II
El Guegüence en
acción.-
Con el dinero que le quitó a su esposa lo hizo sentirse
mucho mejor, y esto lo disfrutó bastante,
una vez que ya se había retirado del radio de acción visual de ella,
llamó al primer taxi que se le presentó y lo tomó. Se sintió poderoso. Siempre victorioso. ¡Todo
un macho en acción! Se tomó todo su
tiempo, y con total calma abrió la puerta. Una vez adentro, procedió a
limpiarse mejor sus calzados, se estiró bien los pliegues de sus pantalones.
Una vez que se cercioró que estaba perfectamente limpio, procedió a sacar un
cigarrillo y lo encendió. El chófer le hizo señas de que no podía fumar en su
unidad y como respuesta, le sacó su pistola y lo apuntó a la cabeza.
- …Bueno, por esta vez y porque usted no lo sabía, se lo
permitiré…
- ¡Yo mando en dónde esté! ¿Estamos?
- Como usted mande. ¡El cliente siempre tiene la razón!
- Necesito que me hagas un favorcito… - Le decía muy
quedamente, pero con todo lo ronco que podía emitir su voz, mientras posaba la
punta de su arma alrededor del cuello del profesional del volante. Por
segundos, no emitió ningún sonido y se quedó estático. De inmediato, su cara se
puso pálida y su cuerpo rígido.
- ¿Me estás oyendo?
- …Si, señor a su orden.
- ¿Estás dispuesto a hacerme un pequeño favorcito? Digo si
puedes. No deseo obligarte a nada. Siempre trato de que mis amigos, se me
ofrezcan. ¿Entiendes?
- Lo que usted ordene.
- Vamos a buscar a unas mujercitas que tengo por allí.
¿Ok?
- Lo que usted ordene, señor. – Raúl disfrutaba sus
instantes de poder absoluto. Pronto le dio la dirección de cada una de ellas. Y
sin mediar más palabras, procedió a obedecerlo al instante.
Al llegar a la primera, le ordenó que se bajase y fuera
hasta la casucha que le indicaba y se trajera a una de ellas.
Y así tuvo que hacerlo.
Pronto recogió a tres féminas y fue cuando le ordenó que
lo llevara a una céntrica calle del centro. Hasta allí llegaron.
- ¿Cuánto te debo?
…Es conveniente que lo sepas de una buena vez, que no me gusta deber favores y mucho
menos…pagar… ¿Ok? – Le preguntó
mirando fijamente a los ojos.
- ¿Cuánto me vas a quitar por los favorcitos que te pedí?
Yo tengo mis amigos desplegados en todas partes… ¡Apúrate chico que mi tiempo
es oro! ¿Te debo algo?
- …Nada señor. – El conductor temblaba y se negaba a verlo
de frente, bajando su cabeza y haciendo como que buscaba algo en el piso.
- ¿Nada? ¿O sea que nada te debo?
- Deme para los refrescos, usted sabe… - Se metió la mano
a uno de sus bolsillos y sacó unos billetes de baja denominación. Contó y sacó
tres de los más bajos y se los tiró por la ventana del carro.
- ¡Cállate y vas bien!
…Ya tengo el número de tu placa, y ya te conozco. Te conviene portarte
muy bien conmigo. ¿Ok?
- ¡Gracias señor! – Y sin esperar respuesta, arrancó. El
Guegüence lo miró con una sonrisa burlona entre sus dientes. Le hizo una señal
vulgar, mientras se reía a carcajadas.
Y se grabó la faz del rostro de ese chófer, ya nunca más
lo olvidaría…Por si acaso…
Rápidamente comenzó a ordenar su tarantín. Aún mirando de
reojo hacía la dirección en que había desaparecido el taxista. Sus chicas reían
mofándose de la expresión del asustado hombre.
Su jefe comenzó a manosearlas groseramente, provocándoles
más risas entre ellas.
- Tengo mucha hambre y requiero comer. Todo mi capital se
lo tuve que dar a ese estúpido. Así que: ¡Denme de comer ya! – Les gritaba con
su rostro deformado, corriendo comenzaron a sacar de su cartera cada una de
ellas, entregándoselo todo cuanto poseían. Con la mano tendida recibió cuanta
moneda y billete le suministraban, lo contó todo.
- ¿Y “Esto” es todo lo que le van a regalar a papito? –
Ellas voltearon sus carteras en señal de que no tenían nada más. Las miró
detenidamente. Se lo metió todo en
su bolsillo.
Dio muestra de estar complacido. Nuevamente comenzó a
sonreír, y canturreando las nalgueaba y muy solícitas, les esquivaban aquellas muestras que para ellas eran de aprecio y de confianza.
- ¡Tú mi bailarina de sorteo…allí, en la otra esquina! Ven
acá mi pechugona, ¡ricota! Tú estarás
entre la bailarina y la “Trituradora”. Las tres se me van a hacer compañía.
