...Se fue...



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Vi pasar a don Carmelo, por mi vista contemplé estupefacto una gama intensa de tantos lustros vividos por este noble anciano.
Pesadamente se desplazaba, apoyándose de las cercas que a su lado estaban.
Con aquel esfuerzo que ya sus débiles piernas le podían prodigar. Respirando con forzada marcha.
Con esa mirada lánguida, en el que no oculta la carencia visual de la que hace gala.
-        ¡Don Carmelo!   ¡Don Carmelo! – Y pienso que a lo mejor escuchó allá a lo lejano, quizás de alguna época de su remota existencia.
Y asumo que aunque haya escuchado un silbido, o tal vez  un eco…No le prestó atención.
¿Y para qué…?  …A lo sumo en su nublada y ya caduca mente, habrá escuchado una bulla. O tal vez un susurro.
…Aunque ahora que lo analizo: Con seguridad…Nada escuchó…
Recuerdo la última vez que nos vimos, estábamos charlando en una esquina. Y como hacia tanto sol, le dije que nos pusiéramos debajo de una sombra, en un portón metálico. Alto. De unos dos metros de altura. Y él, se recostó del dichoso portón y este cedió deslizándose hacia un lado y de repente: ¡Un enorme perro nos salió atacando!
Dicho animal era de raza. Alto y robusto. Y ladró y se nos acercó con la finalidad de atacarnos. De modernos.
De destruirnos, ya que nos consideró su enemigo.
Instintivamente yo pegué un salto atrás. Cuando me percaté de que mi vetusto amigo, se quedaba impávido.
Lo halé con toda la fuerza que pude…Tomando en cuenta lo débil de su anatomía, intenté varias veces. Pero él, al igual que yo mismo, estábamos aterrorizados por el inesperado ataque canino.
Y en una de esas, escuchamos otro ruido dentro de esa propiedad.
Y en ese preciso instante, el viejo colérico me increpó:
-        ¡¡¿…Qué clase de amigo sos vos…? 
¡Qué me estás empujando? – Y en ese momento se asomó el dueño y al comprobar que éramos nosotros, regañó a su cuadrúpedo y lo metió dentro, cerrando tras de sí el portón.
Fue cuando el don me miró y se echó a reír…Terminamos la faena muertos de la risa.
Feliz de verlo como se agarraba la panza y se carcajeaba mofándose de mí…Y yo de él…
Pero hoy, después de estos recuerdos…Asumo que el reloj biológico de este don, ya está dando muchas muestras de cansancio.
-        ¿Y para qué quiero seguir viviendo, ah…? – Me golpea ese recuerdo. Quizás porque en ese señor veo a quién en vida fue mi padre. Y recuerdos acuosos inundan mi ser.
Cuando yo salía con mi viejo allá, en aquel plácido pueblito llamado: La Victoria, en el estado Aragua.
Cuando salíamos a Maracay  -“La ciudad Jardín de Venezuela”- la hermosísima capital del estado Aragua.
Mi viejo acudía a todas las plaza Bolívar del centro del país.
A la de Turmero. La de Cagua.
A la plaza Bolívar de Maracay.
La de: Valencia, la bella capital del estado Carabobo.
A la plaza Bolívar de Caracas la capital de Venezuela.
Fueron muchas las vivencias que mantuve con mi anciano padre.
A él le fascinaba andar en buses, recorriendo todos los pueblos de esa Venezuela tan enorme y vasta, tanto en tierras como en la humanidad de sus gentes.
…Y bueno…Será que don Carmelo al verlo, contemplarlo con ese su carácter tan jovial. Tan luchador, tan audaz.
Me retrotraiga a aquella época en que yo, siendo un chavalo andaba siempre detrás de mi viejo.
…Son recuerdos que hoy me causan mucha alegría, regocijo y tristezas.
Ojalá don Carmelo dure un poco mas. ¿Cuánto? No depende de mí.
…Pero si fuera por él…
-        Ya no quiero seguir viviendo mas. ¿Y para qué? Ya mis piernitas no me quieren servir mas. Ya estoy muy viejo. No vale la pena seguir viviendo… - Y cuando le escuché hablar así…Comprendí…
Asumí muchas cosas. ¿Cuáles…?
El vivir mucho tiempo, cómo que causa cansancio. Hastío.
Una vez le pregunté:
-        ¿Qué piensa de la muerte…? – Y él, a pesar de que escuchó muy bien mi pregunta, sentado en la sala de mi casa.
Alzó su cabeza y se quedó mirando alelado a alguna parte del techo.
Y no me respondió. Miré que escurría responder.
Luego…Bajó su cabeza y sin mirarme un solo instante me dijo, mirando hacia la puerta de salida…
-        Quiero largarme Besnaldo… - Y se levantó.
Prácticamente abrió él mismo la puerta y sin decirme nada mas…Se largó…Me quedé absorto.
No supe ni qué decirle, y ni siquiera se despidió…Se fue. Sencillamente eso.




















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