“Borrascas”
Transcurrieron varios
minutos. De repente, alguien les tocó el vidrio, Felipe miró para ver y vió a
un joven, que sonriendo le pedía que bajara su vidrio y saliera para poder
hablar. Sin pensárselo mucho, así hizo.
Al salir, ya pudo
comprobar que había cesado la lluvia. Todo seguía mojado. Instintivamente
observó hacía la ladera y pudo comprobarse que por el sitio en donde se
desplazó su caucho, apareció todo chamusqueado y con la evidencia cierta de que
el fuego lo había calcinado.
- ¿Están todos bien? –
Es un hombre joven. Por sus vestimentas, claramente denotaba que era oriundo de
esos lares.
- Sí. ¿Quién me lo está
preguntando?
- Discúlpeme. Mi nombre
es Angel Pérez y soy de por estos lados. Yo venía en mi bicicleta, usted pasó a
mi lado y fue cuando pude ver esa llamarada.
- ¿Llamarada, de qué?
- De su caucho. ¿No se
dieron cuenta, verdad? – El joven lo miraba muy incrédulo.
- No. En ningún momento
pude darme cuenta de eso.
- Yo intenté hacerle
señas. Temí que fueran a explotar, usted sabe una chispa y el tanque de la
gasolina.
- ¿De verdad? No me
percaté de nada, es que nunca lo vi.
- Menos mal, que usted
venía despacio y al doblar, el caucho que venía bamboleante, se terminó de desprender y salió a toda
velocidad. Con la tremenda suerte de que nadie venía en dirección contraria. Si
no imagínese el desastre que hubiese ocurrido. – Felipe y su esposa, que ya
estaba afuera escucharon todo el relato y estaban pálidos del susto.
- ¿Y usted presenció
todo? – Le preguntó María al lugareño.
- Todo. – Le respondió
viendo a Felipe.
- ¿Todo? – Le volvió a
preguntar, insistentemente.
- Ustedes venían
despacio y el señor redujo la velocidad y ya para ese entonces, se desató un
fuego en la parte de abajo, cerca del tanque de gasolina. Y cuando comenzó a
doblar, se les desprendió el caucho envuelto en llamaradas. Yo fui testigo de
ésto. Y después, yo estaba asustado, porque temí que perdiese el control y se
fueran a volcar. Yo me quedé aterrorizado. ¿Se imaginan una explosión? ¡Todos
hubiéramos muertos, hasta yo que estaba cercano a ustedes!
La familia estaba
conmocionada por ese relato, pero más lo angustiaba era la aparición de esa
figura envuelta en llamas, y para María, era la prueba más que fehaciente de
que el demonio mismo fue el causante de ese desastre. Y si se habían salvado,
habrá sido por la intervención divina.
- ¡Ya les traje la
pieza! ¡Estaba al rojo vivo! ¡Casi que me quemo las manos!
- ¿Qué trajo la pieza
al rojo vivo? ¿Pero cómo pudo hacer ésto? – María estaba más que traumatizada,
no podía asimilar esta situación.
- ¿Cómo pudo hacerlo?
- Casi me quemo las
manos, pero aquí está. – Los ojos no estaban puesto del todo sobre la pieza, si
no sobre Angel. Allí estaba, muy sonriente. No se le notaba, ni sudor, ni dolor
alguno. El hierro seguía abrasador. Su rojo ya no estaba tan llameante, pero
era claro y notorio que seguía en alta temperatura. Hasta un metro de
distancia, estaba calcinante.
Felipe no pudo ni
acercársele, intentó ponerle su pie calzado, pero lo chispeante lo hizo
desistir de esta idea. Asombrado, no supo asimilar, el cómo pudo traerse eso,
cuando aún estaba incandescente.
- Mire si ustedes
quieren ya mismo salgo en mi bici para conseguirles un mecánico… - El chaval
los miraba interrogándolos.
- ¿Y hay cerca
mecánicos que me auxilien?
- Sí, claro.
- ¿Pero son buenos
mecánicos? – Quiso aclararle Felipe.
- ¡Muy buenos! Ellos
hicieron cursos en la capital y ahora trabajan por esta misma zona.
- Bueno… ¿Podrás
traerlos? – Sin esperar respuesta salió a toda velocidad. No les quedó chance
de decirle nada más. Ágilmente desapareció.