¿Ok? Yo iré a comer una bala fría por allí. Ya saben: Nada de crédito. Nada
Gratis. Todas las especialidades tienen su precio. Y en
cuánto vuelvan… ¡Aquí mismo me dan toda la plata! ¿Ok? – Amenazándolas con su
pistola en una de sus manos y en la otra, tendida les hacía señas que allí era
en dónde depositarían la paga por cada cliente.
- Tú mandas Guegüe. – Obedientemente se ubicaron. A cada
carro que pasaba en dónde hubiera solo hombres, mostraban todo su arsenal.
- ¡Toda mi vida he sido el único macho! – Se quedó el
tiempo necesario para chequearlas bien y se dijo muy quedamente, como para
escucharse nada más que él y sin que nadie lo escuchase:
- …Son brutas y nada más entienden a los golpes. Son
potras medio salvaje que seguramente andarán buscando la forma de deshacerse de
mí.
¡Por eso es que las castigo!
De mí, ninguna se va a zafar. ¡Antes las mato! …Y ellas se lo saben. Mientras me teman,
estaré tranquilo. Mi hierro tiene que estar al rojo vivo. ¡Ninguna se zafa de
mí así, tan fácilmente! - Comenzó a
caminar muy lentamente, siempre pendiente de su ganado.
- ¡Ah se paró un incauto…! – Contempló que la pechugona
había parado a su primera víctima.
- Está bien pechugona…menéaselas aún más… ¡así! ¿Estás
viendo….? ¡Ya lo calzaste! – Hizo una señal de triunfo, su pupila se montó en
el carro y rápidamente se le abalanzaba a su cliente. Decidió regresarse rápidamente. Se ubicó a la
vista de todos, en forma ostentosa.
Le hizo señas a las dos restantes para que exhibieran más
sus dotes, para que atrajeran más clientela. La habilidosa trabajadora, se
percató de que su jefe la estaba chequeando, así que apuró su faena. A los
minutos, se bajó pomposamente y se dirigió hacia su manager. Ambos se
apartaron. Le pasó un fajo de billetes y le informó en qué consistía ese pago.
El Gue contó muy bien, lo recontó. Se cercioró la tarifa que él estableció.
Volvió a contar.
Quedó satisfecho. Le dio su correspondiente nalgada y le
recomendó que no se tardara demasiado con ese iluso.
- ¡Regresa rápido, que hoy hay mucho trabajo! ¡Ah…y allá adentro…sácale
más dinero! ¡Y me lo traes a mí…a tu papacito! – Y la despidió con su bien
ganada nalgueada.
- ¡Si mí papacito lindo!
La aventajada regresó contorneándose vulgarmente y como
mofándose con sus iguales, de que era la primera y la que más dividendos
producía. Las otras se hicieron la que no la habían visto.
- ¡A ver Bailarina…Baila y traer biyuyo ya!
- ¡Ya verás que te doblo lo que te va a producir “esa”! –
Afirmó muy convencida.
- ¿Y la Trituradora, qué me le pasó? – La mencionada
comenzó a triturar y casi en el acto, otro se detuvo y haciéndole señas la
llamó. Ni corta ni perezosa, como un rayo se le arrojó. Pronto sus risotadas se
escuchaban. El Guegüe presionó haciéndole señas a la famosa bailarina, ésta le
hizo señas de que ya le caería algo bueno.
- Mira mí Gue, acá te estoy trayendo todo este dineral. –
Le anunció la Trituradora con aire muy triunfal. - ¡Quiere todas mis cualidades
en su ser!
- ¿Y cuánto va a pagarme?
- ¡Aquí está! Cuéntalo todo y dime si me das el permiso
para poder ejercer mis oficios… - Con minuciosidad y lentamente repasaba
billete por billete. Buscó la tarifa, la sumó. Volvió a contar.
- ¡Ok! Puedes irte ya. Y recuerda: Tienes que ser precisa
y concisa.
¡Ni un segundo más!
Pero eso si… ¡vente antes de tiempo! Ah y lo que siempre
les digo: Cuando estés allá adentro con él… ¡Sácale más billete! Se generosa
con tu cuerpo, pero rápida en tu empeño. ¡Regrésame rápidamente! Que hoy hay
mucho trabajo. ¡Arranca ya!
No se tardó nada en volver a su faena. Pronto partieron.
Ahora quedaba la bailarina. La apresuró. De repente, dos automóviles se
detuvieron. La trabajadora miró a su jefe, como ratificándole que era muy bien
cotizada. De reojo comenzó a detallar bien a los clientes. Le hizo señas que
acudiera al auto más costoso y allá contorneándose se le acercó. Aguardó unos
minutos más. Al cabo de los cuales, le regresó muy sonreída. Un fajo de
billetes en su mano le depositó mientras distraídamente se chequeaba sus
pestañas y con ese chicle en su boca produciendo un horrible sonido.
- ¿Qué te pidió?
- Todo.
- …Pero son dos tipos… ¿A los dos? ¿Por el precio de uno?
¿Estás loca? ¡Quiero más dinero!
- Si.
- ¡Entonces que te den el doble, sino no hay nada! ¡Mi
mercancía no la rebajo, ni mucho menos
la regalo!
