"Monterías"
Nemesio, tampoco la conocía y me preguntó: ¿Está muy lejos?
¡Imagínense! Noche oscura. Frio intenso.
No nos podíamos ver ni a centímetros. Tremendo aguacero nos cayó.
Yo estaba titiritando del frio. Ya llevábamos unas cuantas horas, y ese miserable nos informa que lo oyó.
¡Yo me precio de buen oído! (¡Y a ustedes les consta! Yo soy un radar para escuchar hasta las pisadas de una araña que pase a cincuenta metros de mí.)
¿Y dónde está?
En la quebrada de arriba. - Me contestó el indiecito.
¿Y a cuánto de aquí? -  ¡Y no me respondió!
Yo estaba temblando del mismo frio pero al escucharlo, comencé a jadear pero del horror. (Comencé a sospechar, que era cuestión de no sé cuánto, pero allí mismo, comencé a oír sus rugidos y hasta percibí su olor a salvaje.
¿Se imaginan?
Y yo, allí. Tan cerca. ¡Eso es para locos!)
¡Y ése miserable, estaba como si nada!
Me daba la impresión de que estaba en su propio charco. 
¡Tranquilito y campante!
- ¿O sea que ahora es cuando nos falta? -  Le grité indignado.
- No podía creer que ese indiecito insignificante y mediocre, me ganara en audición. Pero lo que más me intrigaba era verlo y sentirlo.
Como si nada le estuviera pasando. 
¡Qué bárbaro! – Hizo caso omiso a mí pregunta. - Y entonces.
Por la descripción, asumí que apenas estábamos como a mitad de la montaña o sea que teníamos que seguir cabalgando por unas cuantas horas más.
¡Nada! Ok, continuamos. Al poco tiempo, Abraham me toca sorprendido, volteo con mi rifle listo para caerle a tiros a lo que me tocaba y era él mismo.
¡Chamos no me hagan esto! Eso es muy peligroso.
Pude haberle soltado un tiro. 
¡Hasta pude matarlo! 
¡Sin querer, claro está!
- ¿Ves esos ojos?  Allí, allí… - Señalaba hacia un punto, el cual claramente no pude divisar, así que agudicé mis ojos y chequee, pensando que era algo muy peligroso al acecho. 
¡Les soy sincero, me estaba haciendo en mis pantalones!
- ¡Es un venado! -  Me dijo indignado el indiecito. En ese instante, oigo que mis camaradas, empuñan cada uno sus rifles.
- ¡Cuidado! – Nos gritó el indiecito.   - No hemos venido por los venados. ¡Hemos venido a matar al miserable! Todos quedamos con nuestra carabina al hombro y con el ojo puesto en nuestra presa. 
- ¡Cuidado! – Nos volvió a advertir Dago. Fueron segundos de una sensación de desasosiego.
- ¡Tranquilos muchachones! -  Les informé a los camaradas.
- ¿Por qué? ¡Lo tengo en la mira! -  Sostuvo  Abraham.
- ¡Yo me lo tiro! -  Afirmó Nemesio.
- ¡No! -  Intervino Dago fuertemente. –Sí tira. El cuadrúpedo  se espanta.
- Quieto Nemesio. Quieto. – Le susurré lo más quedo posible. Debía reconocerlo, Que tenía razón. ¿Imagínense? 
Si el melenudo escucha el tiro. Se nos huye…
¿Y cuándo lo podremos agarrar?”
- ¿Y qué hizo Nemesio? -  Inquirió Saulo.
- “Maldijo al indio, al puma, al venado y a todo cuanto se le atravesaba.
Pero no le quedó más remedio que bajar su rifle.
Juntos contemplamos, varios pares de ojos. Parecían estar pendientes de nosotros. Cómo poder saber. ¿Bestias o caza?”
- Y qué eran esos ojos… -  Pregunté tímidamente.
- “Una manada de venados. ¡Eso fue los que nos aseguró el guía!
¿Y yo qué podía decir? ¡Absolutamente nada!
Estaban pastando a escasos cincuenta metros. Nos miraban y cuando se percataron de nuestra presencia, se espantaron.
Allí nos quedamos embobados, tremenda cacería hubiese sido.
¡Pero ni modo!
Fuimos por los de la melena y debíamos regresar al menos con uno (¡Aunque sea con una peluca! ¿Qué más podíamos hacer…?) Y si podíamos llevar unos venaditos, aparte, claro  ¡Bienvenidos!”
- ¿Y por qué no los ejecutaron?
- “En primer lugar: ¿Nos convocaron para darle muerte a quién? ¿A quién?
Y si después de esto, podíamos llevarnos todo lo que estuviese en nuestro camino. ¡Lo que cayera!  Esa fue la orden recibida antes de empezar.
El caso es que en cuestión de segundos, producto de la huida de los venaditos, se formó un jolgorio.
¡Qué escándalo tan grande!
¡Qué algarabía, qué baraúnda tan loca y frenética!
¡Hasta yo mismo me quedé petrificado ante todo esto! ¿Se imaginan?
- ¿Y qué pasó? Unos monos aulladores, comenzaron con su escándalo.  Una multitud de bullicio, de todo género. De lo que se puedan imaginar.
Esperamos por un buen rato.
Loros, pericos, conejos; Monos de todos los tipos.
Hasta los mudos gritaban y chillaban.
¡Ojalá ése no los hubiera escuchado!”
- Eso lo pensé yo. – Aseguró Solís a punto de un colapso nervioso.
- ¿Cómo que no? ¡Se escuchan a kilómetros! -  Informó Saulo.
El relator, volvió en su carga analítica. Cambiaba de tono de voz, gesticulando para darle la trama requerida y:
 - “¡Es cierto! Así que esperamos a que esos aulladores, se calmaran. A que todo volviera a su normalidad. Nuestro guía me tocó con la punta de una vara.
