"El Guegüence"
- ¡Eres
mi héroe!
- …Ya me
conocerás en mi grandeza…
-
¡Siempre he confiado en ti!
-
¿Segura?
- Desde
qué te conocí…me dije: ¡Éste es mi hombre!
- ¿Y lo
he sido?
- ¡Por
supuesto que yes!
- ¿Y
estarías dispuesta a demostrármelo?
- Mi
lindo…si respiro solamente al verte. ¡Tú eres la razón principal de mis
desvelos! No tengo vida, hasta que te tengo en mis brazos. Me derrito por ti.
- ¿Te
sacrificarías por mí?
- ¡Sí!
- Claro,
que si lo hago es por el bien de mi, digo de nosotros dos…
- ¡Tres!
¿O no quieres reconocer a tu propio hijo? Es sangre de tu propia estirpe.
-
¡Claro…ya somos tres!
- Y por
ti, haría todo lo que sea necesario para poder hacerte feliz. ¿Acaso dudas que
te lo pueda negar? ¡Nunca! ¡Soy incapaz de negarme a un pedimento tuyo!
El hombre
la detalló bien. Guardó silencio y disfrutó de todas las promesas de su señora.
Cerró sus ojos y alzó su cara al cielo.
Macrina
en ese preciso momento tuvo que ejercer más fuerza de la que ya estaba
haciendo, debido a que estaba perdiendo el control de todo lo que cargaba
encima. La pobre fémina, tuvo que verse precisada a tener que soltar varias
bolsas ante la inminencia de que su propio bebé cayera al piso. Las bolsas
cayeron estruendosamente. Hizo muchos esfuerzos titánicos, movimientos fuertes
para evitar un mal mayor. Al final logró sostenerse en pié, con esfuerzo
mantuvo su propio equilibrio. Su niño se despertó y de los nervios, se asustó y
comenzó a berrear a todo pulmón.
Su
esposo, preservando su propia seguridad, se apartó resguardándose ante un daño
que pudiese recibir. Tan solo se contentó con presenciar todas las peripecias y
en ningún momento se mostró algún ápice de acudir en su auxilio.
Ante su
propia impotencia, ella procuró por sobre todos los medios posibles que el daño
no fuera mayor, al ver que ya tenía asegurada a su preciosa carga, comenzó a
arrullarlo con la finalidad de que éste se calmara.
- ¡Arrúúú
mi niño lindo, que ya todo lo malo pasó! Ya mi amorcito, ya papi nos ayudó.
¿Viste que valiente fue? – Mientras ella trataba de tranquilizar a su retoño,
Raúl la atravesaba con una mirada fría y demoledora. La pobre al percatarse que
lo había enfurecido, trataba de calmarlo también a él.
-
…Perdona mi torpeza…es que perdí el equilibrio… ¿Te ensuciaste tus zapatos?
¡Déjame lustrártelos! – Y se inclinó muy solicita para pasarle un trapo limpio
a sus lustrosos calzados. Él permitió todo, como un reflejo inmediato de la
torpeza sin límite de su mujer. Al ver que ya le había limpiado su zapato
izquierdo, le adelantó el derecho. Luego le hizo señas de que le arreglara el
pliego de su pantalón. Por alguna inexplicable razón, se le había torcido.
Solícita como siempre acudió en su auxilio.
-
¡Siempre la andas poniendo! Y esperas el momento en que yo me inspiró para
romper mis sueños. ¡Tu envidia me detiene!
-
…Perdóname…Déjame acomodarte mejor tus ruedos… -Y una vez concluido le estampó
un sonoro beso, como señal de que ya todo estaba resuelto, como respuesta él le
lanzó un punta pié el cual en medio de su mayor gozo, pudo esquivar.
-
¿Perdóname? ¿No corre sangre por tus escuálidas venas? ¿Así, así tan seco? Desprovisto del más leve
sentido de la equidad y los buenos principios… ¿Ya estás más tranquila? ¡Has
destrozado mis buenos sueños de engrandecer mí familia!
- Es que
seguramente que me resbalé…
- ¡Pata
floja! ¡Eres una inútil y estúpida mujer! ¿Cómo haré yo? ¿Hasta cuándo te
tolero? - Su esposa, bajó su cabeza y en
silencio comenzó a llorar. Pronto eran madre e hijo, sofocándose por las
lágrimas.
- ¿Y qué
carajo estás esperando…a qué sea yo mismo quién recoja todas esas bolsas?
¡Apúrate asna! – Aún doliéndole uno de sus pies, el cual seguramente se le
dobló, omitió todo su dolor y comenzó a recoger cada bolsa desparramada por
todo el suelo.
Respirando
con suma impaciencia, él esperó. Golpeando con furia su zapato contra todo lo
que pudiera servirle, pero claro está, sin que le causara dolor alguno a él. Ni
mucho menos ensuciarse.
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