“El san Juanote”
Era tarde ya, pero sin embargo las brumas que caían de Los Morros me daba
esa sensación de armonía, que me incitaba a recordar mis primeros años de mi
vida.
¡Aspiré y expiré aire puro y bendito!
En efecto me encuentro en la plaza Bolívar y aunque no estoy pendiente de
esa imponente imagen (La imagen de San Juan, que se alza por aproximadamente unos seis (6 m)
metros de altura.) que domina todo mi contorno, pendiente estoy de lo bello y soberbio que es
ese estar.
Del caminar de muchos transeúntes unos van por allá y otros por aquel lado,
a lo lejos puedo divisar esa zona rocosa de tan atractivo y atrayente difuminar
que en ocasiones me incita a estar.
- Tú no eres de por estos lados… ¿verdad? – Una voz ronca y espesa se ha
dirigido a mi persona y lo siento a pocos centímetros de mí. En el acto, giro
hacia la dirección de mi parlante y veo a un hombre de mediana edad. Vestido a
la usanza llanera, con un sombrero que le cubre toda la periferia de su cabeza.
Portaba una franela de un color blanco que ya no relumbraba, pero de igual
forma lo vestía.
Por pantalón, portaba uno de color oscuro muy ajado y que mostraba a gritos
que en una época ya lejana era fragante y lucido.
En sus pies calzaba unas cotizas, que me hicieron pensar que vivía por esos
lados.
Un bigote chiquito y poco espeso, aún era de color oscuro, aunque unas
cuantas hebras denunciaban que no era tan joven como su porte me indicaba.
- Mire mi amigo, yo soy llanero de la mas espesa y tupida vegetación ha
habido.
He andado a caballo y a pie, tal como me está observando.
Conozco y reconozco a un viajante con tan solo verlo.
Aprecio y valoro al hombre que siendo llano y puro, es capaz de mostrar su
lado mas oscuro, aunque algo me indica que con usted no me he de caer…Pues
oscuro no lo percibo.
Al menos que mis muchos años ya engañen mi juicio, el cual valoro tanto como
mi silla, mi caballo, mi perro y todos los que por mi conocimiento admiro.
Y perdone que lo interrumpa…
Sé que de la imagen no está pendiente pues asina lo he detallado. Y perdone
mi indiscreción, pues en mi curiosidad me he henchido…Y si el buen señor me
permite…En el acto me le presento y le doy mi mano en señal de amistad. Porque
aunque usted no me lo crea…Me inspira mucha confianza.
- …Cómo me le va si de su presencia me ha dejado perplejo ya que por
mí…Nadie atención me ha puesto…
- Pues ya ve en el error que ha caído. Lo he venido siguiendo desde que con
su carro ¡tres vueltas le ha dado a esta plaza insigne!
- ¿Tres…?
- Una a una se las he venido contando. Y eso para que usted vea, que
transparente no es.
Su carro es aquel que de color gris, se ha pasado a tierra. Ha de ser por
los tantos kilómetros en que ha andado.
- En efecto mi carro es de color gris plateado según aparece en sus
escritos, pero dígame mi buen recibidor…
¿En dónde ha estado, que mis ojos no lo han detectado?
- Es que nunca me hubiera “avistado” pues a buen resguardo me encontraba.
Pero al verlo atravesar con su andar muy sereno…Algo me ha hecho bajar de dónde
seguro estaba.
- Edificio altos no diviso…Al menos que de Los Morros haya venido… - Le dije
muy perplejo.
- No está muy lejos mi viajero amigo. – En el acto me ha respondido, a lo
cual mi duda se ha incrementado por lo que muy “extraviado” le he preguntado…
- ¿Pero desde allá me ha divisado?
- En un principio así fue. Mas al verlo con cuidado, he decidido ir bajando
y desde ese árbol frondoso que en este momento nos da cobijo, he estado al lado
de esas hermosas paraulatas.
- ¿Paraulatas me ha dicho? No las he visto…
¿Será que de la vía de Corozopando me ha seguido…? Porque ni en esta plaza,
ni en la avenida Bolívar de esos bichos…No me he topado. – En verdad me ha
dejado estupefacto…Y me continuó diciendo…
- …Buen observador es el señor, que de eso se acuerda…Pero es que esa
avecita por todas partes me sigue y aunque usted no las vea… ¡Allá están
esperando mi retorno!
- Su palabra en duda no pongo. Y me desconcierta las muchas cosas que de
esta gran capital admiro, pero sin duda alguna…Le reconozco su cantao…
El buen Llano me avisa y sin duda le reconozco que cuando su canto escucho
quedo embelesado cual sirena me arrulla. – Asombrado estaba yo mismo, pues me
ha contagiado esa forma tan “versada” con la que este nuevo señor me ha
encarado, y en el acto me ha ripostado…
- Pues fíjese usted que de su paso sigo, cuando por vez primera lo detecte
fue cuando un rebaño de vacas arreaba y usted tuvo la paciencia debida.
No se asustó y con su mirar sereno, esperó hasta que la última res anduvo.
Y yo que en ese momento en la copa de un árbol andaba…Me dijo mi amiga la
paraulata…
- Mira, mira y pon tu atención que de ese hombre algo habrá de cierto que ni
los cocodrilos lo atacan.
Y como buen baqueano que me aprecio…Atención le puse. – En ese momento
escuché muchas cornetas de carros de todo tipo, y por inercia volví mi cara y
mi atención…A lo lejos contemplé una gran muchachada…Seguramente que salían de
un colegio, pues su uniforme portaban.
Y como suele suceder…Atraviesan veredas, calles y todo lo que encuentren en
su alegre peregrinar.
Me gocé en su disfrute, y a casi todos pude contemplar.
Pasado unos segundos de absorta atención, me recordé del llanero que tan
amablemente a mí se me había dirigido…Pero ya no estaba allí.
Al instante lo busqué por todos lados…Pero a nadie vi.
Por un repentino recuerdo…Hacía lo alto me dirigí, en el árbol que él mismo
me señaló…Pero tan solo pude detallar fue una mancha blanca que de prisa se
evaporaba.
No pude precisar si era la paraulata o si otra cosa seria, puesto que en el
acto…Una parte de esos colegiales por mi lado corrían.
Perdí mi concentración…Y el amigo se me iba, no me pude despedir y ni el
adiós le dije.
Pronto desaparecieron todos. Nuevamente solo me quedé. Tan solo una brisa
fría se enfrascó en mis pensamientos…Seguro que ya se fue y a lo mejor cuando
vuelva a San Fernando…Pasando por Corozopando nos volvamos a ver, pero tal como
él me dijo…Él será el que me vea y él determinará si a mi lado se ha de
acercar.
Bernardo
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