Entendí que me indicaba que ya podíamos seguir.
Les susurré a los muchachones.
Lentamente, continuamos nuestro ascenso a esa montaña.
Muy lento, muy quedo y como ya les dije.
En completo silencio y de luz. Veíamos constantemente ojos.
Acusadores. Escrutadores.
Desconfiados. Desafiantes.
Sentía que nos vigilaban. Aquí entre nosotros:
¡Debo confesarles que hasta yo mismo llegué a sentirme muy aprehendido y sofocado!
Y hasta puedo confesarles: ¡Estaba intimidado!
Siempre pendiente nuestro. Llega el momento, en que te llegas a sentir, como:
¡Si fueses una cucaracha en baile de gallinas!
¡Eso hay que vivirlo amigos! 
El que todos te escruten, tal como si fueses el patito feo de aquella historia.
El follaje en momentos era abundante y espeso. Poco a poco, subíamos. Ya a eso de las tres de la madrugada. Escuchamos el sonido ronco de una bestia.
- Grrrrrr…. ¡Grrrrrr! – Y todo se estremeció. Los árboles tiritaban, la tierra calló…
Mi caballo, intentó escaparse, su respiración fue exasperante.
Yo me quedé petrificado. En una sola pieza.  (Y…aunque me cueste reconocerlo…estuve a punto… ¡A punto de caer de un sincope!) 
No solamente lo creí oír; También lo sentí encima de mí. ¡Lo juro! (¡Busqué a dónde esconderme…!  …Pero no encontré…)
No tengo empacho en reconocerlo.
¡Es lo más escalofriante que he pasado en mi vida! Algo en mí, me alertó.
Está cerca. ¡Viene por mí, me va a destrozar!
Sentí su fuerte respiración. ¡Qué angustia, qué desazón!
Sus ronquidos, retumbaron en todo mí ser.
No hubo una sola neurona de mi cuerpo que no se enteró.
El pánico cundió por todo mí ser.
Hasta mi espíritu estaba aterrado.
El resto de los animales, intentaron escapar también.
“Como pudimos, logramos dominar a los nuestro
- ¿Estaba cerca? – Consultó Solís.
- “Eso le pregunté a Dago. 
Respondió.
- Sí, está cerca.
¿Se imaginan eso? Lo que mis sentidos sospechaban. Ese indio lo confirmaba.
- ¿Cómo a cuánto? -  Indagó Nemesio. El arrastrado ése, guardó silencio.
Nosotros esperamos su respuesta.
¡Era vital su respuesta! Todos nos quedamos en estambay. ¡En vilo!
(¡Habla hijo de tu mamacita…! Aunque sea; maúlla, ladra, bala… ¡Emite algún sonido!)
¡Esperando su miserable respuesta! ¡Nada! Ni se movía.
Parecía que el silencio se había contagiado a todos los habitantes de esa selva.
Al poco tiempo.
Nuevamente rugió el energúmeno ése.
La algarabía era más espantosa. Los monos aulladores.
Aullaron más que de costumbre.
El rey de la selva, estaba haciendo acto de presencia.
Reclamando sus dominios.
Todo era escándalo y confusión.
Todos chillaron. Yo me sentí ínfimo.
Bien chiquitico.
Aunque estaba consciente de semejante peligro.
Deseaba ardientemente que no fuera así mí final.
(¿Qué acabar mis gloriosos días…allí? ¿Están locos?)
Mis camaradas, acercaron sus indóciles caballos al mío.
Los tres estábamos como unos huerfanitos en pleno desierto.
- ¿Está muy cerca? -  Preguntó Nemesio, temblando al igual que todos nosotros incluidos nuestros caballos.
El indio se irguió. Se tomó su tiempo.
Tan solo logré verle su silueta. 
¡En ese momento, me dieron ganas de pegarle un tiro en plena nuca!
Me parecía indignante el que ese miserable, estuviera como si nada estuviera pasando. ¡No podía concebir eso!”
- ¿Y qué hiciste? – Lo atajé.
- “¡Quedarme con las ganas de pegarle un tiro! 
Él, se rascó la cabeza.
Fue cuando vi que ese desgraciado, se estaba riendo de nosotros.
¡Estaba gozando un bolón a costa nuestra! Dentro de mi estado dramático en que me encontraba. Temblando como un pollito remojado.
¿Cómo podría estar así?  ¿Era una venganza? Yo pensé. ¡Debe estar loco!
Si eso nos ataca es a todos, al primero que agarre, o a mí, o a él, o a cualquiera de nosotros.”
- ¿Y qué hiciste? – Lo interrumpió Saulo.
- “Lo conminé a que nos dijera a qué distancia estaba. Creo que hasta le di un ultimátum con mi rifle, sí creo recordar que lo intimidé. (Con mi cara más seria…)
Y ¡No me contestó! Su respuesta fue, azuzar a su caballo y retirarse.
¡Ni me miró!  Me ignoró. Muy campante. (¡Un millón de veces…Mal nacido!)
Como si no fuera con él. Nos quedamos los tres pegaditos.
¡Pero tuvimos que seguirlo! ¿Qué más podíamos hacer?
Yo era el único que decía conocer esa selva.
¡Y estaba más perdido que el hijo de Limberg!
Así que tuvimos que pegarnos a la cola del caballo del indio.
A partir de ese momento les dije a mis camaradas.
- ¡Muchachones, detrás del indígena!
¿Qué otra opción podíamos tener?
Allí estábamos. Después de haber sido los dueños de la cacería, después de haber sometidos a votación para ver si nos llevábamos el tipo ése.

Y eso que él mismo. Me rogó para que lo aceptara. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario