“Después de mí… ¡Nadie mas!”


Y ahora…Resulta  que me vio cara de: ¡PENDEJO a mí! ¿Me vieron a mí? ¿Y no será que fue a usted mi amiga a quien le vieron su cara de zonza?
 - ¡Bueno…Tú eres el hombre de la casa! ¡Tú tienes que defenderme siempre!
- ¿El pendejo? ¿Acaso soy “el perro bravo”  de esta casa?
- El macho de esta casa. El que grita y se impone siempre. ¡Mi marido que es muy fuerte y poderoso!
- ¿Y ahora, si soy el macho, verdad?
- ¡Siempre  lo has sido!
- ¿Siempre?
- ¡Siempre! Lo que pasa es que tú te la tiras de arrechito, pero dejas entrar a cuanto sinvergüenza haya por allí. ¿Y ahora…Cómo quedan tu hijita y tu esposita?
- ¡Pues ahora ve a buscar a ese grandísimo hijo de su gran  mama  y tráetelo aquí mismo, para que le dé frente a todo esto! – Le reclamó fuertemente su marido.
La señora Mireya, se quedó desarmada. No supo que responderle e intentó entrar a buscarlo. Pero antes de llegar a la puerta, se volvió e imperiosamente le gritó:
- ¡Yo soy la esposa sufrida y tú eres el macho de esta casa! ¡Ve a asumir tus potestades!
- ¿Yo?
- ¡Tu eres el dueño y señor de todo esto! ¿Qué pensarán todos de mí? ¿Acaso yo soy mujer de “Ése” y me le voy a meter al baño? ¡Yo soy una DAMA! ¡Usted es el HOMBRE de esta casa! ¡Vaya  y lo trae por las mechas!
¡Hágase respetar carajo! Para que todos sus vecinos lo respeten y para que nadie venga de afuera a ensuciar su propia casa. ¡Vaya carajo!
El señor  se quedó sin argumentos, ya que reconocía que era todo eso. ¿Pero…Él no era el culpable de que semejante esperpento entrara en su casa? ¡Además si se bañaba…No era por su decisión! ¡Ella, su esposa, lo desautorizaba a cada rato!
 ¿Pero no era cierto que él y solamente él, era el chivo que más mea en esa casa?
Y él y solamente él, podía hacerse respetar.
¡Pues sí, que era el señor! ¡Claro que sí!
 ¿Pero por qué él,  tenía que hacer siempre el trabajo sucio?
¿Era justo esto? ¡No, no lo era! Pero igual tenía que hacerlo. ¿Total? Él era el único señor allí.
Nadie más.
La impotencia lo exasperaba. Así que caminando de un lugar a otro, se detuvo y clamó lo siguiente:
- ¡Pero que conste…Voy porque sé que soy el jefe aquí! – Y volviéndose hacia su cuadro familiar y a todos los que quisieran escucharlo:
- ¡Nadie más va a asumir mis responsabilidades! ¡Nadie más! – Y comenzó a caminar hacia el portón y luego hacia su casa.
- ¡El baño queda adentro de la casa! – Le gritó fuera de sí,  su esposa, pero sin dignarse a mirarlo. Se le veía muy indignada.
- ¿Ah…Dentro de la casa?  ¡Pues claro que sí!
¡Ya lo sé! Pero…Qué quede constancia de mi queja…
- ¿Cuál queja? – Le espetó su esposa. La cual mirando a los demás, como haciéndole esa pregunta a todo el que la mirase.
- ¿Qué, qué o cuál queja? ¿Cual queja será pues? ¡La misma de siempre!
¡Qué todo esto no es por mi culpa! ¡Y que conste por escrito! ¡…He dicho…! – Se veía que su enfado era muy grande y no lo disimulaba. Estaba rojo de la ira. Y diciendo esto  entró  a su casa. Sus pisadas causaban miedo.
Todos estaban súper incomodísimo, no lograban acomodo ante la tirantez de esa situación tan enojosa.
- ¡Ay mami! ¿Qué será de mi vida? ¿Seré el hazmerreir de todos? – Su cara denotaba lo alterada que se sentía. No sabía cómo razonar, ya que en su fuero interno aún se resistía a darle crédito a todas esas fotos.
- ¡Eso jamás! Tú padre, sabrá cobrarse esta afrenta

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