"El Guegüence"
A los pocos minutos llegó a otro de sus centros de negocios. Allí ya lo estaban esperando.
- ¡Hola jefe! – Se le adelantó uno de muy fea apariencia, con la cara llena de moretones y cicatrices. Era alto y fornido. Quién se había desempeñado como boxeador, teniendo un débil desempeño, aunque con fama de boxeador. El licor, las drogas y las mujeres terminaron de opacar su fama de noqueador nato. Ya en ocaso final de su carrera pugilística y para mantenerse tuvo que servirle como matón de poca monta. Constantemente lo buscaba para que le diera algún que otro “trabajito” demoliendo a golpe a todo el que el Guegüence le señalara. Y lo poco que le “pagaba” lo gastaba en sus vicios destructivos.
- ¿Moliste a golpes a la rata asquerosa? – Ése ejemplar le estaba trayendo ciertos problemas y por esa razón le envió ese regalito.
- ¡Claro jefecito!
- Mira “Chiquito” (Era el apodo que él mismo le endilgó) necesito pruebas… ¡Sin pruebas, no pago!
- Jefecito, tendremos que ir al hospital. La última información que me dieron es que le rompí casi todas las costillas.
Le di durísimo en su columna vertebral.
Le desalmé sus omoplatos.
Le reventé los tímpanos.
Le destrocé su panza.
Le trituré cada una de sus huesos.
Le deformé cada una de sus piernas…le machaqué su cerebro…
Le saqué casi todos sus dientes. Quedó con los dos ojos prácticamente cerrado.
¡Casi lo mato! ¡Le deformé la nariz! A cada herida, sangraba más y más.
Tuvieron que hacerle una operación para enderezarle las fosas nasales. ¡Está vivo, porque llegó la policía! Y tuve que escapar, ya que si me agarran… ¡Me matan!
- ¿Seguro “chiquito”?
- Cien por ciento.
- ¿No me estás engañando?
- ¡Ni qué Dios lo permita!
- …Tendré que verlo con mis propios ojos…
- Jefecito, ¡Hasta su propia madre me puede servir de testigo!
- ¿Y qué, ella te ayudó a someterlo?
- ¡No! Se enteró, por cosas del destino. Está allá adentro. ¿Se la llamo?
- Ok. – A los pocos segundos llegó su progenitora. Excesivamente pintarrajeada. Y con ese caminar inconfundible de las féminas que se dedican a satisfacer a su extensa clientela. Al verlo corrió desaforada a abrazarlo y besarlo. Por respuesta recibió golpes y empujones.
- ¡Quédate quieta! ¡Respeta a tu jefe! – Visiblemente enojado, le propinaba sonoros golpes con el puño cerrado, tal como el que se utiliza en peleas callejeras.
- ¡Si papito, lo que tú órdenes!
- ¡Jefecito para ti! ¿Ok?
- Como tú me digas papito, ¡digo Jefecito! – Su retoño la miró de arriba abajo. Ya los años le estaban pasando cruelmente la factura.  Ya esa figura que volvía loco a todos sus “Admiradores” ya se estaba comenzando a verse algo marchita. Aunque a decir verdad, se mantenía. Pero al verle su rostro… ¡Mejor era mirar hacia otro lado!
- ¿Dónde está mi dinero?
- ¡Ay mijito, perdón Jefecito! Ya no estoy tan productiva a como estaba antes. Además tú no me has querido poner en la misma acera en dónde están mis coleguitas…
- ¿Estás loca?
- Si, me pones a trabajar allí, te produciré mucho más de lo que ya estoy logrando reunir.
- ¡Allí solamente pongo “Carne tiernita”! ¡No viejas como tú! ¿Estás loca?
- Pero recuerda que cuando yo te servía allí, mucho dinero te producía…
- No.
- …Anda papi…digo Jefecito…
- No. ¡Límpiame los zapatos, ya! – Su madre se tiró al piso para obedecer la instrucción terminante que le ordenó su vástago. Con la tela de su vestido, le sacaba más brillo. Primero uno y luego el otro.
- ¿Así, están bien? – Se dignó a bajar su cabeza y a chequear el resultado, mientras su madre lo observaba sentada en el piso.
- …Si, aunque pudieron quedar mejor. Y aprovechando que estás allí… ¡Hazme el oral! ¡Rápido…que quiero comprobarme si aún estás apta para esto!
- Jefecito… - Lo interrumpió el boxeador muy tenuemente, como para que no se enfadara. Pero éste ni le prestó atención. Así que aguardó un momento más. Fue testigo mudo de aquella escena, contempló con que lujuria la progenitora ejecutaba su acción, ante su cachorro, que al parecer no estaba ni pendiente, ni daba la impresión de agradarle en nada. Sin darse cuenta, se persignó y cerró sus ojos.
- ¡Basta! ¡Ya quita tu hedionda jeta de mí! ¡Límpiame, anda búscame agua y jabón! –  Sus quejosas palabras rompieron ese silencio muy elocuente.     La ejecutante corrió a obedecerle. Regresando casi al instante. Lo limpió con mucha delicadeza. Lo secó y luego le dio un sonoro beso.
- ¿Quieres darme más? – Lo trataba de seducir, poniéndole su trasero en forma voluptuosa. Por respuesta recibió una potente patada. La pobre mujer cayó aparatosamente a varios metros de distancia. Su hijo, ya no le prestaba atención alguna.
- …Siempre ha tenido ese carácter. ¡Es mi macho! – Gritó eufórica dirigiéndose ante el inmóvil ex atleta. Él la contempló y pudo notar la inmensa satisfacción que sentía a pesar de los malos tratos de que era víctima. Sin embargo, corrió a auxiliarla. Un dejo de tristeza y rabia contenida lo invadió.
En su aparatosa caída se rasguñó la frente, y de su nariz brotaba abundante sangre. Con su experiencia boxeril, logró contenerle la hemorragia.

Le buscó una silla y allí la ayudó a  sentarse. Lágrimas brotaron de sus ojos. A su lado estaba un potente pegador, gladiador de extensas batallas, pero que ya estaba en destrucción. Contemplándola hasta con tristeza pero que se sentía impedido a contradecir a su generoso mentor.

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