"El Guegüence"
- Tengo mucha hambre y requiero comer. Todo mi capital se lo tuve que dar a ese estúpido. Así que: ¡Denme de comer ya! – Les gritaba con su rostro deformado, corriendo comenzaron a sacar de su cartera cada una de ellas, entregándoselo todo cuanto poseían. Con la mano tendida recibió cuanta moneda y billete le suministraban, lo contó todo.
- ¿Y “Esto” es todo lo que le van a regalar a papito? – Ellas voltearon sus carteras en señal de que no tenían nada más. Las miró detenidamente. Se lo metió  todo en su  bolsillo.
Dio muestra de estar complacido. Nuevamente comenzó a sonreír, y canturreando las nalgueaba y muy solícitas,  les esquivaban aquellas muestras que  para ellas eran de aprecio y de confianza.
- ¡Tú mi bailarina de sorteo…allí, en la otra esquina! Ven acá mi pechugona, ¡ricota!  Tú estarás entre la bailarina y la “Trituradora”. Las tres se me van a hacer compañía. ¿Ok? Yo iré a comer una bala fría por allí. Ya saben: Nada de crédito. Nada Gratis.  Todas  las especialidades tienen su precio. Y en cuánto vuelvan… ¡Aquí mismo me dan toda la plata! ¿Ok? – Amenazándolas con su pistola en una de sus manos y en la otra, tendida les hacía señas que allí era en dónde depositarían la paga por cada cliente.
- Tú mandas Guegüe. – Obedientemente se ubicaron. A cada carro que pasaba en dónde hubiera solo hombres, mostraban todo su arsenal.
- ¡Toda mi vida he sido el único macho! – Se quedó el tiempo necesario para chequearlas bien y se dijo muy quedamente, como para escucharse nada más que él y sin que nadie lo escuchase:
- …Son brutas y nada más entienden a los golpes. Son potras medio salvaje que seguramente andarán buscando la forma de deshacerse de mí.
¡Por eso es que las castigo!
De mí, ninguna se va a zafar. ¡Antes las mato!  …Y ellas se lo saben. Mientras me teman, estaré tranquilo. Mi hierro tiene que estar al rojo vivo. ¡Ninguna se zafa de mí así, tan fácilmente!  - Comenzó a caminar muy lentamente, siempre pendiente de su ganado.
- ¡Ah se paró un incauto…! – Contempló que la pechugona había parado a su primera víctima.
- Está bien pechugona…menéaselas aún más… ¡así! ¿Estás viendo….? ¡Ya lo calzaste! – Hizo una señal de triunfo, su pupila se montó en el carro y rápidamente se le abalanzaba a su cliente.  Decidió regresarse rápidamente. Se ubicó a la vista de todos, en forma ostentosa. 
Le hizo señas a las dos restantes para que exhibieran más sus dotes, para que atrajeran más clientela. La habilidosa trabajadora, se percató de que su jefe la estaba chequeando, así que apuró su faena. A los minutos, se bajó pomposamente y se dirigió hacia su manager. Ambos se apartaron. Le pasó un fajo de billetes y le informó en qué consistía ese pago. El Gue contó muy bien, lo recontó. Se cercioró la tarifa que él estableció.
Volvió a contar.
Quedó satisfecho. Le dio su correspondiente nalgada y le recomendó que no se tardara demasiado con ese iluso.
- ¡Regresa rápido, que hoy hay mucho trabajo! ¡Ah…y allá adentro…sácale más dinero! ¡Y me lo traes a mí…a tu papacito! – Y la despidió con su bien ganada nalgueada.
- ¡Si mí papacito lindo!
La aventajada regresó contorneándose vulgarmente y como mofándose con sus iguales, de que era la primera y la que más dividendos producía. Las otras se hicieron la que no la habían visto.
- ¡A ver Bailarina…Baila y traer biyuyo ya!
- ¡Ya verás que te doblo lo que te va a producir “esa”! – Afirmó muy convencida.
- ¿Y la Trituradora, qué me le pasó? – La mencionada comenzó a triturar y casi en el acto, otro se detuvo y haciéndole señas la llamó. Ni corta ni perezosa, como un rayo se le arrojó. Pronto sus risotadas se escuchaban. El Guegüe presionó haciéndole señas a la famosa bailarina, ésta le hizo señas de que ya le caería algo bueno.
- Mira mí Gue, acá te estoy trayendo todo este dineral. – Le anunció la Trituradora con aire muy triunfal. - ¡Quiere todas mis cualidades en su ser!
