Hoy les traigo esta narración...








“Heber”





Conocí a Heber en un puesto ambulante de comida rápida, de esa que llaman “comida chatarra”   -aunque para mi concepto-   es mas bien una comida pesada, grasosa pero con un sabor agradable y que para el transeúnte normal,   -aquel que poco come en su casa-    es una solución ideal.
“Un resuelve…” – Como dicen por estos lados.
Heber es un hombre grueso,  con una cabeza mas bien pequeña al igual que sus manos,  de mediana estatura, y es que en verdad nunca lo he visto calzado correctamente, siempre lo he visto con unas chancletas de cauchos de las que utilizan los indios goajiros, con suela de caucho y que llevan un bordado algo rustico.
Y siempre utiliza franelas de tela gruesas,   muy pocas veces, mas bien diría que nunca lo he visto con camisa  -como tal-   porque muchos llaman camisas a toda prenda que utilizan los hombres de la cintura para arriba, y no me parece correcto, pero en fin.
En cierta ocasión que llegué a su negocio, hizo un aparte y me llevó a uno de sus rincones y me comentó…
- Mi padre  -que en paz descanse-   era un hombre siempre reservado, siempre lo vi trabajando y quizás sea eso, por la razón de que yo no conozco ni de sábado, domingos o de días que sean feriados, para mi todos los días son iguales, yo arranco a trabajar desde las cinco de la tarde y en ocasiones termino a las cinco de la madrugada, llego a la casa y ya me están esperando los amigos para que juguemos unas cuartas partidas de dominó.
Y yo los acompaños -porque es precario para mí-   quitarme el calor que me produce el estar pegado a la cocina por tantas y tantas horas a ese fuego que me pega en el pecho.
Pero en fin, no es eso lo que te quería mencionar, te quería conversar sobre mi viejo.
Él era un hombre solitario. Siempre lo vi solo, a pesar de que mi madre veía a través de sus ojos, pero así era él. Siempre se apartaba.
Y es que en mis recuerdos, albergo muchas escenas una de ellas y que siempre se me ha quedado grabada es que siempre lo vi trabajando.
Nunca logré ver,  sin algo que no estuviese haciendo. O estaba reparando una silla, o reparando alguna de las hamacas.
O salía a caminar. Él tenía muy pocos amigos.
Mas bien te podría alegar que no. Él no era hombre de estarse confiando de nadie.
Y ni siquiera de sus propios hijos.
Poco hablaba.
Podían pasar horas de horas, y yo sentado a su lado…Y no me hablaba.
Pero eso sí, cuando yo menos me lo imaginaba, me increpaba…
- ¿Por qué te moviste? – Y yo me quedaba mas tieso que nunca   -no  le respondí, pues para él era una falta de respeto-    me refiero a que si le respondía tenía que tener mis elementos a manos para poder hacerle frente a sus argumentos  -los cuales eran siempre inesperados para mí-  el caso era que debía contestarle tal como él lo hacía…
Con un: Hummm
Y lo que mas me llamaba la atención era de su longevidad, mira él cuando llegó a los ciento cinco años, ya estaba obstinado y lo que siempre me hablaba era de que ya estaba cansado y que no quería seguir viviendo mas.
Una buena mañana amaneció con unos dolores bestiales. ¡Corrimos todos con él al hospital!
Allá lo revisaron muy bien.
Nadie nos informaba nada sobre lo que a él le estaban haciendo, pero a la final después de unas tantas horas, alguien se condolió de nuestra desesperación y nos informó:
“El señor ingirió por cuenta propia veneno que se utiliza para matar ratas, y de allí su gravedad. Pero ya pasó el peligro. Fue muy duro y arduo, pero ya pasó. Ahora lo que viene es su franca mejoría”
Nosotros estábamos inocentes de que el viejo hubiera consumido ese mortal veneno.
Y eso nos dejó perplejos, ya que en mi familia no se acostumbra a suicidarse  “así como así”, pero eso fue lo que   -en esa ocasión-   él hizo.
Días después le dieron de alta y fue cuando ya estando en la casa, me le enfrenté y le pregunté del por qué se había envenenado y esto fue lo que me dijo…
