“Después de mí… ¡Nadie mas!”
¡Todo
se lo he
dado!
¿Por
qué eres tan
ingrato? Te he
dado lo mejor
que tengo de mí.
¿Y
ahora…Qué será de mí?
¿Será
qué es mejor
que yo? ¡No,
esto no me
puede estar ocurriendo
a mí!
…No puedo
entender nada más. ¿Por
qué a mí?
Siempre le he
dado todo cuanto
me pide… ¡Y más aún!
Qué vergüenza. Qué
humillación. ¿Y en
dónde me podré
escabullir? ¡Trágame tierra!
Pero trágame
y ya. ¡Dios…Virgen Santísima!
¿En qué
habré fallado? ¿Y mis
hijos?
¿Tendrán que
crecer sin su
padre?
¿Qué
será de mí,
a partir de
ahora mismo?)
Sus tres
compañeros, seguían iguales.
Sin acertar a
qué hacer.
¿Cómo podrían
ayudar a su
amiga?
Y a
pesar de que
eran tres psicólogos,
no supieron acertadamente: ¿Qué
se podía hacer
en tremendo lio?
Se dejaron consumir
dentro de aquello.
Ninguno acertó ni a
decir ni
mucho menos qué
podían hacer, para
salir de tremendo
rollo.
- Gersy… -
Musitó débilmente Susan.
La amiga
no respondía ni con un
leve movimiento de
sus retinas.
Se miraban
nerviosamente entre ellos.
Gersy estaba
con un color
ocre muy acentuado
en su tez.
Respiraba, lento, pero respiraba. Carmen
le tocó sus
manos y mirando
a sus amigos,
les dijo:
- ¡Están heladas
como si estuviera
muerta!
- ¿Heladas? ¿Y
está sudando copiosamente?
- ¡Está en
un profundo shock!
Susan, tócala –
La urgió Miguel.
- Si. Está
en un profundo
shock. – Confirmó
Susan.
Carmen que
estaba a su
lado, la movía
de un lado
a otro, muy
suavemente.
- ¡Vámonos de
aquí! ¡Esta gente nos
van a caer
en cayapa! –
Gritó de repente
Carmen, al observar
que varios de
los vecinos se acercaban
sigilosamente.
- ¿Y por
qué? ¿Acaso tenemos
que escondernos? – Preguntó
de repente Miguel.
Un microsegundo antes,
había quitado su pié
izquierdo de los
frenos y se
disponía a acelerar
para obedientemente irse
de ese sitio, pero
algo lo hizo
detenerse.
Todos se
percataron de que
varios de los
vecinos se acercaban
en una forma
extraña.
- ¿Tienen algún
problema?
- ¿Problema…Por qué?
– Preguntó Miguel, enfrentándose
al que originalmente
le espetaba esa pregunta.
- …Es que
observamos que ustedes
miran mucho a
Mireya y a Román…
¿Los conocen acaso?
- Conocemos a
Román… - Les adelantó Miguel.
- Yo soy
hermano de Mireya
y cuñado de
Román. – Dijo
un joven que
se acercó con mucho
recelo - ¿Hay
un problema con
mi hermana?
- No compañero,
no la conocemos.
- ¿Y cuál
es el problema? –
Insistió el joven.
Y en ese
instante, se adelantó
un señor que a todas
luces o era
el padre o
un familiar muy
cercano.
- ¡Mucho gusto!
Yo me llamo:
Germán Arenas y
Mireya es mi
hija. ¿Qué es
lo que está
pasando con ella?
Miguel miró
a sus amigas.
Susan y Carmen,
no atinaban a pronunciar palabra
alguna y Gersy, seguía
igual.
- ¿La
señora…Está mal? ¿Qué
le está pasando?
– Les preguntó
el Sr. Arenas.
- …Está en
shock. – Respondió
Carmen, sujetándole sus
manos.
- Pareciera que
hubiese visto a un espanto.
– Comentó el
de más edad.
- …Y es
que lo vio…
- Respondió como
para sí misma
Susan, pero sus
pensamientos fueron
claramente audibles y
se percató de
su imprudencia, por
el gesto del
señor.
- ¿Y qué
clase de espanto
es? – Insistía
el señor.
Ninguno le
contestó su pregunta
- ¿No
será mejor que
pasen? Así la
señora se toma
algo y se
calma. Si gustan,
pueden ir a mi
casa. Es allí
en dónde están: Mireya
y su novio,
Román.
- …No, mejor
que no vayamos. – Respondió secamente
Miguel.
- Si, opino
lo mismo. - Aseguró
Carmen
- ¿Y por
qué no podemos
ir? – Sorpresivamente respondió
Gersy. Ya sus
ojos estaban enrojecidos, su
voz temblaba como
si tuviese un
frio de muerte.
Los amigos
se quedaron petrificados.
¿Ir a dónde
estaba ese sinvergüenza?
Todos se sintieron
muy incómodos, pero…
- ¿Te sientes
en condiciones de
ir…Allí? – Le
preguntó alterada Carmen
Susan no
supo que decir.
Sin duda
alguna, esa reacción
la favorecía…Pero entrar
en la cueva
en donde está
el lobo feroz… ¡Eso
si que los
alarmaba a todos
ellos!
- ¡Claro que
sí! Vamos.
- ¿Ustedes son
amigos…Verdad? ¿Seguro que sí? –
Les preguntó el
joven, al notar
lo tirante de la
situación.
- Ya te dije
de Román. A
tu hermana, no
la conocemos.
- ¿Seguro de
que son amigos?
No quiero que
haya problema alguno…
– Repreguntó.
Se notaba
a leguas, que
presentía que algo
malo estaba ocurriendo
allí.
- Conocemos a
Román. – Le
puntualizó Miguel, al
notar lo exasperante
de la desconfianza de
ese joven.
- Román es
nuestro amigo, lo
conocemos bastante bien.
¡De hace varios
años ya!
- Ok. No
queremos problemas. ¿Ok? – El
padre observó muy
bien a su
hijo y luego detalló
detenidamente a los
cuatro ocupantes de
ese carro.
- Bueno, si
se estacionan allá…
- Le dijo
a Miguel, señalándole
el frente de
su casa, la cual
estaba a unos
escasos quince metros.
Un grupo
de unas ocho
personas, se apresuraron
a llegar primero
a la casa.
El
Sr. Arenas pendiente
de todo, llegó
primero y su hijo
después.
- José… Corre a llamar a
Román, a Mireya
y a tu
mama también. – El chaval
corrió y entró a
su casa. Desapareciendo de
la vista de
todos.
- ¡Pasen…Pasen…Por
aquí! –
Los invitaba el Sr. Arenas.
Resueltamente se bajó
Gersy. Carmen a su lado, la
llevaba abrazada. Susan,
corrió y se
le colocó a un lado, ayudándola también.
Subieron lentamente
los peldaños de esa escalera,
que eran de
unos seis peldaños.
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