su progenitor…
Se transformaba
en el “Hombre” de la familia.
Y su padre
murió siendo apenas un niñito de: Once añitos y su hermanito menor: Juan,
apenas contaba con unos ocho.
Y en estos
momentos, tendría apenas unos…Diez y nueve años.
Y Juan, tendría
unos diez y seis.
- Cuéntame
hijo…
- ¿Qué querés
que te cuente mamacita? – Ella lo miraba con ojos de ternura.
A tan poca
edad, ya era un anciano en cuanto a su forma de ver la vida.
- ¿En dónde
están pasando las noches vos y Juan?
- …Bueno nos la
pasamos moviéndonos de un sitio a otro. Vos sabés que la Guardia nos persigue.
Y no nos podemos quedar en un solo sitio.
- ¿Y Juan, cómo
se porta? ¿Te está obedeciendo?
- …Y si no me
hace caso, le doy su pijazo. Él tiende a ser muy flojo…
- Es que está
muy “jojotico” Debes tenerle un poco de mas paciencia.
- ¿Paciencia?
¿Acaso me tienen paciencia a mí? – Ella guardó silencio, bajando sus ojos.
Una hilera muy
fina de lágrimas brotó de sus ojos cansados de tanto y tanto llorar.
- Pero no te
preocupes. Lo arreo y él lo acepta, porque a la finalidad, lo sabe.
Nosotros
debemos irle siempre por lo menos un paso adelante a ¡esos desgraciados jodidos
del gobierno!
- ¿Es dura tu
carga hijo?
- Tengo que
vivirla. Y a la vida me la enfrento todos los días de mi vida.
- ¿Y qué ha
pasado con el gato montés que he oído en la noche? – Se refería a un peligroso
felino cuyo rugido estremecía a todos los habitantes de la comarca.
Y allá en la
montaña, se propagaba ese sonido a varios kilómetros a la redonda, y en la
noche se difundía con mas pavor.
- …Bueno…Lo
oigo casi todas las noches. Y siempre me está amenazando, como diciéndome: “No
te acerques a mis dominios, que aquí reino yo y ¡solamente yo!”
Pero no le hago
caso alguno. Con tal de que no se me acerque…
- Pero debes
tener cuidado, es sumamente peligroso. Los vecinos están espantados.
Ha matado
docenas de perros y los que quedan, huyen despavoridos solamente al
escucharlos, así esté a decenas de kilómetros de distancia…
- Con tal que
no se meta en mi territorio.
- Pero la
montaña es su nido.
- Y también lo
es mío. Mi hermano y yo, allá arriba nos guarecemos. Debemos caber todos. Pero
ni yo me meto con él, ni él tampoco conmigo. Nos respetamos.
- No te le
acerques, te lo pido por favor.
- Ni lo busco,
ni él a mí.
- ¿Y las otras
fieras?
- Allá hay de
todo. Es una jungla. Al principio no lograba conseguir el sueño, pero ya me
estoy acostumbrando.
- ¿Y cómo podés
acostumbrarte a eso?
- Pues ya ves
que si. Mira en el día nos estamos moviéndonos de un sitio a otro.
Y eso depende
también.
- ¿De qué?
- Bueno ma. En
ocasiones ni vemos ni escuchamos a los humanos.
Que de esos si
me tengo que cuidar, y mucho. Y cuando eso sucede, nos quedamos tranquilos. Nos
dedicamos a buscar qué comer.
Y Juan se
entretiene mucho con su navajita. ¿Sabías eso?
- De toda su
vida. Mi hijo, le encanta trabajar la madera con su navajita.
- Hace
preciosuras. Mira que he intentado hacer lo mismo, ¡pero que va! No tengo ni
paciencia, ni destreza ¡ni nada!
- En cambio él,
de un palo saca una obra de arte. ¡Dios me lo bendiga siempre!
- ¿Te acordás
de mi pipa?
- ¿La que
dejaste en la casa?
- Aja.
- ¿Te hizo una?
- Y no se cómo.
¡Pero me la hizo!
- ¿Y te
funciona?
- ¡A la
perfección! Ni calienta ni nada. ¡Mejor que la que me compraste!
- O sea que ¿ya
no te voy a comprar mas pipas para fumar?
- No ya no hace
falta. ¿Y como lo logró?
- De verdad… ¿Y
cómo…?
- ÉL me dice,
que en una ocasión, cuando no la estaba usando; la tomó, la desarmó.
La detalló
minuciosamente… ¡Y la copió! Así de sencillo.
- ¡Qué bien, es
muy ingenioso!
- Y así nos
pasamos gran parte del día. En ocasiones nos turnamos. Y siempre estamos como
los monos, encaramados en cuanto árbol consigamos.