“Estoy cansado ya de vivir. Estoy fatigado de ver como mis propios hijos se están matando por la supuesta herencia que les voy a dejar.
Ya no quiero seguir viviendo. Nunca me he enfermado, toda mi vida la he dedicado a trabajar y a trabajar.
Nunca tuve la oportunidad de salir a estudiar.
Mis padres fueron muy pobres y me obligaron a salir a hacerlo y desde ese entonces hace ciento cinco años, sigo trabajando.
Ya estoy cansado. Obstinado de siempre lo mismo. Ya no quiero vivir mas” – Concluyó y entró en un grave mutismo, minutos después siguió así…
- Y eso, mi apreciado amigo, me ha hecho pensar   ¡y mucho!
Claro está que el viejo murió…Cinco años mas tarde, a la edad de ciento diez años.
Ya él no quiso vivir mas.
Y ahora a estas alturas y a la mitad de la vida de mi padre…Yo estoy igual.
Tampoco quiero seguir viviendo.
Yo como él, heredé esa “virtud” a mí ni gripe ligera me da.
Y desde pequeño salí a trabajar.
(Al igual que él.)
No sé leer,  ni escribir. Pero mis hijos todos se han graduado. De lo que cada uno ha querido. ¿Y yo?
Igualito. Salgo todos los días a trabajar.
Todos los días, me consigues en esa esquina…Desde hace ya mas de cuarenta años.
Y ¿ya viste lo que me hizo mi esposa e hijos?
-Se refería a la revolución que su esposa le hizo.
Lo sacó de su casa y le quitó su propio negocio y no contenta con eso, dividió a sus
hijos, los que estaban con ella y los que se quedaron con su padre - Cuestión que en lo personal me llamó mucho la atención, pues presumía que eran una pareja normal.
Pero no,  no lo eran. ¡Qué sorpresas tan desesperante  te va enseñando esta vida!
En lo personal, los veía a cada uno, alejado del otro, pero como siempre he visto eso, poco me llamó la atención, pero    -la procesión por dentro-    la portaba la doña, quien se obstinó de él y le dio el “golpe de estado” necesario y lo dejó en la nube.
El pobre tuvo que marcharse “con una mano adelante y otra atrás” o sea…. ¡Sin nada!
Quitándole no solamente la mitad de su prole, sino que los antagonizó a todos.
Esa familia se vino abajo. El odio y la avaricia subyacente en algunos miembros, fueron los causantes de esa debacle.
Y mientras él me narraba los pormenores de la tragedia familiar, yo pensaba entre mi mismo: ¿Cómo puede una mujer destruir su propio matrimonio?
Siempre he creído que la mujer es el portal de todo hogar y sobre ella, el hombre cimienta sus bases…Pero en este específico caso  ¡todas esas teorías se deshacían  en “caída libre”!
Aun no me lo explico. Ella aduce que había una “segunda mujer”. Cosa que el mismo tiempo le destruyó su tesis.
¿Para mí?   Es que se le acabó el amor.
…O será que nunca lo amó…Bueno es aquel adagio que dice…”El amor y el interés fueron al campo un día…”
De amarlo…Lo aborreció. ¡Qué tristeza!
Se cansó de su propio marido, el padre de sus hijos.
El caso es que Heber volvió a su casa paterna, y allí convive con sus propios hermanos.
Dos de sus hijos, se quedaron con él y actualmente    -ya transcurrió como dos años-   trabajan y estudian.
- Lo cierto de todo esto: ¡Es que ya estoy cansado de seguir viviendo! – Me repetía como si estuviese borracho   -él no bebía ni gaseosa-   pero en su mirada se le reflejaba su hastío.
- Imagínate y apenas llevo  ¡la mitad de la vida de mi viejo!  - Cosas extrañas de esta vida      -digo yo-    ya que ahora veo dos negocios…
Uno que lo veo en declive   -el que le quedó a la antigua señora de Heber-    y el que ahora está llevando él mismo en compañía de dos de sus hijos y es cuando me hago esta pregunta
-la misma que hizo él-   ¿Para qué seguir viviendo?
Si ya está agotado y a pesar de ello, tuvo que empezar un nuevo negocio, una nueva “vida”
Pero con la soledad a cuestas…
…La vida…La vida…Siempre te da sorpresas…
Él pensaba que estaba concluyendo su vida con éxito…Y una paliza le propinó su propia mujer, al sacarlo de su propia casa, de su negocio y todo lo que le oliera a él…













© Bernardo Enrique López Baltodano 2015



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