- Si papacito lo que tú digas. – Masticando con más
fuerza…taconeó regresando a sus clientes. Hablaron entre ellos. Notó que le
repetía lo de que la mercancía tenía su precio y que su jefe no la regalaba. El
segundo accedió y sacando su dinero, se lo dio.
- Papi… ¿Qué te parece? Pidiéndome una rebaja que porque
eran dos…
- ¡Ni un solo centavo! ¡A ver, déjame contar! – Chequeó
las tarifas. Contó cada paquete. Sacó su sumadora, sumó. Volvió a contar y
cuando ya estuvo conforme, le dijo:
- ¡Rápido…dales un mateado a los dos ya! ¡Y te me regresas
ya! ¡Y nada de darle ñapa, ni regalo alguno! ¡Vente ya mismo!
Se apartó y en la soledad del sitio, volvió a contar y
re-contar. Sumó todo. Y una vez que hizo su arqueo de caja, y en vista de que
todo cuadraba a la perfección. Se lo guardó distribuyéndoselo en todos los
bolsillos tanto de su pantalón como de su camisa. La sonrisa era de oreja a
oreja. Estaba satisfecho. Su faena iba por buen camino. Chequeó detenidamente
su entorno. No se confiaba de nadie y tal como estaba la situación del país,
había muchos ladrones que siempre querían quedarse con el dinero ajeno. Una vez
que se tranquilizó al percatarse de que nadie lo espiaba. Comenzó a silbar
alegremente. Se recordó que tenía hambre y que ahora, si podría darse su buen
banquete. Pero era preciso, no tardarse demasiado…esas pícaras se podían
aprovecharse de su ausencia y atender sus clientecitos sin pasarlo por la caja,
o sea por él.
- Tengo mucha hambre… ¡Pero muchos negocios que seguir
atendiendo! – Se decía a sí mismo mientras caminando miraba hacía todos los
lados. Nunca se podía confiar, ya que por cualquier rendija podía aparecer un
pillo.
A los pocos minutos llegó a otro de sus centros de
negocios. Allí ya lo estaban esperando.
- ¡Hola jefe! – Se le adelantó uno de muy fea apariencia,
con la cara llena de moretones y cicatrices. Era alto y fornido. Quién se había
desempeñado como boxeador, teniendo un débil desempeño, aunque con fama de
boxeador. El licor, las drogas y las mujeres terminaron de opacar su fama de noqueador
nato. Ya en ocaso final de su carrera pugilística y para mantenerse tuvo que
servirle como matón de poca monta. Constantemente lo buscaba para que le diera
algún que otro “trabajito” demoliendo a golpe a todo el que el Guegüence le
señalara. Y lo poco que le “pagaba” lo gastaba en sus vicios destructivos.
- ¿Moliste a golpes a la rata asquerosa? – Ése ejemplar le
estaba trayendo ciertos problemas y por esa razón le envió ese regalito.
- ¡Claro jefecito!
- Mira “Chiquito” (Era el apodo que él mismo le endilgó)
necesito pruebas… ¡Sin pruebas, no pago!
- Jefecito, tendremos que ir al hospital. La última
información que me dieron es que le rompí casi todas las costillas.
Le di durísimo en su columna vertebral.
Le desalmé sus omoplatos.
Le reventé los tímpanos.
Le destrocé su panza.
Le trituré cada una de sus huesos.
Le deformé cada una de sus piernas…le machaqué su cerebro…
Le saqué casi todos sus dientes. Quedó con los dos ojos
prácticamente cerrado.
¡Casi lo mato! ¡Le deformé la nariz! A cada herida,
sangraba más y más.
Tuvieron que hacerle una operación para enderezarle las
fosas nasales. ¡Está vivo, porque llegó la policía! Y tuve que escapar, ya que
si me agarran… ¡Me matan!
- ¿Seguro “chiquito”?
- Cien por ciento.
- ¿No me estás engañando?
- ¡Ni qué Dios lo permita!
- …Tendré que verlo con mis propios ojos…
- Jefecito, ¡Hasta su propia madre me puede servir de
testigo!
- ¿Y qué, ella te ayudó a someterlo?
- ¡No! Se enteró, por cosas del destino. Está allá
adentro. ¿Se la llamo?
- Ok. – A los pocos segundos llegó su progenitora.
Excesivamente pintarrajeada. Y con ese caminar inconfundible de las féminas que
se dedican a satisfacer a su extensa clientela. Al verlo corrió desaforada a
abrazarlo y besarlo. Por respuesta recibió golpes y empujones.
- ¡Quédate quieta! ¡Respeta a tu jefe! – Visiblemente
enojado, le propinaba sonoros golpes con el puño cerrado, tal como el que se
utiliza en peleas callejeras.
- ¡Si papito, lo que tú órdenes!
- ¡Jefecito para ti! ¿Ok?
- Como tú me digas papito, ¡digo Jefecito! – Su retoño la miró de arriba
abajo. Ya los años le estaban pasando cruelmente la factura. Ya esa figura que volvía loco a todos sus
“Admiradores”
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