- Parece que ya
la situación del país se está normalizando. – Una mueca de incredulidad se le
dibujó en su rostro juvenil. La madre se percató de ello, y le agregó…
- …Pero no es
para bajar la guardia. Recuerda que estos tiempos son muy difíciles y no
debemos confiarnos.
- ¡Ah cuántos
días que me he refugiado en esa salvaje e inhóspita jungla vertical!
Ya hasta se me
está olvidando como “es dormir en una camita”
- Y en el calor
de tu hogar. ¡Es una lástima! – Un dejo de mucha tristeza se le dibujó en su
melancólica voz. El chaval así lo percibió y se levantó en el acto, y abrazó a
su madre.
Ella sollozó
por un instante.
Pero fue
solamente un instante de debilidad, el cual logró asimilarlo.
Acto seguido,
le palmeó su espalda y él comprendió que ya su debilidad, había transcurrido.
La soltó y acto
seguido le estampó un suave beso en su frente.
Y lo sintió, su
cuerpo le agradeció tan noble gesto.
- ¿Y en dónde
está Juan?
- Mamacita, se
quedó con La Pilin. Están conversando.
- ¿Pero ella
está moliendo maíz?
- Que yo sepa,
él la está ayudando en sus labores.
- No es bueno
que él esté haciendo las labores de mujeres. – Sentenció en tono pensativo.
- Él es un
Macho. Y lo demuestra todo el tiempo. Podés estar segura de que es un varón en
todo el sentido de la palabra.
- Te cuento,
que don Eusebio se está encargando de las labores de la finca.
- ¿Y cómo le
está yendo?
- Me dice que
hasta allá están cayendo los del gobierno. ¡Qué te anduvieron buscando noche y
día! Y por acá en el pueblo, hicieron una gran
batida.
¡A todos los
que veían “sospechosos” lo arrastraban a sus apestosas celdas!
…Menos mal, que
nunca te pudieron localizar. ¡Y a cada rato estaban metidos aquí!
Pero a cada
rato me encontraban: ¡Al frente de mí casa!
¡Esos desgraciados
jamás podrán conmigo!
- Mamacita…Hay
que tenerle miedo a “esos”
- No temo por
mí.
- ¿Y por quién
temés?
- Por vos y por Juan. Ya yo soy vieja. Poco
tengo que temer.
- Sos nuestra
madre. A nosotros nos importas.
- Y por ustedes
vivo. Ya poco me importa, desde la muerte de tu padre.
¡Qué Dios lo
tenga en Su Gloria!
- ¿Y qué les
hacen los de la Guardia a ustedes? – Le preguntó muy intrigado.
Y su madre
comprendió su dolor, y ella se había decidido a no agrandarle sus
preocupaciones.
- Ve no te puedo
negar, que acá nos llegan de improviso. Una y otra vez, destrozan nuestros
muebles. Los ponen boca abajo, en su creencia de que ustedes se enconchan allí.
Como también
nos han llegado hasta en la noche o en la madrugada. Nos mantienen en zozobra.
Y por esa razón, se nos hace muy difícil poderles llevar comida y ropa limpia
para que se cambien. Pero aquí estamos las dos. ¡Al pie del cañón! ¡Nunca les
hemos bajado la cabeza!
- ¿Pero las han
golpeado acaso? – En el acto le respondió…
- ¡No! ¡Nunca!
– Pero mentía y lo hizo para evitar que su hijo se preocupara aún mas.
El hijo notó su
indecisión y la miró fijamente…
- ¡Te lo juro!
Es posible que como llegan tumbando la puerta, y nosotras en ocasiones nos
tardamos…Porque estamos dormidas. Pero no. No han ejercido violencia alguna
contra nosotras dos. – Él la miró fijamente, y ella le sostuvo la mirada.
Era preciso que
él no supiera la verdad, para evitar daños mayores.
Y viéndolo
fijamente, vio en él un cambio nunca antes detectado por ella; su rostro
juvenil ya no existía. En su lugar, aparecía la faz de un hombre ya cansado y
agotado, pero con la vena del odio fulgurante en todo su ser.
Temió y en
silencio, le pidió Al Altísimo, que guiara a su retoño y que le alejara esos
fantasmas de venganza y le rogó que lo haga exento de ese sentimiento que
transforma las caras bellas en seres sombríos y taciturnos…
Pero comprendió
y así lo asumió…Que ya su hijo; de niño tuvo que ser un hombre.
Que nunca pudo
disfrutar ni de su niñez, ni de su adolescencia.
Su destino quedó
sellado y que ojala no cayera en esa vorágine tan espeluznante en donde solo la
sangre, es la que salda las deudas….
Sus lágrimas lavaban su dolor, pero causaba un efecto contrario
en presencia de su retoño, pero ya era tarde…Él ya había tomado su propia decisión…
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