Y sus hombres, comprendiendo que era
necesario, para su sobrevivencia…No escatimaban ni palabras, ni lisonjas. Todos
se imbuían en esta tarea.
(“¿…Acaso no me es licito esto…?
¡Es bueno que reconozcan en mí…Todo esto!
Reconozco que me hace falta.
¡Esto es bello! Es muy sublime escuchar al
vulgo qué te aprecien tal como lo están haciendo.
…A la final…
¡También soy un hombre! …Pero en pleno crecimiento.
Y aún
tengo mis pequeñas debilidades, como esta.
…Y ahora, entiendo a los grandes hombres de
la historia.
¿Acaso, no es bueno que se lo reconozcan a
uno, en vida?
¡Qué sabios son mis hombres! Después de
todo…No son tan brutos, como siempre he creído.
¿El que me reconozcan todo esto…En vida?
¡Esto es grande…Maravilloso!
¡Grandemente…Porque tienen el coraje
suficiente, para reconocerme en mi propia cara!
Debo reconocérselos. Pero jamás les permitiré
decírselos…Se me pueden mal interpretar mis palabras.
En esto del comando…Hay que medir, muy bien
las palabras.
Ya me lo dijo, mi amigo El Tuerto. ¡Qué en
paz descanse!
…Y dicho esto…Ya está bueno de las lisonjas.
¡A trabajar! Y no se estén creyendo, que yo
les voy a hacer todo el trabajo.
Ya está bueno. Ya les he abierto, el camino.
A partir de este momento…Debo ordenar y
esperar a que se ejecute cada una de mis órdenes.
Ya…Ya párenle…Ya está bueno…Vayan a
trabajar”)
Ante las órdenes, no verbales, sino más bien
gestuales.
Sus hombres, guardaron un silencioso respeto.
Y se aprestaron a recibir la orden que cada
uno recibiría.
- ¡Escuchen mis órdenes!
- ¡Mande Mí Comandante! – Lo apremió El Temblao.
- Yo lo obedezco en todo. – Le aseguró El Gordo,
moviendo su amorfa humanidad.
- Aquí estoy mí General en Jefe…Mande usted.
– Le aseguró El Avión.
Para sus adentros, éste se pensó para sí
mismo: (¡Ya voy a salir de abajo con éste
Avión!)
Con toda la parsimonia posible, fue
mirándolos uno a uno. Sintió el frio del miedo, ese que hiela hasta los huesos.
Y eso, también le agradó. Todos los signos, le hacían comprobarse a sí mismo,
que su mando, era total. Respiró pomposamente. Hizo unos estiramientos de todas
sus extremidades, más como para confundir a sus adláteres, pero lo que en
realidad, era. Que ya el frio de esa noche, le estaba calando.
Y en verdad, estaba tan absorto, con tantas
preocupaciones, que lo fue postergando una y otra vez.
Pero ya en ese momento, se sentía a sus
anchas. Otros velaban el horizonte. Otros le protegían.
Y por esa sencilla
razón, ya podía dedicarse a esas cosas que por ser tan irrelevantes, poco les
ponía su atención.
El frio, le calaba en
lo más profundo de su ser.
Sin lugar a dudas, el
simple hecho de ser el cabeza, lo obligaba a nunca bajar su guardia del todo.
Y uno a uno les fue asignando, sencillas tareas.
- ¡Gordo!
- ¡Mande Mí
Comandante!
- Vigila esta zona
del sur…
- ¿Y cuál es el sur,
Mí Comandante?
- ¡Hacía allá, Gordo
baboso!
- Temblao.
- ¡A su orden!
- Vigila hacia el norte.
- ¡Sí, Mí General en Jefe!
.........Y si te está gustando este relato; me gustaría saberlo ...........Continuará........
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