Estaba absorto, en su trabajo.

Resultado de imagen para parque henry pittier
                                                         -Google imágenes-  




















“Las narraciones de:
Bernardo”















“No entiendo”













Solo sé que me encontraba trabajando, en mis labores de mecánica.
Apretando y aflojando tuercas.
Chequeando piezas para verificar si servían o no, para proceder a su recambio en caso de que ya estuvieran obsoletas.












Egdo era de profesión mecánico. No tenía un sitio fijo en donde laborar y se prestaba a hacerlo en donde lo llevaran.
Y en esa función estaba dedicado. Tan solo portaba su caja de herramientas. Y los que lo conocían, lo buscaban. Era muy bien cotizado. Sus clientes ya lo conocían y sabían que con él, serían muy bien atendidos.
De carácter,  era muy solitario. Huraño.
No aceptaba ayudante alguno. Siempre solo.
No tenía horario, ni fecha en el calendario.
En muchas ocasiones lo buscaban hasta en la noche y lo único que necesitaba era luz artificial para poder ver todo lo que hacía.
Y por esa condición suya, se perdía por tiempo indefinido.
En cierta ocasión lo buscaron para trabajar debajo de un carro y en un sitio inhóspito y lejano. Para él no le era extraño.
El lugar era un taller.
En medio de una zona boscosa.
Él se encontraba debajo de un vehículo enorme, fajado en su función. Sus herramientas las mantenía muy cerca, a menos de un metro.
De forma tal, que cuando las requería…Estaban a mano. Estaba concentrado y no se percató de nada cuanto acontecía cuando entró una banda de forajidos, quiénes sometieron a todos los que allí laboraron y como hubo resistencia, comenzaron a eliminar físicamente a todos los que encontraran.
El buen hombre, estaba ajeno a todo.
Ni se percataba de lo que estaba aconteciendo a su alrededor.
Uno a uno fueron masacrando a todos los que fueron encontrando. Y a los pocos que quedaban con vida, los interrogaban para saber quién mas podría estar allí.
(El único que lo conocía, ya lo habían liquidado.)
Y en la confusión, pues nadie reparó en él.
…Pero en algún momento, el ya citado, algo escuchó que lo hizo caer en cuenta de que las cosas no estaban funcionando como él lo suponía. Dejó de hacer lo que estaba haciendo y prestó atención. Logró distinguir esos sonidos tan ensordecedores y los identificó como: Balazos. ¿Balazos? Se preguntaba así mismo.
Se dio cuenta de que su vida corría peligro.
Sigiloso, fue juntando sus escasas pertenencias y se fue agazapando, lo mas que pudo.
No se atrevía ni a respirar. Se desplazaba con ese sigilo, propio de los cazadores. Y aguardó.
Como pudo, trataba de identificar a alguien…
Pero a los sujetos que vio, no reconoció a ninguno. Los vio muy amenazadores, portando armas de fuego y con indumentaria que a simple vista supo que allí no laboraban. Vio a varios.
Cada uno mas fiero que el otro. Y temió.
Eran escasos los momentos que había sentido terror. Y ese, era el primero de ellos.
Su sangre la sentía helada y estática.
Instintivamente trataba de permutarse a su medio ambiente.
¡Gracias a Dios! Que él se encontraba debajo de ese carro. Y que nadie se le había ocurrido agacharse para verlo.
¡Esa era una bendición!  …Pero era cuestión de tiempo. Ellos no querían dejar ningún sobreviviente…Y estaba consciente de ello.
Ya había transcurrido un tiempo en el que no percibía movimiento alguno. Tan solo el aire que se desplazaba con libertad.
Chequeó muy bien. Y cuando se percató de que no había nadie cercano…Se deslizó arrastrándose por el suelo…Hasta que llegó como a unos ocho metros a una zona en donde se erguían árboles y vegetación espesa.
Una vez que hubo llegado allí.
Se fue levantando, mientras seguía en su huida.
Corrió y se internó lo mas lejos posible.
Encontró un árbol de mangos y se trepó.
Llegó hasta lo mas alto que pudo. Y se permutó.
Las hojas y el follaje en su conjunto, lo permeó.
Desde esa distancia pudo distinguir mejor todo lo que en ese sitio, seguía ocurriendo.
Y vio que era casi una docena de tipos.
Buscaban con insistencia a alguien que quedase con vida, mientras removían todos los cadáveres y limpiaban el sector.
Sabía con certeza que a él, específicamente no lo andaban buscando.
Temió por el amigo que lo había contratado.
Y con terror sabía que si lo interrogaban, con toda seguridad que lo hubiese vendido.
…Pero cuando pudo identificarlo…Por la ropa que cargaba puesta…Se dio cuenta que ya lo habían eliminado y que lo arrastraban para luego arrojarlo en una fosa común.
Lo habían eliminado. Y con toda seguridad ya nadie podía reconocerlo, por lo que un halito de alegría se posesionó de él. Pero era consciente de que su vida    -como tal-    seguía pendiente de mucho peligro. Nadie podía verlo.
Ni relacionarlo con ese sitio.
Pasaron las horas y pronto fue oscureciendo.
Ya habían echado la última palada de tierra y la tierra aplanada.
No quedaba evidencia de la masacre.
Todos se habían marchado.
En apariencia. Pero él desconfiaba.
…Sospechaba que los asesinos volverían.
Como suele suceder, los que masacran retornan al lugar de los hechos.
Lo intuía. Su problema era saber en qué momento preciso. Y por eso no se confió.
Agarró varios mangos y los guardó.
Fue comiendo uno a uno.
Pasaron varios días. Ya todo había vuelto a su normalidad. Decidió recoger unos veinte mangos y los  guardó. Comenzó a descender lo mas cauto posible. Llegó al suelo y ya había decidido su ruta de escape. Se dirigió al oeste.
Lo mas que pudo.
Se guarecía en la espesura.
Se conformó con comerse una fruta por día.
Dormía entre las ramas.
Consiguió un rio. Se bañó. Lavó como pudo su ropa. La tendió y esperó a que se le secara.
Se la puso. No quiso botar ninguna de las semillas, porque temía dejar evidencia.
Las cargaba encima.
Caminó siempre en el mayor de los silencios.
Siempre evitando delatar su presencia.
Y se alejó todo lo que pudo.
Un día, se decidió a contar las semillas, sabiendo que si se consumía una por día…Entonces tendría una precisión mas clara del tiempo transcurrido.
Cargaba encima: Veinte. Luego serían igual número de días.
Pensó que podría aparecer en un sitio y enterarse de qué estaría pasando a su alrededor. Y eso hizo.
Con total desconfianza, se fue aclimatando de nuevo a su medio ambiente.
Pocos habían notado su ausencia. Nadie lo había relacionado con el suceso   -como tal-    es mas hasta llegó a temer, ¡qué nadie se había enterado de esa matanza…? 
Pero aun así, él tampoco se daría por enterado.
Pronto su vida volvió a ser “normal” y como todos ya lo conocían…Él aparecía y desaparecía sin que nadie lo notase. ¡Todos lo sabían!
No se preocupó por justificarse. “Su defecto” era su mejor disfraz. Calló. Se enclaustró mas.
Se ensimismó mas en sí mismo. Era su vía de escape.
















© Bernardo Enrique López Baltodano 2016












                                     
Nota:
        Internet utiliza cookies para optimizar la mejor experiencia al usuario en nuestro sitio web.       

Si continúa utilizando este sitio, asumiremos que está de acuerdo. ¡Gracias por su preferencia!

No hay comentarios:

Publicar un comentario