“Ad inferos”


- Mi hermano mayor conduciendo un vehículo, atravesábamos una ciudad muy bella, atestada de vehículos y de personas que andaban de un lado a otro. Nadie estaba pendiente de nadie.
Buscábamos a algo o a alguien, no lo tengo muy en claro.
Pero lo cierto era que en nuestra búsqueda estábamos muy bien concentrados. En eso me percato que yo voy en el asiento trasero, detrás del copiloto y en diagonal con mi hermano, el cual no me mira, ya que está concentrado en el tráfico. Y es en ese preciso instante que me doy cuenta que va una tercera persona a bordo. Asumo que era y no era su esposa. No lo precisé en ese instante.
Da vuelta por un sitio y luego por otro ¡y nada!
Y ya después de tanto contemplar las calles atestadas. Hermosos y suntuosos edificios. Paisajes tan cambiantes de un instante a otro.
Me siento ya fastidiado. Y así se lo hago ver a él.
El me responde con insatisfacción. Y no me recuerdo muy bien, pero fue muy enfático al hacerme caer en cuenta de que a pesar de lo meticuloso de su faena, no había podido precisar a esa persona. Caigo en cuenta de que era a alguien a quién buscábamos con tanto afán.
Pero aunque era tácito nuestro entendimiento, hoy mismo no he podido descifrar su identidad.
El caso es que ya me sentía muy fastidiado y pensaba de que ya – por lo menos para mí- carecía de total significancia.
Y así se lo hago ver. La tercera persona – la cual hoy día no supe su verdadera identidad, ni siquiera su sexo y su importancia en cuanto al sentido familiar, me refiero – se volvió hacia mí y me expresó de que ellos estaban haciendo todo lo humano posible, pero que se estaba transformando en una empresa muy difícil de finiquitar.
Observé a través de mi ventana; era de día aunque no puedo especificar hoy, si era de mañana o de medio día o si era en horas de la tarde.
Lo verdaderamente significativo era que por doquier había verdadero bullicio.
Miré al cielo y contemplé bellas nubes, cuajadas de  colores azules en sus diferentes tonalidades con blancos resplandecientes.
¡Hermoso día! Pletórico de colorido y movido en su accionar humanamente hablando.
Movimientos masivos tanto de personas de diferentes edades y de sexos, como también en lo mismo de automotores.
Pero ya me sentía fastidiado. Insistí en decírselo a mi hermano, y  este me mostró su impotencia, solicitándome mas paciencia.
Al rato le solicité que me dejara en una parada de busetas, muy próxima a dónde radicaba la habitación de mi progenitor.
Mi hermano me estuvo hablando – pero en este preciso momento no he podido recordarme de qué era lo que me estaba diciendo, aunque en ese momento recuerdo que los tres mantuvimos en común esa charla. -  y me expresaba que aunque yo no continuara…él seguiría en su faena.
Hasta me solicitó que si no encontraba a nuestro padre, lo llamara por teléfono.
En mi remembranza, él fue muy enfático:
- ¡Me llamas por teléfono por si no lo conseguís! ¡No se te vaya a olvidar! Ve que me estoy quedando a la espera; y si no está…yo te vengo a buscar. ¡Llámame!
En mí evocación…Me bajé en una parada la cual se encontraba atestada de pasajeros.
Unos corrían hacía la derecha y otros hacía otro lado.
Todos iban presurosos y en sus rostros pude visualizar su ansiedad por llegar rápidamente a su destino.
Traté de ubicarme en un sitio en dónde no estorbara el rápido desplazamiento de las personas y de esta forma poder visualizar mejor mi entorno.
Logré ubicarme en una esquina. Contemplé como llegaban diversos tipos de transportes.
Carros. Busetas. Buses. Hasta de carretas jaladas por caballos y otras por burros.
Y todos estaban en la misma faena: Transporte masivo de personas.
De repente me encuentro ante una puerta.
Bordeada de exuberante vegetación.
Pareciéndoseme a una entrada a algo parecido a una gruta o una cueva la cual se encontraba oculta a muy pocos metros de tan asediada cuadra.
Me quedé admirando tan extraña paradoja. Y tan próxima.
- ¡Extraño y fascinante! – Me dije a mí mismo.
No podía creer en tan extraña dicotomía.
Pero en fin: ¿Qué es mas extraño que la vida misma?
Acto seguido me encuentro ante la dichosa entrada. Y de repente me percato de que mi viejo, está ante mí. Me  contemplaba con ojos de alegría. Lo detallé muy bien y pude contemplar que venía con tres bolsos, muy bellos y elegantes. Pensé en ese momento: Deben ser muy caros. Se ven tan fascinantes. Y así mismo se lo hice saber.
