“Después de mí…¡Nadie mas!”

- Ok, pero solamente un ratito.
Carmen entró. Susan y  Miguel, se tuvieron que quedar afuera, en la salita de espera.
Al rato, se les apareció Román. 
Se le veía muy reposado.
Su tranquilidad era pasmosa.
Ni señas de ningún tipo de recelo o desconfianza de su parte.
Lo más natural posible.
- ¡Entonces Miguelito! ¿Cómo te ha ido? – Era Román.
- ¡Aquí esperando para ver cómo sale de ésta tu esposa!
- ¿Y qué fue lo que le dio? – Miguel quedó pasmado. Lo miró y éste estaba muy sereno y de lo más tranquilo.
- …No lo sabemos. Está como toda desmadejada.
- ¿Y quién está con ella?
- Carmen.
- ¿Y tú Susan, cómo estás? – Miraba con lujuria a la chica, a pesar del rechazo muy evidente de su parte. Susan no le contestaba nada, prefirió  seguir mirando hacia el sitio en donde estaban sus dos amigas.
- ¿Susan…Qué cómo estás? – Le volvió a preguntar. Una cálida sonrisa se le dibujaba en todo su rostro.
- …Bien. -  Fue su respuesta después de haber pasado unas cuantos minutos de silencio.
Su rostro demostraba su indignación.
Román  la miraba con mucha alegría  en su rostro.
Miraba alternativamente a Miguel y a Susan  y hasta que ésta no le contestó su saludo, no la dejó en paz.
- …No entiendo, el por qué está enojadas  conmigo. ¿Te he ofendido acaso amiga Susan? - Silencio y cara de piedra.
- Aunque tú no te lo creas…Yo sigo siendo tu amigo. Y déjame decirte, que me gustas mucho…
Como amiga de mi bella esposa, claro está.
Seguía estática y sin mirarlo.
Por fuera se veía a leguas, que ésta estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano, para no agredirlo.
Y es que estuvo: “A punto” de arañarle la cara, abofetearlo y llamarlo “¡Poco hombre, bestia!” Realmente, estaba muy incómoda esta situación. Miguel  como para disipar esta ingrata afrenta, trataba de mediar o de desviar la atención.
- ¿Y cómo supiste que habíamos venido aquí?
- En la póliza está mi número de teléfono y como soy el titular…
Por supuesto, que me tienen que llamar.
Por esa razón, me vestí y vine a toda velocidad  Miguelín.
Mi bella esposa requería de mi presencia en el acto… ¡Y heme aquí!
Pero lo que realmente no puedo entender, es el por qué Susan me esté quitando el habla y me esté mirando con ojos de odio.
“Malos ojitos son cariño…”
Recuerda Susan,  que no soy nada rencoroso.
Y te perdono, todo el daño que tanto tú como Miguelín y Carmen, me han infringido.
Yo los perdono de todo corazón.
- ¿Perdonarnos a nosotros y  por qué?
¿Qué te estás creyendo tú? – Le espetó violentamente Susan.
- Mi queridita y amena compañera de estudios de mi bella y gentil esposa.

…Escúchame mi  linda y atractiva colega de mi costillita…









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