"Monterías"
- Vamos a buscar venados. -Intervino Saulo – Esos son unos animalitos de cuatro patas… (Te ves ridículo y baboso. En nada te queda bien esa mímica tan ridícula y a destiempo. ¡Estúpido!)
¿Los conoces? (¡Qué lástima no haber traído mi filmadora! ¡Qué ridiculez!)
¿Por lo visto, nunca has participado en una…?
¿Verdad?
- No. Nunca. – Le respondí ya con hastío. ¡Qué fastidio!
 La noche avanzaba con increíble velocidad.
La camioneta, iba a mediana velocidad.
En ella estaban además de: Nuestro conductor, Saulo y estábamos con Solís.
La conversación era muy fluida. 
¿Los temas? Variados.
Todos son buenos conversadores.
Como el tema que los unía era la montería, asomó el siguiente relato:
- “En una de esas incursiones que habíamos realizado, era a la misma a la cual nos dirigimos. Fuimos varios grupos.
Nos unimos en aquella ocasión, ya que nos invitaron los vecinos, porque un león ó una manada, los estaba diezmando.
Ya las pérdidas ocasionadas por esos, los tenían fritos.
Según nos dijeron; esas alimañas los tenían asolados.
Todos los días, amanecían con reses descuartizadas.
Ocasionándoles pérdidas millonarias.
Llegaron hasta el punto de que ya los tenían sitiados hasta a ellos mismos.
Bueno, para resumir: ¡Los mantenían sometidos a permanecer escondidos, temerosos de que los aniquilaran!
¿Se imaginan eso?
Ser los dueños de extensos territorios y no poder ni siquiera: ¡Pasear!
Y ante tanto desatino, es cuando comenzaron a preguntarse:
“No podemos disfrutar de lo nuestro: ¿Por qué?
Un depredador melenudo y con un gruñido muy poderoso, nos mantiene en la mayor indefensión.
¿Qué podemos hacer? ¿Y qué más podían hacer…?
¡Buscar a los profesionales! ¡Eso es lo único viable! ¿Y a quiénes buscaron?
¡A los mejores verdugos del mundo!
¿Y a quién creen que llamaron?
¡A nosotros! (¡Modestia aparte!  …Tanta sinceridad me inquieta… ¡Pero es la única verdad! ¿Y yo? Yo formo parte de: ¡Los más valientes y osados!  …Modestamente hablando…)
¡Somos únicos y los mejores de este mundo!
Así que nos alertaron y acudimos. 
¡Los mejores!
Esa noche llegamos a la selva ya pasada la media noche.
Hacía un frío espantoso. En esa ocasión fui con Nemesio y Abraham.
Entramos muy  bien armados. Tal como hoy.
Al llegar un indiecito nos ofreció su servicio  como guía.
Yo le dije que no lo necesitábamos. Pero insistió.
Nos alertó que ése era una extensión muy peligrosa.
Indicándonos que existían muchos recovecos qué él había nacido allí y que desde que era un mocoso, recorría todo eso.
Una y otra vez decía lo mismo hasta que el mismo Nemesio. Accedió.
Al final, Abraham mismo me trataba de convencer.
- ¡No necesitamos baqueanos! -  Le afirmaba.
 - ¡No importa! -  Me contradijo Nemesio.
- ¡Si, no importa! -  Confirmó Abraham.
- Y debo aclarar que él resto de los grupos que fuimos a esta ocasión.
Insistieron hasta más no poder.
El caso es que sostuvimos una pequeña discusión.
¡Pero bueno!
En una incursión de esas deben ir, solamente los  que uno conozca.
¡Por cuestión de seguridad! Esta es mi opinión al respecto.

- ¿Cuál seguridad? -  Me atajó Nemesio.

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