“Conversaciones con don Carmelo”
Viernes 18 de abril de 2014.

Así que pronto a lo “mero macho” violó sistemáticamente todos los preceptos legales en cuanto al transitar -vehicular se refiere- y de una manera sobre natural se fue transitando, dejando al resto de los chóferes enredados en su nudo de inexplicable solución.
- ¡Qué barbaridad! – Me dijo mientras se desenrollaba aquel nudo gordiano que la ligereza y la arbitrariedad de uno de los tantos “ciudadanos” que siempre deambulan por estas calles.
- ¡Chico! Y me pregunto yo: ¿No habrá alguna ley para esos desgraciados? – Me preguntó mientras el ya mencionado se aprovechaba del momento en que todos lo censuraban, pero que ninguno se lo hizo patente, y que esto motivó que el mismo aprovechara para desaparecer y dejarlos con los crespos hechos a todos los que por allí transitaban.
- ¿No hay ley que castigue a tanto desgraciado suelto por ahí? – Temblaba de la cólera. Sus lentes bailoteaban entre su rostro contraído por ese momento álgido –por demás está decirlo- El anciano insistía en verlo mientras el pequeño vehículo sorteaba todas sus trabas.
- ¡Desgraciado, mal parido! – Le gritaba, pero el citado no dio muestras ni de escucharlo, ni mucho menos sentirse aludido. Campeante  pasó a nuestro lado.
- ¡Ese es un mardito! –Para no decir la palabra correcta- Me dijo ya mirándome a mí y cesando en su mirada acusadora, y diciéndome esto se volvió para seguir el desenlace automotor.
Pero ya pronto, se fueron desplazando y en cuestión de segundos, cada uno volvió a su normalidad.
- Me recuerdo cuando yo era chofer de taxi allá en Caracas
- ¿Ah y estuvo allá por la capital?
- ¡Oh  si! Yo viví ¡durante diez años y ocho meses! – Yo me le quedé mirando mas por estupor que por otra cosa y me dije a mí mismo –este viejito se las trae- así que ni corto ni perezoso lo observé mientras cerraba sus ojos, como añorando aquellos años en los cuales por la felicidad que delata su rostro, debió haber sido una etapa muy feliz de su vivencia.
- ¡Los caraqueños son una vaina!
Mira que yo les llegaba a pedir una dirección ¡y me enviaban diametralmente opuesto!
¡Se burlaban de mí ignorancia…!
¡Gozaban un mundo a mis costillas!
Pero eso fue muy bueno, ya que me obligaron a memorizarme ¡todas las direcciones! Y ya después me fui convirtiendo en “un verdugo” y ya no se mofaban de mí. ¡Así aprendí esa lección! -
Alzó su mano derecha y se la llevó a su boca, mientras sus labios delataban el esbozo de una sonrisa de satisfacción, y me adelantó…
- En aquella época, yo vivía con una colombiana: ¡Pilin!
¡Ah la graciosa  y siempre “activa” Pilin!
¿Cuantos recuerdos gratos acuden a mí memoria, con solo nombrarla?
Ella trabajaba como mesonera en un restauran de los del este, tú sabes. (¿No conoces esa zona?)
Es la zona de la Caracas ricachona. Y yo era un simple chofer de tráfico. Pero recuerdo que en esos años, yo manejaba un carro alquilado.

 Y me decía la Pilin…



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