Los cuatros, portaban sus armas.
Y fue cuando los espalderos,
comprobaron que de los hombres de Asunción…Estaban ya preparados.
Los
amenazaban con los rifles listos para
tirarlos a cada uno de ellos.
Aníbal, hacía señas de que todos se calmaran.
Y volviéndose
hacia sus colegas les ordenaba que depusieran sus armas.
Y cuando, sus dos
compañeros bajaron sus pistolas, él procedió a hacer lo mismo.
Le mostraban sus
manos limpias a Asunción.
- …Asunción…No nos gustan que se mofen de nosotros.
- Nosotros somos machos. – Gritó Cesar.
- Y ese mocoso, ya nos ofendió. Hoy mismo voy a hablar con don
Andrés.
- Sí y no vamos a seguir aceptando que nos grite y nos veje,
como lo hace ese mocoso de mierda.
- Pero ustedes se rieron de él. – Les contestó Asunción saliendo
en defensa del mocoso, quien en ese momento, salió de su escondite y los
enfrentó envalentonado, con la súbita defensa de Asunción y sus hombres.
- ¡De mí nadie se burla!
¡No ha nacido el primero que viva para
contarlo!
En ese momento, Asunción se volvió hacia él y bajando la voz, le
increpó lo siguiente:
- ¡Si sigues cacareando como una gallina clueca…Aquí mismo te
dejo!
- ¡No Asunción, ni loco hagas eso!
Está bien, me callaré.
Todos bajaron sus armas y la calma y la paz, volvieron a reinar.
Y en un mirar de repente. Andresito, comprobó que nadie estaba
trabajando.
Todos estaban pendientes de todos estos incidentes. Quiso chillar,
pero de su garganta salió un ronco sonido.
Tan solo se apreciaban sus brazos y
su muy ondulante sombrero.
Pero la verdad, era que ninguno le prestaba
atención. Y aunque lo vieran…No le temían.
Y viéndose impotente, le informó a
Asunción, quién al volverse a mirar a los trabajadores…En el acto reanudaron su
faena.
- Medina… - El sirviente no pudo escucharlo bien. Pero entendió
que era a él a quién su amito se dirigía. Su voz era gangosa y ruidosa.
- Dígame amito… - El mocoso, trataba inútilmente de
hablarle…Pero ya estaba ronco y su garganta enrojecida, le ardía y le
ocasionaba mucho dolor.
- ¿Qué me querrá decir? – Se preguntaba Medina, muy angustiado.
- ¿Quieres que el señor, comience ya a trabajar? – Le consultó
toscamente su mayoral. A lo que el joven, ahora mudo, hacía señas afirmativas.
- ¿Entonces lo pongo a trabajar ya mismo? – El jefecito movía
afirmativamente su cabeza.
El sombrero, ya lo tenía obstinado.
Ciertamente que
lo protegía de ese ardiente sol, pero el viento lo cargaba a monte. Y ya
obstinado, se lo quitó y lo lanzó con furia al piso.
Pisándolo con mucha
cólera.
Medina, corrió y agarró al dichoso sombrero, antes de que éste
lo destruyera.
- Amito…Ese sombrero debe valer toda una fortuna…
- ¡M i e r d a! – Alcanzaron a entender los que lo oyeron.
- Bueno Medina, es mejor que se quede cerca de Andresito y no lo
deje hacer más locuras.
- ¡Sí señor Asunción! ¿Y qué hacemos con su sombrero?
- Guárdelo en el carro.
El sirviente, corrió hacia el vehículo y lo guardó con mucho
cuidado. Presentía que su papa se pondría muy enojado si conseguía ese sombrero
destrozado.
De regreso, volvió con el termo de agua fría y le dio de beber
un vaso de agua fría.
El chaval, se precipitó sobre el preciado líquido e intentó
tragárselo.
Pero en cuanto, le llegó hacia la zona afectada, ésta le produjo un
espantoso dolor.
Gimió de dolor. Gruesas lágrimas brotaron de sus parpados.
- ¡Viejo estúpido! ¿Quieres matarme? – Aún con toda su ronquera,
alcanzó a emitir ese graznido e instantes después llevándose ambas manos sobre
su garganta adolorida, se inclinó del dolor intenso que sentía.
Muchos lo miraron y esa sonrisa sardónica, se dibujaba en muchos
rostros.
Les complacía ese intenso dolor y es posible, que muchos de los
presentes, se lamentaran de que fuera solamente ese dolor.
Ya que con mucho gusto, muchos se lo darían y hasta gratis.
Asunción, presenció ese sadomasoquismo gusto. Y por supuesto, que tuvo que poner
cara de pocos amigos.
Tenía que imponer el respeto.
Aunque íntimamente, él mismo acariciaba ser él mismo el
ejecutante de esa acción.
El resto de esa jornada, la tuvo que ejecutar ya él solamente.
Por una parte, agradecía el no tener que soportar esa presencia tan fastidiosa.
- ¡Aníbal! – Lo llamó.
En el acto, el susodicho se le presentó
al frente.
- ¡A la orden!
- Necesito que me apoyes.
- ¡Lo que tú ordenes Asunción!
