“Conversaciones con don
Carmelo”
Miércoles;
Terminé de atender a los
clientes que estaban en ese momento (¡Con qué vergüenza! ¡Ay mi madre!), saqué
mi cuenta y fui a que el propietario.
(Tenía que hacerlo y
mientras mas rápido mucho mejor…)
Le expliqué y le entregué
su dinero…
(En verdad, él no aceptaba
mi renuncia.
No quería y decía que lo
mejor era que siguiera…Pero le indiqué –lo que ya sabes tú- no lo aceptó, pero
igual le tuve que devolverle todo. ¡Y gracias! Pero no puedo seguir atendiendo
mas tu negocito.)
Él me pagó mis
emolumentos. ¡Santa paz! – Puso sus dos manos sobre su panza y elevó sus ojos
hacía el ardiente sol, y casi al instante los bajó diciéndome…
- ¡El catire está
ardiente! ¡No quiere que yo lo mire!
Ji, ji, ji, ji. – Trataba
de taparse su cara del sol ardiente.
- ¡Ay mis hijos! Ellos me
quieren mucho y siempre están pendientes de mí.
¿Y qué mas puedo hacer?
Nací trabajador y ahora ya
viejo, me cuesta hacer lo que mis hijos quieren:
¡Sentarme en una
silla!
…Y eso no lo puedo
aceptar.
¡He nacido para trabajar y
así he de morir!
-Pero este catire –Dijo
mirando al Dios Sol- Cómo que no quiere que nosotros sigamos hablando…
¡Ji, ji, ji, ji!
– Este ser legendario no pierde su buen humor.
(Y esto es lo que me llama
mas la atención de su personalidad.)
A todo le consigue su
picardía.
(Y siempre con su dosis
picante del mejor sentido del humor que haya conocido.)
Pude visualizar el famoso
negocio, el cual se encontraba cerrado.
(Esta ubicado en una de las
mejores y muy concurrida avenida de esta ciudad.
Mucho tráfico: peatonal y
vehicular.)
Insistí en su posibilidad
de regresar, pero…
- ¡No puedo volver allí!-
Me dijo a manera de explicación.
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