Mi viejo no le dio importancia alguna, llegó y después de los abrazos y besos de bienvenida, sacó de su bolsillo un manojo de llaves. Escogió la que era y acto seguido la introdujo sin vacilación en la cerradura. En el acto, cedió y empujó suavemente la hoja de madera.
Me recordé de que mi hermano me insistió mucho en que lo llamara por teléfono y le dije al instante de que me esperara que iba a utilizar el teléfono público que estaba a pocos metros.
Él me informó de que no iría a lograr la comunicación, y hasta me insistió en que lo dejara así; pero le dije que Juan – mi hermano- me hizo prometerle que lo llamaría para que en caso de que si lo conseguía…él vendría hacía nosotros.
Mi padre hizo un gesto muy conocido por todos nosotros, sus hijos, en que estaba perdiendo mi tiempo. ¡Pero en fin…anda a hacerlo pues!
No sé cómo, pero me encontraba ya en la cabina telefónica.
Marcando una y otra vez.
Y nadie descolgaba el dichoso auricular.
Seguí insistiendo; diez, veinte y hasta treinta veces mas…
¡Hasta que al fin una voz femenina me respondió!
Le pedí que por favor me pasara con Juan, mi hermano.
Hizo un silencio espantoso. No me respondió. Así que volví a hacerle mi petición:
- ¡Por favor aquí habla el hermano de Juan…! ¿Me puede comunicar con él? – Y en vista de que no me respondía le increpé muy molesto:
- ¿Por qué no me comunica con mi hermano?
- Porque Juan está muerto. Nunca podrá volver a hablar con él. – Me quedé anonadado.
No supe responderle.
- ¡Cierto…! – Me dije muy asombrado yo mismo. Fue cuando caigo en cuenta de que anduve en el carro con mi hermano muerto.
Yo mismo estuve en su velorio.
Pero es que lo vi tan normal.
No tenía la imagen de los muertos.
Me cachetee varias veces. Ahora si que estaba consciente de esto. Así que pensando y pensando, me encuentro ahora ante mí papa y en medio de mi preocupación, se lo comento. Y él me responde:
- No te lo quise decir. Era conveniente que fuera otra persona, quien fuera la que te sacara de tu error.
- ¡Pero es que lo vi tan real! ¡Estábamos hablando! Hasta me pidió que lo llamara en caso de que te encontrara, ya que quería saludarte.
Mi padre me dijo sin mirarme:
- Tengo tiempo que no lo veo. Y no se en dónde se encontrará. – Se me hizo la luz en mi conciencia y le repliqué:
- ¿Y todavía no se han encontrado ustedes?
- No. – Me respondió de la manera mas natural.
- ¿Y por qué? – Él había partido muchos antes de que mi hermano. En verdad no supe, del por qué no se han encontrado aún.
- No lo sé. – Fue su respuesta y acto seguido, comenzó a sacar lo que llevaba en sus alforjas. En ese momento, me pareció que era una fortuna lo que estaba desplegando ante mí.
Se apareció una bella mujer. Hermosa.
La cual me miraba con interés.
Ellos se hablaron entre sí.
Sin tomarme en cuenta.
Ella desapareció de la escena.
- Le gustaste. – Fue su comentario y en el mismo instante me dijo:
- ¡Me encontraste de chiripa!
Ya casi no estoy viniendo acá.
Recordá que antes yo venía siempre los viernes en la tarde y me volvía a ir, el lunes en la madrugada, de vuelta a mi trabajo.
Pero últimamente me estoy quedando en la hacienda en dónde estoy trabajando.
Pero en esta ocasión, tuve un problema con el viejo dueño de la hacienda. Mi jefe. El caso es que le estoy pidiendo un aumento de sueldo y si no me lo da, prefiero renunciarle y quedarme aquí mismo.
Acto seguido llegó la misma  fémina, trayendo unas bandejas repletas de suculentas frutas. De todo tipo.
Me llamaron mucho la atención; ya que sus colores eran muy vívidos y florecientes. Invitando a merendarlos.
Me hizo señas de que empezara a comer.
Estaba fascinado observando esos colores tan nítidos y vivos. No podía creerlo.
¡Tan hermosos y se veían muy suculentos!
- ¡Solo se dan por estos predios! – Me dijo leyendo mis pensamientos.
En ese preciso instante me sentí como si estuviésemos en el Edén.
Reconfortado, aspiré pleno de vida.
Estaba satisfecho de poder estar en su presencia.
Realmente tenía mas de veinte años que no había podido verlo.
Y la última vez que lo pude ver….estaba agonizando.
Y todos sus hijos, contemplábamos impotentes viendo que él se nos iba…y nos dejaba huérfanos…


Belbaltodano.-

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