“Cachirulo”
“Un hombre muy rudo”
Viernes….
Machos es lo que sobran…
Hombres es lo que faltan.
¿Y Señores…? ¡Más escasos son…!
Así como Hembras, hay en abundancia…
¡Cómo arroz picado!
Muy pocas: Mujeres.
Menos aún: Señoras decentes.
Así que se acercó a
ellos.
Y trató de encajar, entre sus hijos.
Se entretuvo participando en todo, cuanto se les ocurría.
Gozó y disfrutó, ese acercamiento.
En verdad, nunca antes lo había intentado.
Hoy, se dio cuenta de ello.
Y se comprometió consigo mismo.
(¡Hoy mismo, me he dado cuenta!
¡Qué felicidad el
poder compartir, con mis hijos!
¡Qué dicha y qué
honor! Y me estoy riendo de todas sus niñerías…
¡Qué bien mi
Dios…Qué bien!)
Tan ensimismado estaba, que no se había percatado de que
su costilla y la vecina, lo estaban observando, calladamente.
Ambas señoras, una más que la otra.
Su esposa observaba
sumamente complacida. La vecina, lloraba.
Sus recuerdos, fueron truncados.
Por supuesto, que le satisfacía lo que veía.
Pero ya su familia,
estaba diezmada, destrozada.
Sus lágrimas, corrían como las olas de un rio impetuoso.
- ¿Cuánto no diera yo, por recuperar mi vida perdida? ¿De
qué no sería capaz, yo?
Hoy en día, mi familia es una sombra.
Ya no reímos.
¿Qué podemos celebrar?
¿Qué nos podría alegrar?
¡No tienes idea
María, ni idea tienes, de lo que hemos sufrido!
…Me parte el corazón…Me alegra por ustedes…
Pero la desgracia se ciñó en mi familia…
¿Y por qué, qué mal hemos hecho?
¿A quién hemos dañado, a quién?
…Hoy en día…Daría lo que me queda de vida, por recuperar
lo perdido…
¿Pero cómo podré hacerlo?
¿Quién me podrá devolver lo perdido?
¡Nadie…La sombra, nos ha cubierto!
¿Mi marido…? Caído. ¡Pobrecito!
No ha podido ser él mismo.
Y no hay forma ni manera, de poder recuperarlo.
¿Y mis hijas? ¡Están destrozadas!
¿Su futuro?
¿Podremos tener futuro nosotros?
¡…No…No lo creo! ¡No puedo creerlo!
Diego y María, de ver tanto sufrimiento, comenzaron a
llorar.
Acompañando en el dolor de su vecina y ahora
amiga.
Pronto los tres, eran un mar de lágrimas.
Y sus tres hijos
cuyas edades oscilaban, entre los trece años, que tenía la menor;
Sandra, Javier de: quince años y la mayor: Mariela de diez y siete años.
Sintieron el dolor y se unieron, a los sentimientos de su
vecina.
Y por más que
intentaban consolar en su dolor a la vecina
no pudieron, drenaron mucho dolor.
- Vecinos…No puedo dejar de llorar. Antes, era pura
alegría. Mi esposo y mis hijos, vivíamos una vida muy feliz… ¡A ustedes les consta!
- ¡Sí Esther
nosotros estamos conscientes de esto!
…Pero… ¿Qué le vamos a hacer? ¡Ésa es la voluntad de Dios! – Le decía
María a su amiga doliente.
- ¡No! Me resisto a aceptar que mi buen Dios… ¡Me mande
esta desgracia!
Perdónenme, pero me rebelo a esto.
¡No lo acepto!
Para mi es inconcebible
que un Dios lleno de amor y de santa paz, me esté enviando esto.
¡No lo acepto!
Y si bien es cierto
que Dios mismo, fue quién bendijo mi matrimonio y bendijo a cada uno de
mis hijos…
¿Cómo puedo creer, que sea él mismo quién decrete mi
desgracia?
¿Cómo en mi sano juicio…Puedo aceptarlo?
¡Es imposible para mí, aceptar esta dicotomía!
Esto es inaceptable.
Y tan es así, que es como si yo pudiese aceptar la maldad
dentro del amor.
O dentro del amor, que exista la maldad.
¿O eso es así?
¿Podré estar equivocada?
Y de ser cierto esto… ¿Quién podrá tener la verdad?
O podré lavarme las manos como lo hizo: Pilatos.
Hay muchas cosas
que para mí son una incógnita. Pero de lo que sí es cierto y de ello, yo
misma puedo dar fe…Es de que una vez, tuve una familia bella.
Un marido afectuoso
y dedicado a mí y a mis hijos.
Un hombre excepcional.
Pero hoy en día, debo declarar que: Fue en un pasado.
¿Hoy? Ya no existe.
Lo que existe de mi marido, es una piltrafa humana.
Todo derruido. En ruinas.
Ya no tiene esa fuerza.
¿Para mí?
Ya no tengo futuro, solamente me acompaña: Mi pasado.
Soy una mujer en la
flor de mi vida. Pero sin futuro.
¿Mi futuro? Mi pasado.
¿Qué podré esperar ya de esta vida?
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