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“Ando sólo”
Tomás al igual que María, son hijos de un matrimonio
de clase media baja. Todos viven en una casa de dos habitaciones, una pequeña
sala, minúscula cocina, un baño en el que difícilmente pueden estar dos
personas al mismo tiempo.
Por puertas en cada cuarto, había una tenue sábana que
cumplía en poco su finalidad.
Constantemente hacían reuniones cuyo invitado especial
era el licor. Generalmente finalizaban en alguna hora de la madrugada,
generalmente antes de la salida del sol.
Y constantemente la señora de la casa, yacía tirada,
en una silla o en la salita, ¡en cualquier parte! Al igual que su marido,
dejando a los críos a merced de la noche.
Generalmente los hombres que bebían con la pareja,
esperaban a que estos estuviesen ebrios y entonces aprovechaban para ingresar
al cuarto de los menores a los cuales los sometían a sus mundanos placeres.
Hacían grandes orgías tanto con los hijos como con la señora. Y luego salían de
allí al despuntar el día.
Ya estas prácticas se estaban haciendo muy frecuentes.
El señor de la casa, no lo quería reconocer, pero él
también era violado -aunque nunca lo
reconoció- lo cierto era que amanecía
con los pantalones y su interior a la rodilla, pero era tanta su rasca, que
solo lo que hacía era reírse.
Uno de los tantos “amigotes” le hizo creer que para
que ganara dinero, pues vendiera la cerveza
-y así de esa forma, tendrían un ingreso fijo- que por estar desempleado, pues les “caería
de maravilla”
¡Santo remedio! Oficializaron sus rumbas y le colocaron
precio a cada cerveza servida.
Otro de los amigos, le susurró “al jefe de la casa”
que ya que tenía su esposa -que era muy
atenta- pues que se dispusiera a
servirles a sus “clientes” en compañía de su hija -que ya era “una señorita”-
Todas esas “buenas ideas” fueron acatadas con premura,
pues las consideraba “excelentes”
Y tú -le
susurró al dueño de la casa- te
encargarás de llevar las cuentas y de pasarle la factura a cada uno que pida; y
por supuesto el hijo: Tomás era el “encargado” de recoger las botellas y de
limpiar las mesas.
¡Listo! El negocio está hecho. Pero había un problema:
¿De dónde sacaría el dinero necesario para comprar las cajas de cerveza?
¡Yo te lo presto! Pero eso sí: ¡me lo pagas
completito!
- ¡Ok! – Celebró “el nuevo comerciante”
El caso es que arrancaron en su faena un día: lunes.
Y por supuesto, el primero en caer bajo los efectos
alcohólicos era él y le seguía su esposa. A la hija los hombres le brindaban
cervezas y como no estaba acostumbrada, pues caía rápidamente.
Tomás quedaba prácticamente en minusvalía. Y poca
resistencia ponía, pues caía bajo el “influjo” del dinero que le ofrecían.
En poco tiempo, los mismos “amigos” que le propusieron
“ese negocio” se repartían entre ellos.
La escasa moral que este grupo familiar tenía, fue
decayendo mas y mas, hasta transformarse “en una forma de administrar ese
negocio”
Pronto ingresaron “los avispaos” y trajeron droga.
Cerveza y droga son una molotov demasiado peligrosa.
Tomás cayó en la droga. Era ya alcohólico, homosexual
y sin ningún tipo de amor a su persona por los que complejos se multiplicaban.
Una buena madrugada
-y andando con sus amigotes- se
drogaron hasta el paroxismo. El joven partió de su casa sin rumbo fijo.
Su familia detectó su ausencia a los dos días. Pues
vivían o drogados o borrachos. No comían. Dormían, pero bajo los efectos de las
drogas o del licor.
¡Ya aparecerá, seguro que volverá! ¿Pues adónde podría
vivir? – Se decían entre ellos, y con su respuesta se contentaban. ¡Ya volverá!
Tomás al salir de su residencia, no llevaba rumbo
fijo. Caminaba sin coherencia. Trastabillaba y constantemente se caía.
Sudoroso, todos sus achaques se le multiplicaron. Se
volvió loco y comenzó a enfrentársele a los carros, los choferes lo esquivaban.
Por cosas de la vida, llegó a una autopista en donde
se permitía a los carros andar a toda la velocidad posible.
Tomás buscó la muerte afanosamente; ¡hasta que la
encontró!
Sus restos quedaron esparcidos, provocando con su
acción que no solamente fuera uno de los carros, sino varios, que no tuvieron
la suerte de apartarse de ese suicida que con ferocidad buscaba su fin.
No consiguieron ningún tipo de identificación, por lo
que no pudieron informar a nadie.
Esparcidos quedaron sus restos. Nadie se preocupó por
recogerlos y darles “cristiana sepultura” y los involucrados, pues se dieron a
la fuga. Nadie sirvió de testigo. ¿Y cómo? ¡Es que nadie vio nada! Todos se
lavaron sus manos.
Volviendo a su residencia: “El negocio” siguió
funcionando, pero cosa curiosa: ¡Daba pérdidas! (El dueño al caer ebrio; “sus
amigos” le robaban su dinero.)
Pronto los acreedores exigieron su pago.
El “jefe” nuevamente se acobardó. Puso a su mujer como
fiadora:
- ¡Qué pague ella, que bastante lo disfrutó! – Y sus
“amigotes” le pusieron una condición: ¡Madre e hija también!
- ¡Aceptado! – Y allí concluyeron “esas grandes
celebraciones” el hombre no pudo ver como se llevaban a “su mujer e hija” ya
que estaba drogado. ¡No deseaba enterarse de nada!
Al poco tiempo, ¡perdió su residencia!
Nunca tenía para pagar. Prefería seguir pidiendo
prestado, pero ya nadie le prestaba y su presencia indignaba.
Al poco tiempo, ¡perdió su residencia!
Lo echaron como un perro. Como un sarnoso lo
expulsaban.
Viejo, gordo, borracho, drogadicto, homosexual y
sinvergüenza, (Y un largo etcétera.)a la calle lo sacaron.
Pocos lo toleraban. Muchos le echaban los perros,
indignación provocaba. Su mundo se convirtió en un inmundo.
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