- Necesito que tú y Cesar, se coloquen allá… ¿Estás viendo? – Le
señaló con su mano, hacia un promontorio lejano de ellos. Como a unos
quinientos metros.
- ¿Ves aquella mata amarillita?
- …Sí...Aquella…Sí, si ya la divisé.
¿Qué quieres que hagamos?
- Que se vayan para allá…Estoy viendo movimientos raros por
allá. ¿Estás viendo? – Los armados, visualizaron detalladamente el sitio.
- ¡Ya nos vamos! ¿Y qué vamos a hacer allá?
- Vigilen bien. Me está dando la impresión de que se están
robando nuestra mercancía.
¡Corran!
Los dos hombres, corrieron hacia el sitio indicado. Miraban
hacia varios puntos.
Con sus pistolas en manos, corrían apresuradamente para
obedecer la orden emitida.
Asunción, le indicó a Jaime, el tercer espaldero, que se
colocara detrás del adolorido muchacho.
Y una vez, que éste le obedeció, observó nuevamente hacia el
horizonte.
- Medina…
El sirviente, corrió solicito hacia su jefe.
- Dígame señor…
- Quédese aquí y dirija toda la operación.
- Como usted mande.
Y haciéndole una seña a su grupo, se alejó no sin antes
indicarle a Jaime, que cuidara con mucho cuidado al chaval.
- Medina…Mosca…Pendiente…Algo está sucediendo y necesito saber…
¿Qué es?
- Vaya en paz. Yo me encargo de los muchachos.
Medina, quedó asombrado.
Ya que después de aquella
humillación…Ahora era él el jefe de todos los que estaban trabajando allí. Y
era toda una cuadrilla.
Con varios camiones, que iban cargados con abultados y pesados
cargamentos de papas y volvían con guacales vacíos y en espera de volver a su
almacén.
Estaban unos cuarentas recogedores de papas. Más los que,
llenaban los guacales y los transportaban a los camiones.
Pero, por más que intentaba visualizar lo que Asunción, decía
que le era misterioso.
No pudo captar nada malo.
¿Total?
Su trabajo era hacer que cada quien trabajara y rindiera el
fruto que aspiraban.
Todo ese cargamento, tenía que salir, y esa era su nueva
labor.
Así que se concentró con todo el ahínco posible para lograr complacer al
dueño, don Andrés.
Cuidando de que cada paso, fuera ejecutado.
Ya que el tiempo es
precioso.
Aníbal y su compañero Cesar, llegaron hacia el sitio indicado. Y
comprobaron, que algo extraño estaba aconteciendo.
En ese sitio, en teoría no
debería haber más nadie y los que estuvieran tendrían que estar bajo las
órdenes del jefe don Andrés.
Pero no fue así, varios hombres al verlos llegar se escondieron
entre la espesa vegetación.
- ¡Alto! ¿Quién está allí?
Ambos hombres se tiraron al suelo.
Y apuntaban hacia el sitio,
en donde divisaron movimiento de personas.
Aguardaron unos segundos y nadie ni
se movió ni contestó a la voz de alto.
Aníbal, se volvió hacia atrás en donde estaban el resto de sus
compañeros y divisó que Asunción venía detrás de ellos, fuertemente armado y
con media docena de sus hombres.
Le hizo señas, anunciándole que alguien se movía y no quería
identificarse.
Instintivamente se lanzaron a la acanalada tierra, ya removida
por los efectos de la recogida de papas.
Se movían, muy pegados a la tierra. Presentían que el peligro
estaba latente y se preparaban para un enfrentamiento armado.
El resto de los trabajadores estaban inquietos. Todos temían lo
peor.
Y lo peor que podía pasarles, era estar en medio de un tiroteo.
En cuyo caso, era de extremo peligro.
Realmente esa tensión cundió entre los trabajadores.
Pero no todos, de los que allí laboraban estaban inocentes.
En ese grupo reducido de mirones, se camuflaron elementos con otras intenciones.
Pero ya Asunción, había tomado sus medidas.
Y dentro del grupo
de sus hombres, tan solo se llevó a seis consigo y con los dos pistoleros,
tomaron la ofensiva.
Pero atrás dejó al resto de sus hombres, y a Jaime, el
espaldero, con la orden precisa de proteger a aquel infante imberbe.
El caporal, se acercaba rápidamente, al sitio en donde divisó
varias figuras masculinas, que parecían ocultar algo.
Y el temor mayor que
sentía, fue la de tener que enfrentarse a bandas armadas de: O narcotraficantes
o traficantes de armas.
- ¡Shhhh!
Sus señas eran casi mudas. Pero ya su grupo, estaba adiestrado.
Con señas, les indicó que se esparcieran, pero con mucho sigilo.
Medina, por su parte, ya se había enterado al ver los extraños
movimientos.
Todos eran conocedores, de que por esas tierras, se desplazaban
bandas armadas de contrabandistas.
No sabían a ciencia cierta ni cuándo, ni mucho menos por donde
se desplazarían.
Pero de lo que si estaban seguros, es que esos enfrentamientos
eran sanguinarios.
Muchos de los lugareños,
preferían mirar hacia otra parte, pero no verse involucrados en semejantes
actos
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