"Monterías"
- Amigos, estamos en graves peligros; Por todos los rincones, nos pueden atacar, nos pueden destrozar.  
¡Ni se imaginan la cantidad de enemigos que nos están acechando! (¡El hombrecito nos mostraba con su dedo a todos y  a nuestro alrededor!)
Aquí en la selva, dominan los demonios de la selva.
Y en esta en especial, hay muchos y muy malos.
Les gusta infringir mucho dolor a los hombres que por allí se atreven a deambular.
Para nosotros los habitantes de esta montaña, conocemos a unos cuantos. 
Y debo reconocerlo. Son muy malucos y perversos también.
En especial, el espíritu del mal. Es muy sanguinario.
 Gusta de hacerles maldades a los hombres. Estamos indefensos ante ellos.
Aquí no hay poder que nos pueda amparar.
La ley de la selva es inexpugnable.
¡He visto correr, a muchos hombres que se dicen ser machos!
¡Si jeñor!
Los machos aquí se chorrean los pantalones. Esto es muy peligroso.
No deberían estar los que nunca antes han venido aquí.
¡Contra ellos el mal se ensaña con toda su crueldad posible!
Yo mismo he visto con estos mismos ojos, cómo los descuartizan.
Cómo se los devoran y he escuchado con estos mis oídos.
Cómo gritan de pavor. ¡Auxilio…Socorro…! – Gritan angustiados.
¡Se los devoran vivos! ¿Han sido testigo de esta tragedia?
Esta personificación que estamos persiguiendo  es muy maligna.
He visto como despelleja a sus víctimas.  ¡No tienen escrúpulos…!
No le importa en absoluto, el dolor que infringe.  ¡Son muy malvados!
La sangre que sale a borbotones, se la chupa.  ¡Uyyy huacales…cochinos, sucios!
¡Ese bruto es un matarife! ¡Al parecer no se conduele del dolor humano!
Una vez, presencié como devoró a dos ponedores de trampas.
Uno lo tomó desprevenido y ¡Zas! 
Lo agarró por el pescuezo, por detrás y de un solo mordisco le desbarató el cuello. Sonó como el crujir de huesos de pollo.
¿Lo han escuchado? ¡Pues así es, igualito!
¡Yo creo que ese pobre, ni cuenta se dio!
Una vez que lo sometió procedió a comérselo.
¡Así mismo como se los estoy narrando!
¡Sin perder ni siquiera un segundo!
¡Es despiadado! ¡No tiene ningún tipo de remordimiento!
Poco a poco. Se echó
– Igual como lo hacemos, como si se sentara a una mesa para degustar sus alimentos y comenzó a desprenderlo por piezas y con pasmosa tranquilad se lo fue degustando.
Y el segundo corrió y se encaramó en la primera mata que consiguió, y subió y subió llegó hasta el mero copito, creyendo que no lo podría alcanzar.
La rama se bamboleaba de un lado a otro, por el peso de ese hombre.
Yo vi con estos mismos ojos como ese pobre cristiano, no dejaba de mirarlo, mientras se tragaba a su compañero de armas.
Gemía, sollozaba, lloraba como una madre.
Lo ví  temblando de pavor.
¡Qué escena tan desgarradora!
Escuché (Con mis propios oídos) que clamaba a su Dios, pidiéndole que se apiadara de su vida.
- …Perdóname leoncito…Perdóname… ¡Perdón…perdóncito! 
Pues les cuento: Él despellejó a ese infeliz, se chupó toda (Todita) su sangre con toda su calma. (…Así de esta forma… ¿Me están viendo? ¡Es un salvaje!)
Fue tragándose a ese infeliz. …Con toda su regalada paz…
Luego se echó a descansar. ¡Panza repleta! ¿Se imaginan esto?
Y arriba quedó el otro y esto lo digo, creyendo que él quizás pensaba, que en cuanto ése inhumano, se quedara dormido…Él podría escapar.
 Hizo varios amagos, pero siempre que comenzaba a descender…Algún movimiento hacía el verdugo.
Así, que desistió.
¡Demasiada tensión nerviosa!
Decidió afianzarse a sus ramas y quizás confiando, en no sé quién.
Pero allí estaba como si estuviera adherido con pega de esa que es duradera, a ése tronco de árbol.
Pasó un largo rato. Todo parecía ir a favor de ese pobre ser, me refiero al que

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