"El Guegüence"
- ¡Ni sol tendrás que llevar! Ya verás que será
una función muy especial. En tu aire acondicionado, y lo más liviana que
puedas. ¡Ya lo verás, estoy segurísimo que te encantará! Claro al principio
hasta es posible que denigres de ella. Pero al transcurrir los días y viendo
nuestros aportes monetarios… ¡Ni te importará para nada! Y te juro, que nunca
más tendrás que fregar la ropa sucia de nadie más. ¡Y si te toca fregar…será
con la mayor plenitud! ¡Pronto te gustará, hazme caso, ya tú misma me darás la
razón!
- ¿Y
en dónde podré ejercer mi nuevo cargo? ¿Y a propósito, qué haré?
-
Primero lo primero y después vendrá lo segundo y más allá lo tercero y así
sucesivamente.
- Ok,
ok.
-
Tenemos que llegar a nuestra futura “Mansión”
-
¡Perfecto!
- Una
vez allí, tendrás que atender a tu Toro, que está sediento ¿Y ya sabes de qué?
- ¡Siempre
estaré allí para satisfacer a mi Macho!
-
Bueno, agarra bien tus bolsas y a tu chavalo y arranca. Por lo pronto, tendré
que desviarme.
- ¿Y
no vendrás conmigo?
- No.
Tengo que ir a chequear a un ganadito que tengo trabajando para mí, digo para
nosotros. ¡Bien sabes que me debo a mis Inversiones! ¿Cómo engorda el ganado?
- ¡A
los ojos de su amo!
- ¡Y
yo soy su amo y tengo que ir a chequearlo! ¡Espérame pronto, y ya sabes cómo! –
Y dándole una sonora nalgada la abandonó.
Macrina
suspiró hondamente. Se sentía plena. Segura de que su marido estaba tratando
afanosamente de producir los buenos resultados que todos esperaban,
especialmente ella. Pero hasta ahora, sus resultados eran: Negativos.
Al
contemplar al objeto de su idilio, comprobó que iba correctamente bien vestido. ¡Toda su indumentaria era
nueva! Desde sus calzados lujosos, pasando por sus elegantes pantalones y esa
camisa, ¡tan fina y bella! ¡Qué grande era su satisfacción! Ya que era ella
misma la que lo vestía y también la que lo combinaba. ¡Un dineral costaba
vestirlo! Pero bien valía la pena, ya que al verlo se sentía plenamente
orgullosa.
Constantemente
se lo advertía, ya que él debía ir muy bien presentado. Por sus múltiples
ocupaciones. Y además porque en todo el tiempo que lo llevaba conociendo, nunca
lo había descubierto mal vestido. Nunca.
Bueno,
ya se le perdió en el firmamento. Ciertamente que era muy despistado, ya que no
se dignó a despedirse de ella, aún cuando ansiaba con mucha ansía este pequeño
detalle. Pero ¿Qué le podría hacer? Él era así. Y respetando el sentir y el ser
de cada uno, pues lo aceptaba como algo que debía ser su constante. No
obstante, tercamente allí se quedó, como si por algún milagro de la poderosa
naturaleza, regresaba y le hacía la señal de despedida. Y ya comprobándose a sí
misma, decidió partir. En verdad, no había aquilatado el tremendo peso de
tantas bolsas. ¡Qué pesadas estaban! Pero ni modo, debía cargarlas y
transportarlas hasta su casa y así lo hizo.
Camino
lentamente, por varias razones, primero por lo pesada que iba y segundo, porque
el camino se le hacía algo sinuoso. Se detuvo unos instantes, más que todo para
descansar un poquito. Colocó todas las bolsas a
sus pies, se acomodó mejor a su precioso retoño. Suspiró largamente.
Sintió que sus plantas le manifestaban un dolor muy fuerte. Estiró sus piernas,
alternando de un brazo a otro a su Raulito.
Y
arrancó con más premura, ya que aún tenía que recorrer un largo trecho y temía
la oscuridad. Y porque ansiaba llegar rápidamente para poder descansar. Comenzó a cantar una triste canción.
II
El Guegüence en acción.-
Con
el dinero que le quitó a su esposa lo hizo sentirse mucho mejor, y esto lo
disfrutó bastante, una vez que ya se
había retirado del radio de acción visual de ella, llamó al primer taxi que se
le presentó y lo tomó. Se sintió
poderoso. Siempre victorioso. ¡Todo un macho en acción! Se tomó todo su tiempo, y con total calma
abrió la puerta. Una vez adentro, procedió a limpiarse mejor sus calzados, se
estiró bien los pliegues de sus pantalones. Una vez que se cercioró que estaba
perfectamente limpio, procedió a sacar un cigarrillo y lo encendió. El chófer
le hizo señas de que no podía fumar en su unidad y como respuesta, le sacó su
pistola y lo apuntó a la cabeza.
- …Bueno,
por esta vez y porque usted no lo sabía, se lo permitiré…
- ¡Yo
mando en dónde esté! ¿Estamos?
-
Como usted mande. ¡El cliente siempre tiene la razón!
-
Necesito que me hagas un favorcito… - Le decía muy quedamente, pero con todo lo
ronco que podía emitir su voz, mientras posaba la punta de su arma alrededor
del cuello del profesional del volante. Por segundos, no emitió ningún sonido y
se quedó estático. De inmediato, su cara se puso pálida y su cuerpo rígido.
- ¿Me
estás oyendo?
-
…Si, señor a su orden.
-
¿Estás dispuesto a hacerme un pequeño favorcito? Digo si puedes. No deseo
obligarte a nada. Siempre trato de que mis amigos, se me ofrezcan. ¿Entiendes?
- Lo
que usted ordene.
-
Vamos a buscar a unas mujercitas que tengo por allí. ¿Ok?
- Lo
que usted ordene, señor. – Raúl disfrutaba sus instantes de poder absoluto.
Pronto le dio la dirección de cada una de ellas. Y sin mediar más palabras,
procedió a obedecerlo al instante.
Al
llegar a la primera, le ordenó que se bajase y fuera hasta la casucha que le
indicaba y se trajera a una de ellas.
Y así
tuvo que hacerlo.
Pronto
recogió a tres féminas y fue cuando le ordenó que lo llevara a una céntrica
calle del centro. Hasta allí llegaron.
-
¿Cuánto te debo? …Es conveniente que lo
sepas de una buena vez, que no me gusta
deber favores y mucho menos…pagar… ¿Ok?
– Le preguntó mirando fijamente a los ojos.
-
¿Cuánto me vas a quitar por los favorcitos que te pedí? Yo tengo mis amigos
desplegados en todas partes… ¡Apúrate chico que mi tiempo es oro! ¿Te debo
algo?
-
…Nada señor. – El conductor temblaba y se negaba a verlo de frente, bajando su
cabeza y haciendo como que buscaba algo en el piso.
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