"Después de mí... ¡Nadie mas!"

- ¿Y ustedes se están creyendo el cuentecito de que yo mando a mi maridito?
- La carga de la prueba la delata.
- ¿La prueba de la carga? ¡Ustedes lo que están es locos!
- ¿No ves Miguel, que estamos “Locos” pero es que ella,  está encolerizada?
- ¿Encolerizada yo? ¡Ustedes no saben nada de la vida!
- Yo creo Susan, que tú tienes toda la razón.
- ¡Claro que tenemos la razón! ¿Verdad Carmen?
- Seria bueno, que nos aguantemos hasta que llegue Román. ¿Qué pasará cuando nos vea aquí…A nosotros…A Gersy?
- Seguramente que se pondrá Coloradito y mudo.
- Eso está por verse…
- ¿Mami y tú  te estás creyendo en la inocencia de Román?
- La última palabra, aún no está dicha.
- ¿Estás viendo Miguel?
- Ya lo estoy viendo Susan.
- ¿Y tú Carmen?
- También lo estoy viendo.
- ¿Y qué piensas?
- Que albergar ilusiones…Tiene su precio.
- ¿Verdad que si  Carmen?
- Bueno Susan, todos tenemos derecho a llevarnos nuestros cocorrones.
- Es lamentable, pero es nuestra opción.
- Esperemos que venga mi maridito.
- Aquí los estamos esperando. ¿Verdad  Susan?
- ¡Verdad Carmen!
- Y hablando y hablando…El señor no ha vuelto a hablar… ¿Verdad?
- Yo tampoco lo he estado escuchando.
- ¿Él está esperando a que Román salga del baño?
- Así es. ¿Verdad señora?
- …Ya vendrán. Ya vendrán.
Cada quien miraba hacia su lado. Todos expectantes, esperaban.
La ansiedad, en ocasiones es mala consejera.
Los vecinos  que se habían alejado, comenzaban a acercar sus miradas. No se decidían a llegar ellos mismos, temiendo que el señor aparezca nuevamente y los eche otra vez.
Pero con su  mirar, se hacían presentes.
Miguel, instintivamente echaba una mirada a su carro. Pendiente de que no le fueran a hacer algo y él no pudiera salir en su defensa.
- ¿Está haciendo calor, verdad? – Preguntó Miguel como para romper ese hielo de indiferencia y de hostigamiento en que habían caído todos ellos.
Pero ninguna de las féminas, hizo ningún tipo de caso.
Y en ese profundo silencio, se escuchaba el llanto silente de la novia. Casi ni se habían dado cuenta, pero Gersy, también lloraba. En su silencio, florecía su dolor.
Su angustia.
Era evidente, que el sufrimiento era parejo para estas dos.
La madre, auxiliaba a su hija.
Pero en su dolor la hija no se percataba del silencioso sopor en que se encontraba su madre.
Y a Gersy, la auxiliaban sus dos amigas.
Miguel, se quedó como el tercer bloque.  Sólo.

Y en ese ínterin, apareció nuevamente el señor de la casa.


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