- ¿Pero: Cómo pudo ese
chico traer ésto? ¡Todavía está
achicharrante y mira ese caucho! ¿No ves esa humareda? ¿Quién puede
soportar ese humo negro y espeso? ¡No hay ser humano que pueda aguantar sin
ahogarse o quemarse! ¡Esto es literalmente, imposible!
- Es increíble, pero lo
hizo. ¿Cómo? ¡No me lo sigas preguntando! – Allí se quedaron observando. Según
sus cálculos, esa pieza se desplazó a por lo menos doscientos kilómetros por
hora y seguramente llegaría a casi un kilómetro de distancia. Allá se divisaba un
pequeño claro, seguramente que era allí a donde llegaría finalmente esta pieza.
En la propia falda de esa montaña. Tuvo que atravesar esa hondonada, que
tendría muchos metros de profundidad. ¿Cómo pudo sacarla? Conversando entre
ellos, se preguntaban si alguno de ellos fue consciente de haberlo visto.
Felipe, hizo memoria.
En ningún momento, se recordó el haberlo visto. María tampoco. ¿De dónde salió?
- Yo no le vi, sus
manos quemadas. – Afirmó María desconcertada.
- Tampoco estaba
cansado. – Reconoció Felipe. - ¿Cómo lo pudo hacer?
- ¡Papi, y tiene una
mirada muy fea!
- ¿Pero qué, te estuvo
mirando, Felipito? – Su madre estaba angustiada.
- No. No es que me
miraba a mí, sino que le ví muy feo en su forma de mirarnos. Trataron de
recordar, pero nada que lo ubicaron. ¡Y nada que pasan carros por aquí!
Fantasmal todo.
- ¡Pareciera como si
hubiésemos entrado a un túnel! ¡A un limbo, a una especie de nada! ¿Será que
nos han metido en una tierra de nadie ni de nada? ¿Quién gobernará en esta
comarca? ¿Serán los seres de ultratumba? ¿Andarán danzando todos los demonios
por aquí? – La señora, le hizo señas de que no quería escuchar nada más.
Entonces prefirió guardar silencio. No entendía nada de todo lo que les estaba
aconteciendo.
- Mejor será que entremos
al carro. – Aconsejó decidida. Su esposo, hizo el gesto afirmativo y el hijo:
Felipito y la hija Esperanza, se metieron adentro, en la parte trasera, María
les siguió. El padre de familia, contempló por varios minutos más la pieza. Le
pareció que todavía estaba muy humeante. Miró hacía el sitio en donde tuvo esa
extraña visión. Levantó aún más su mirar y contempló el hermoso paisaje.
Recordó la invitación del volcánico, su columna y la base de su cerebro, le
recordaron que estaban en peligro inminente. Sintió frío y asumió que
seguramente, era del que descendía de la montaña. Allá arriba, contempló que
estaba envuelto en nubes.
- Allá arriba debe
estar muy gélido. He oído muchas historias del extraño hombre de las nieves,
pero nunca de un hombre envuelto en llamas, en plena montaña. – Se dijo en voz
baja y caminó hacia adentro. Algo en su ser interior, lo jalaba hacía esos
confines inexpugnables y misteriosos. Pero conscientemente, sentía el peor de
todos los rechazos.
En ese intervalo,
volvió la intensidad acuosa. Todo estaba casi congelado. Adentro comenzaban a
titiritar. No traían abrigo, ni jamás pensaron que se desatara esa helada tan
sorpresiva.
Escucharon unos sonidos
grotescos. Parecían urracas, pero con mayor intensidad. Chequeó por todos
lados. Nada. Ni aves, ni animales.
Nuevamente la
temperatura bajó hasta niveles inconcebibles. Hasta llegaron a creerse que
seguramente nevaría. ¿Pero caer nieve, en un sitio caluroso?
No se atrevían a salir.
A pesar de todo, consideraban que estaban dándose calor unos a otros.
Transcurrió otro lapso de tiempo, muy largo por cierto.
Nuevamente, los
volvieron a la realidad, unos golpecitos a la puerta. Se asomaron y era el
mismo joven que los auxilió.
- ¿Qué pasó,
conseguiste a la gente?
- No, que va. Y mire
que los he buscado por todas partes.
- Ya van a ser las tres
de la tarde. Estoy muy preocupado, ya llevamos casi cuatro horas aquí mismo
accidentado. ¿No habrá una grúa que nos pueda auxiliar por aquí? – Apostilló
Felipe ya angustiado.
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