El personaje de El Guegüence o Macho Ratón es chapucero, burlesco, patán, oportunista, guatusero, doble cara, servil ante la autoridad, rebelde a sus espaldas, adulador, aspirante a escalar socialmente, resentido y resignado a la vez, experto en lenguaje de doble sentido para expresarse sin riesgo...
Es todo un personaje y lamentablemente para todos nosotros...ya lo hemos visto en diversas situaciones y siempre ha estado allí, como si fuera un espejo en el cual nos muestran para ver que actitud debemos utilizar.
"El Guegüence"
- ¡Ayyyy que bello! ¿Y harías eso por mí mi bello? –
Lo miraba extasiado mientras éste construía sus palacios de sueños.
- ¡Es que tengo que hacerlo!
¿Sino cómo podrás apreciar mi grandeza?
- ¡Ayyyy qué bellas palabras!
¡Ya hasta te me estás graduando de poeta!
- ¿Poeta yo? ¡Ni Walt
Whitman, ni Rubén Darío…ninguno de ésos, se me podrán acercar! No hay poético,
ni poetiza que se me acerque en mi extensa verborrea de sufridas expresiones de
amor y del gozo. ¡Tú aún no me conoces
en mi vasta vorágine de conocimientos incipientes y aún no develados por mí! Y
te confieso que en verdad, este cochino e inmundo mundo conoce muy poco de mí y
para que te enteres de una vez por todas: Cuando llegue el momento indicado…
¡Me conocerán todos ustedes! ¡Ni un segundo antes!
- ¡Eres mi héroe!
- …Ya me conocerás en mi
grandeza…
- ¡Siempre he confiado en
ti!
- ¿Segura?
- Desde qué te conocí…me
dije: ¡Éste es mi hombre!
- ¿Y lo he sido?
- ¡Por supuesto que yes!
- ¿Y estarías dispuesta a
demostrármelo?
- Mi lindo…si respiro
solamente al verte. ¡Tú eres la razón principal de mis desvelos! No tengo vida,
hasta que te tengo en mis brazos. Me derrito por ti.
- ¿Te sacrificarías por mí?
- ¡Sí!
- Claro, que si lo hago es
por el bien de mi, digo de nosotros dos…
- ¡Tres! ¿O no quieres
reconocer a tu propio hijo? Es sangre de tu propia estirpe.
- ¡Claro…ya somos tres!
- Y por ti, haría todo lo
que sea necesario para poder hacerte feliz. ¿Acaso dudas que te lo pueda negar?
¡Nunca! ¡Soy incapaz de negarme a un pedimento tuyo!
El hombre la detalló bien.
Guardó silencio y disfrutó de todas las promesas de su señora. Cerró sus ojos y
alzó su cara al cielo.
Macrina en ese preciso
momento tuvo que ejercer más fuerza de la que ya estaba haciendo, debido a que
estaba perdiendo el control de todo lo que cargaba encima. La pobre fémina,
tuvo que verse precisada a tener que soltar varias bolsas ante la inminencia de
que su propio bebé cayera al piso. Las bolsas cayeron estruendosamente. Hizo
muchos esfuerzos titánicos, movimientos fuertes para evitar un mal mayor. Al
final logró sostenerse en pié, con esfuerzo mantuvo su propio equilibrio. Su
niño se despertó y de los nervios, se asustó y comenzó a berrear a todo pulmón.
Su esposo, preservando su propia
seguridad, se apartó resguardándose ante un daño que pudiese recibir. Tan solo
se contentó con presenciar todas las peripecias y en ningún momento se mostró
algún ápice de acudir en su auxilio.
Ante su propia impotencia,
ella procuró por sobre todos los medios posibles que el daño no fuera mayor, al
ver que ya tenía asegurada a su preciosa carga, comenzó a arrullarlo con la
finalidad de que éste se calmara.
- ¡Arrúúú mi niño lindo, que
ya todo lo malo pasó! Ya mi amorcito, ya papi nos ayudó. ¿Viste que valiente
fue? – Mientras ella trataba de tranquilizar a su retoño, Raúl la atravesaba
con una mirada fría y demoledora. La pobre al percatarse que lo había
enfurecido, trataba de calmarlo también a él.
- …Perdona mi torpeza…es que
perdí el equilibrio… ¿Te ensuciaste tus zapatos? ¡Déjame lustrártelos! – Y se
inclinó muy solicita para pasarle un trapo limpio a sus lustrosos calzados. Él
permitió todo, como un reflejo inmediato de la torpeza sin límite de su mujer.
Al ver que ya le había limpiado su zapato izquierdo, le adelantó el derecho.
Luego le hizo señas de que le arreglara el pliego de su pantalón. Por alguna
inexplicable razón, se le había torcido. Solícita como siempre acudió en su
auxilio.
- ¡Siempre la andas
poniendo! Y esperas el momento en que yo me inspiró para romper mis sueños. ¡Tu
envidia me detiene!
- …Perdóname…Déjame
acomodarte mejor tus ruedos… -Y una vez concluido le estampó un sonoro beso,
como señal de que ya todo estaba resuelto, como respuesta él le lanzó un punta
pié el cual en medio de su mayor gozo, pudo esquivar.
- ¿Perdóname? ¿No corre
sangre por tus escuálidas venas? ¿Así,
así tan seco? Desprovisto del más leve sentido de la equidad y los buenos
principios… ¿Ya estás más tranquila? ¡Has destrozado mis buenos sueños de
engrandecer mí familia!
- Es que seguramente que me
resbalé…
- ¡Pata floja! ¡Eres una
inútil y estúpida mujer! ¿Cómo haré yo? ¿Hasta cuándo te tolero? - Su esposa, bajó su cabeza y en silencio
comenzó a llorar. Pronto eran madre e hijo, sofocándose por las lágrimas.
- ¿Y qué carajo estás
esperando…a qué sea yo mismo quién recoja todas esas bolsas? ¡Apúrate asna! –
Aún doliéndole uno de sus pies, el cual seguramente se le dobló, omitió todo su
dolor y comenzó a recoger cada bolsa desparramada por todo el suelo.
Respirando con suma
impaciencia, él esperó. Golpeando con furia su zapato contra todo lo que
pudiera servirle, pero claro está, sin que le causara dolor alguno a él. Ni
mucho menos ensuciarse.
A los pocos minutos, y
siempre cargando a su lloroso retoño, logró dominar la situación. Amarró con
mucho cuidado las bolsas a su mano izquierda, mientras que con su brazo derecho
seguía sosteniendo a su pequeño. Logró la fuerza requerida y se irguió. Se
ajustó bien toda su carga y mirando a su consorte, le sonrió y le hizo notar
que ya estaba dispuesta a seguir caminando.
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