- ¿Y cuánto va a pagarme?
- ¡Aquí está! Cuéntalo todo y dime si me das el permiso para poder ejercer mis oficios… - Con minuciosidad y lentamente repasaba billete por billete. Buscó la tarifa, la sumó. Volvió a contar.
- ¡Ok! Puedes irte ya. Y recuerda: Tienes que ser precisa y concisa.
¡Ni un segundo más!
Pero eso si… ¡vente antes de tiempo! Ah y lo que siempre les digo: Cuando estés allá adentro con él… ¡Sácale más billete! Se generosa con tu cuerpo, pero rápida en tu empeño. ¡Regrésame rápidamente! Que hoy hay mucho trabajo. ¡Arranca ya!
No se tardó nada en volver a su faena. Pronto partieron. Ahora quedaba la bailarina. La apresuró. De repente, dos automóviles se detuvieron. La trabajadora miró a su jefe, como ratificándole que era muy bien cotizada. De reojo comenzó a detallar bien a los clientes. Le hizo señas que acudiera al auto más costoso y allá contorneándose se le acercó. Aguardó unos minutos más. Al cabo de los cuales, le regresó muy sonreída. Un fajo de billetes en su mano le depositó mientras distraídamente se chequeaba sus pestañas y con ese chicle en su boca produciendo un horrible sonido.
- ¿Qué te pidió?
- Todo.
- …Pero son dos tipos… ¿A los dos? ¿Por el precio de uno? ¿Estás loca? ¡Quiero más dinero!
- Si.
- ¡Entonces que te den el doble, sino no hay nada! ¡Mi mercancía no la rebajo, ni  mucho menos la regalo!
- Si papacito lo que tú digas. – Masticando con más fuerza…taconeó regresando a sus clientes. Hablaron entre ellos. Notó que le repetía lo de que la mercancía tenía su precio y que su jefe no la regalaba. El segundo accedió y sacando su dinero, se lo dio.
- Papi… ¿Qué te parece? Pidiéndome una rebaja que porque eran dos…
- ¡Ni un solo centavo! ¡A ver, déjame contar! – Chequeó las tarifas. Contó cada paquete. Sacó su sumadora, sumó. Volvió a contar y cuando ya estuvo conforme, le dijo:
- ¡Rápido…dales un mateado a los dos ya! ¡Y te me regresas ya! ¡Y nada de darle ñapa, ni regalo alguno! ¡Vente ya mismo!
Se apartó y en la soledad del sitio, volvió a contar y re-contar. Sumó todo. Y una vez que hizo su arqueo de caja, y en vista de que todo cuadraba a la perfección. Se lo guardó distribuyéndoselo en todos los bolsillos tanto de su pantalón como de su camisa. La sonrisa era de oreja a oreja. Estaba satisfecho. Su faena iba por buen camino. Chequeó detenidamente su entorno. No se confiaba de nadie y tal como estaba la situación del país, había muchos ladrones que siempre querían quedarse con el dinero ajeno. Una vez que se tranquilizó al percatarse de que nadie lo espiaba. Comenzó a silbar alegremente. Se recordó que tenía hambre y que ahora, si podría darse su buen banquete. Pero era preciso, no tardarse demasiado…esas pícaras se podían aprovecharse de su ausencia y atender sus clientecitos sin pasarlo por la caja, o sea por él.
- Tengo mucha hambre… ¡Pero muchos negocios que seguir atendiendo! – Se decía a sí mismo mientras caminando miraba hacía todos los lados. Nunca se podía confiar, ya que por cualquier rendija podía aparecer un pillo.
A los pocos minutos llegó a otro de sus centros de negocios. Allí ya lo estaban esperando.
- ¡Hola jefe! – Se le adelantó uno de muy fea apariencia, con la cara llena de moretones y cicatrices. Era alto y fornido. Quién se había desempeñado como boxeador, teniendo un débil desempeño, aunque con fama de boxeador. El licor, las drogas y las mujeres terminaron de opacar su fama de noqueador nato. Ya en ocaso final de su carrera pugilística y para mantenerse tuvo que servirle como matón de poca monta. Constantemente lo buscaba para que le diera algún que otro “trabajito” demoliendo a golpe a todo el que el Guegüence le señalara. Y lo poco que le “pagaba” lo gastaba en sus vicios destructivos.

- ¿Moliste a golpes a la rata asquerosa? – Ése ejemplar le estaba trayendo ciertos problemas y por esa razón le envió ese regalito.

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