"Monterías"
¡Estaba
gozando un bolón a costa nuestra! Dentro de mi estado dramático en que me
encontraba. Temblando como un pollito remojado.
¿Cómo podría
estar así? ¿Era una venganza? Yo pensé.
¡Debe estar loco!
Si eso nos
ataca es a todos, al primero que agarre, o a mí, o a él, o a cualquiera de
nosotros.”
- ¿Y qué
hiciste? – Lo interrumpió Saulo.
- “Lo conminé
a que nos dijera a qué distancia estaba. Creo que hasta le di un ultimátum con
mi rifle, sí creo recordar que lo intimidé. (Con mi cara más seria…)
Y ¡No me
contestó! Su respuesta fue, azuzar a su caballo y retirarse.
¡Ni me
miró! Me ignoró. Muy campante. (¡Un
millón de veces…Mal nacido!)
Como si no
fuera con él. Nos quedamos los tres pegaditos.
¡Pero tuvimos
que seguirlo! ¿Qué más podíamos hacer?
Yo era el
único que decía conocer esa selva.
¡Y estaba más
perdido que el hijo de Limberg!
Así que
tuvimos que pegarnos a la cola del caballo del indio.
A partir de
ese momento les dije a mis camaradas.
-
¡Muchachones, detrás del indígena!
¿Qué otra
opción podíamos tener?
Allí
estábamos. Después de haber sido los dueños de la cacería, después de haber
sometidos a votación para ver si nos llevábamos el tipo ése.
Y eso que él
mismo. Me rogó para que lo aceptara.
Allí. Estábamos.
Tres ciegos, detrás de un tuerto.
Y lo peor, rogándole al bendito tuerto.
¡No nos dejes aquí! ¿Se imaginan?
Yo era el único que conocía. ¡Y estaba perdido!
Yo era el que tenía más experiencia.
¿Y de noche?
¡La primera vez!”
- ¿Pero dijiste que conocías la montaña?
– Le reproché.
- “¿La verdad? Era mi tercera incursión.
Siempre que había ido de cacería era en la madrugada. Al despuntar el sol. ¡Y
regresaba en la tardecita!
En esa cacería me di cuenta lo estúpido
que había sido.
¿No era ser arrogante?
Un imbécil. Creyendo que engañaba a
experimentados monteros.
¡Ah sí, yo el gran cetrero! ¡Y me
encontraba a merced de un miserable indiecito, que hasta ni leer ni escribir
sabría!
Y contando con semejante armamento.
Íbamos como si fuéramos a una guerra.
Lo qué me faltaba era un chaleco
antibalas y unos lentes de visión nocturna.
¡Y claro un tanque de guerra adelante y
uno detrás! ¡Oh qué vaina!
Siendo el más ducho, me le pegué al
miserable.
Mis compañeros, seguían informando de
pares y pares de ojos.
Dago seguía impertérrito. Nunca nos dio
importancia.
Más bien parecíamos ser una carga pesada
para él.
Por mi parte en mis adentros, me
agradecí a mí mismo, por haberle hecho casos a mis compañeros.
¡No sé qué hubiésemos hecho de no haber
estado Dago con nosotros!
Hasta de repente nos hubiéramos
disparado uno a otro.
O Nemesio me hubiera pegado un tiro o el
Abraham también.
Eso fue horrendo. Me confesaron, que
ellos nunca habían asistido a nada parecido a esto y mucho menos detrás de uno
así, en vivo y directo como esto.
Con decirles que ya tenían tiempo detrás
de su cuero y nunca lo habían ni siquiera avistado. ¿Qué bueno, no?
Nosotros lo habíamos avistado es mejor
decir y reconocer, que nos tenía acorralados.
Nuestro problema inicial: ¿Cómo
agarrarlo?
En un apartado, él nos esperó.
¡Yo pensaba que iba a menos de un metro
de su caballo!
Agarró por las bridas a mi cuadrúpedo y
lo sosegó.
Yo estaba espantado, más que mí propio
animal de carga.
¡El caballo lo divisó y yo, ni
pendiente!
¡El malayo me hubiera comido y yo ni
cuenta me hubiera dado!
No me dio tiempo ni siquiera de
apuntarlo con mi excelente rifle con mirada telescópica.
Mis compañeros, llegaron en escasos segundos.
Uno a uno, él fue agarrando a cada
caballo.
Ellos al igual que yo. ¡Estábamos ciegos!
Ya cuando nos sometió a los tres, nos
indicó que quería hablarnos de algo.
Nos indicó que nos apeáramos de las
bestias.
Y así, con mucha curiosidad (Y temblando
de horror) lo hicimos asustados
temblando, mirando sin ver más que la oscuridad absoluta.
Agarraditos de las manos, nos fuimos
guiando. Nos indicó que guardáramos mucho silencio y en susurro, comenzó a
relatarnos lo siguiente:
- Amigos, estamos en graves peligros; Por todos los rincones, nos pueden
atacar, nos pueden destrozar.
¡Ni se imaginan la cantidad de enemigos
que nos están acechando! (¡El hombrecito nos mostraba con su dedo a todos
y a nuestro alrededor!)
Aquí en la selva, dominan los demonios
de la selva.
Y en esta en especial, hay muchos y muy
malos.
Les gusta infringir mucho dolor a los
hombres que por allí se atreven a deambular.
Para nosotros los habitantes de esta
montaña, conocemos a unos cuantos.
Y debo reconocerlo. Son muy malucos y
perversos también.
En especial, el espíritu del mal. Es muy
sanguinario.
Gusta de hacerles maldades a los hombres.
Estamos indefensos ante ellos.
Aquí no hay poder que nos pueda amparar.
La ley de la selva es inexpugnable.
¡He visto correr, a muchos hombres que
se dicen ser machos!
¡Si jeñor!
Los machos aquí se chorrean los
pantalones. Esto es muy peligroso.
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