"Monterías"

Para empeorar nuestra situación, nos cayó una densa y escalofriante neblina. ¡Qué rayos! Si ya ni podíamos ver. (¡Ni idea tienen ustedes de lo mal que la pasamos!  …Y por las miradas de zoquetes…)
Para colmo de males. ¿Una gruesa neblina?  (¿Saben lo que es una: Neblina?)
¡Eso es para locos! ¡La locura compañeros!
Yo en lo personal, sentía que el abrigo que llevé era muy miserable.
¡Me traspasaba el frio a millón!
Yo no sé, si mis compañeros estaban iguales o peor que yo.
Es más creo que  estábamos igualitos.   
¡Padeciendo las de Caín!   ¿…Y yo? ¡No me la tiro de Caín!
¡Miren eso es espantoso!   ¿Ah no me creen?  …Hay que vivirlo…
¡Esto es para burros!     ¡…Tampoco lo soy! ¿Ok?
Hubo momentos en que no sentía a Nemesio, Abraham apareció a los minutos. Llamamos a Nemesio. La fuerte caída de las aguas, alejaban nuestras voces.
No nos habíamos dado cuenta que Nemesio no estaba.
¡Se había quedado rezagado!
Al final, se reportó.
Escuchamos su voz y le gritamos para que se guiara hacia dónde estábamos esperándole. Debía ser un árbol muy frondoso, ya que nos abrigó muy bien. Esperamos un buen rato, y cuando ya amainó ese temporal.
Nos quedamos a la expectativa. Dago, nos informó haber escuchado algo y por las señas, nos informó que en la quebrada de arriba, lo había precisado.
Se pueden imaginar: ¿…Qué el señor ha escuchado algo?
Si desde que entramos en esa boca oscura y horrenda: Zumbidos (Horrendos... ¡casi fantasmagórico!), crujidos y chasquidos de todo tipo (Se me antojaba que andábamos en otra dimensión… ¡Todo extraño y macabro!), de todos los colores y de todos los tamaños habidos y por haber  
¿No les parece algo de pura locura?
(¡Yo lo certifico! ¡Ni idea tienen de las que nos tuvimos que pasar!)
¿Qué ése mismo sátrapa, nos informe que algo ha oído?
Abraham, me preguntó: ¿Cuál quebrada de arriba?
Nemesio, tampoco la conocía y me preguntó: ¿Está muy lejos?
¡Imagínense! Noche oscura. Frio intenso.
No nos podíamos ver ni a centímetros. Tremendo aguacero nos cayó.
Yo estaba titiritando del frio. Ya llevábamos unas cuantas horas, y ese miserable nos informa que lo oyó.
¡Yo me precio de buen oído! (¡Y a ustedes les consta! Yo soy un radar para escuchar hasta las pisadas de una araña que pase a cincuenta metros de mí.)
¿Y dónde está?
En la quebrada de arriba. - Me contestó el indiecito.
¿Y a cuánto de aquí? -  ¡Y no me respondió!
Yo estaba temblando del mismo frio pero al escucharlo, comencé a jadear pero del horror. (Comencé a sospechar, que era cuestión de no sé cuánto, pero allí mismo, comencé a oír sus rugidos y hasta percibí su olor a salvaje.
¿Se imaginan?
Y yo, allí. Tan cerca. ¡Eso es para locos!)
¡Y ése miserable, estaba como si nada!
Me daba la impresión de que estaba en su propio charco. 
¡Tranquilito y campante!
- ¿O sea que ahora es cuando nos falta? -  Le grité indignado.
- No podía creer que ese indiecito insignificante y mediocre, me ganara en audición. Pero lo que más me intrigaba era verlo y sentirlo.
Como si nada le estuviera pasando. 
¡Qué bárbaro! – Hizo caso omiso a mí pregunta. - Y entonces.
Por la descripción, asumí que apenas estábamos como a mitad de la montaña o sea que teníamos que seguir cabalgando por unas cuantas horas más.
¡Nada! Ok, continuamos. Al poco tiempo, Abraham me toca sorprendido, volteo con mi rifle listo para caerle a tiros a lo que me tocaba y era él mismo.
¡Chamos no me hagan esto! Eso es muy peligroso.
Pude haberle soltado un tiro. 
¡Hasta pude matarlo! 
¡Sin querer, claro está!
- ¿Ves esos ojos?  Allí, allí… - Señalaba hacia un punto, el cual claramente no pude divisar, así que agudicé mis ojos y chequee, pensando que era algo muy peligroso al acecho. 
¡Les soy sincero, me estaba haciendo en mis pantalones!
- ¡Es un venado! -  Me dijo indignado el indiecito. En ese instante, oigo que mis camaradas, empuñan cada uno sus rifles.
- ¡Cuidado! – Nos gritó el indiecito.   - No hemos venido por los venados. ¡Hemos venido a matar al miserable! Todos quedamos con nuestra carabina al hombro y con el ojo puesto en nuestra presa. 
- ¡Cuidado! – Nos volvió a advertir Dago. Fueron segundos de una sensación de desasosiego.
- ¡Tranquilos muchachones! -  Les informé a los camaradas.
- ¿Por qué? ¡Lo tengo en la mira! -  Sostuvo  Abraham.
- ¡Yo me lo tiro! -  Afirmó Nemesio.
- ¡No! -  Intervino Dago fuertemente. –Sí tira. El cuadrúpedo  se espanta.
- Quieto Nemesio. Quieto. – Le susurré lo más quedo posible. Debía reconocerlo, Que tenía razón. ¿Imagínense? 
Si el melenudo escucha el tiro. Se nos huye…
¿Y cuándo lo podremos agarrar?”
- ¿Y qué hizo Nemesio? -  Inquirió Saulo.
- “Maldijo al indio, al puma, al venado y a todo cuanto se le atravesaba.
Pero no le quedó más remedio que bajar su rifle.
Juntos contemplamos, varios pares de ojos. Parecían estar pendientes de nosotros. Cómo poder saber. ¿Bestias o caza?”
- Y qué eran esos ojos… -  Pregunté tímidamente.
- “Una manada de venados. ¡Eso fue los que nos aseguró el guía!
¿Y yo qué podía decir? ¡Absolutamente nada!
Estaban pastando a escasos cincuenta metros. Nos miraban y cuando se percataron de nuestra presencia, se espantaron.
Allí nos quedamos embobados, tremenda cacería hubiese sido.

¡Pero ni modo! 

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