Cuando
realmente estaba orinándome mi pobre pantalón.
Detuvo su
relato, ya que al igual que él. Todos estaban a carcajadas, batiendo sus panzas
a todo vapor.
No me quedó
más remedio, que mofarme de cada uno de ellos, parodiando sus horribles
posturas y ridículas – Para mí – frenesí en su alegre burladero de mí “Muy
ilustre persona”.
Pasó un
largo rato. Ya cuando sus convulsiones y el arquear de sus cuerpos, producto de
sus excesos, cesó.
Hubo un
receso de silencio y al finalizar, continuó su relato.
- Bueno.
Mejor sigo con mi cuentecito.
- ¿Ah es puro
cuento? - Lo ametrallé en venganza.
- No, no.
Quise decir con lo que aconteció.
Esto ocurrió
de verdad. ¡De verdad! ¡De verdad!
- ¡Ajá!
- Continúa afirmó Saulo, ya inquieto por
tanta interrupción.
Sabedor de
nuestro acervado interés por seguir escuchándolo, aspiró con la majestuosidad
del maestro dictando su cátedra.
- “No
veíamos nada.”
El frio nos
atenazaba, a cada paso que daban nuestros caballos.
Parecía que
el frio se acentuaba más y más.
Siendo de
noche cerrada.
Y andando en
la persecución de ese bravío.
No sabíamos
en verdad, cuántos eran.
Recuerden
que puede ser un macho solitario, como pueden ser las hembras.
En fin.
Subimos, muy lentamente. “Mirando hacia todos lados.”
- Mirando
qué… ¿No dijiste que todo estaña oscuro? – Lo quise ridiculizar en su relato.
- ¡Claro que
no veíamos nada! Pero aparte de ir a oscuras.
¿Vas a tener
tus ojos cerrados?
¿Estás loco?
¿Por qué
interrumpes con tus estúpidos comentarios?
¡Además
entiendo que en tu insignificante y oscura ignorancia ni sepas de lo peligroso
que es todo eso! ¿O lo sabes?
- ¡No lo sé!
Tú eres el experto en esta materia. -
Sostuve enojado.
- Aún cuando
la noche sea cerrada. Tú no debes cerrar tus ojos.
¿No lo
entiendes?
El caso, es
que andábamos moscas. ¡Pendientes de cualquier ruido!
- ¿Y
entonces? - Consultó Solís.
- Entonces…
– Nos dijo mirándonos profundamente. Se tomó su tiempo y en forma muy
rimbombante, continuó…
- “Dago como
nuestro guía iba adelante le seguía yo, detrás de mi Abraham y por último
Nemesio…”
-¿Pero…Por qué
Dago adelante? - Preguntó Solís.
-Dijo ser el
que es expertos en estos lares. – Respondió. - ¡Es lógico!
-¡Pero si tú
dices que conoces bien esa montaña!
¿Cómo
permitiste que fuera Dago?
-Nos
informó, que era un avezado allí. Qué vivía arriba, en un conuco.
Y que
conocía muy bien todos los recovecos de esa selva.
Por esa
razón: ¡Fue el elegido!
¿Qué es muy
complicado entenderlo?
¡Hay que
cederle el paso al ducho!
¿Es difícil
aceptar esto? – Se notaba que estaba molesto.
-¿Y
entonces? - Intercedió Saulo,
impacientemente.
- “Dago,
arrancó en su viaje.” No estaba pendiente de nadie más de que él mismo. El
arrancó y le dio y le dio.
…Yo le decía
en voz baja, que no fuera tan rápido…
- ¡Cálmate
Dago! Hay que esperar al resto. Ni Nemesio que iba de último ni el mismo
Abraham, conocían esa montaña.
Yo era el
que más la conocía y por supuesto, él mismo.
Seguimos. En
oscuridad total, cómo ya les dije.
Los ruidos
de la montaña se intensificaron, como también el frio.
Nos cayó una
tremenda lluvia. ¡Gotas del tamaño de mi puño! (…Y eso que mi mano es
grandísima… ¿La están viendo? ¿Verdad que es muy grande?)
De ésa que
te cala en los huesos y no te permite mover con libertad.
Nuestros
caballos se empantanaron. Estuvieron a punto de encabritarse. (Me da escalofríos
el recordarlo…)
Yo les decía
que debíamos ir, unidos.
Calladitos.
El caso es
que nos tuvimos que detener, la lluvia era muy intensa.
La tierra se
estaba encharcando. Todo era agua y el frio.
¡Imagínense! …No, ninguno de ustedes tiene la más mínima
idea de lo que les estoy contando… ¿Verdad…?
¡…Bueno sigo
con mi relato…!
Estábamos
como pollitos. Menos mal, que llevábamos nuestros abrigos.
¡Pero eso
fue bárbaro!
Mientras
duró la recia lluvia. Hubo algo parecido a un silencio nocturnal.
Se escuchaba
a toda sonoridad el bramido de las aguas impetuosas.
Creí
escuchar allá por lo lejos para mí, en ese momento.
La
intensidad de un tremendo rio impetuoso, con oleajes bravíos, violentos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario