Hace unos cuantos años atrás...siendo apenas un mozalbete y viviendo en: Managua - Nicaragua mi tío Román Baltodano me invitó a una incursión. En verdad no me recuerdo bien si me explicó lo que era una...Cacería. Recuerdo que me dijo, más que nada para incitar en mí esa necesidad de tener que demostrar cual macho sería...pero que en esta aventura me haría todo un ¡Hombre! En aquella fecha tendría acaso unos...Quince años.
El caso es que no se lo dijo a mis padres...y yo accedí. Estando en mitad de aquella selva, me confesó que estábamos con frontera con: Costa Rica y me dijo: ¡No se lo digás a tu madre! ...No quiero tener problemas con ella... (Ella era su hermana mayor)
Este pequeño ejercicio literario lleva por nombre:
"Montería"
¿Qué podemos hacer? ¿Y qué más podían hacer…?
¡Buscar a los profesionales! ¡Eso es lo único viable! ¿Y a quiénes
buscaron?
¡A los mejores verdugos del mundo!
¿Y a quién creen que llamaron?
¡A nosotros! (¡Modestia aparte!
…Tanta sinceridad me inquieta… ¡Pero es la única verdad! ¿Y yo? Yo formo
parte de: ¡Los más valientes y osados!
…Modestamente hablando…)
¡Somos únicos y los mejores de este mundo!
Así que nos alertaron y acudimos.
¡Los mejores!
Esa noche llegamos a la selva ya pasada la media noche.
Hacía un frío espantoso. En esa ocasión fui con Nemesio y Abraham.
Entramos muy bien armados.
Tal como hoy.
Al llegar un indiecito nos ofreció su servicio como guía.
Yo le dije que no lo necesitábamos. Pero insistió.
Nos alertó que ése era una extensión muy peligrosa.
Indicándonos que existían muchos recovecos qué él había nacido allí
y que desde que era un mocoso, recorría todo eso.
Una y otra vez decía lo mismo hasta que el mismo Nemesio. Accedió.
Al final, Abraham mismo me trataba de convencer.
- ¡No necesitamos baqueanos! -
Le afirmaba.
- ¡No importa! - Me contradijo Nemesio.
- ¡Si, no importa! - Confirmó
Abraham.
- Y debo aclarar que él resto de los grupos que fuimos a esta
ocasión.
Insistieron hasta más no poder.
El caso es que sostuvimos una pequeña discusión.
¡Pero bueno!
En una incursión de esas deben ir, solamente los que uno conozca.
¡Por cuestión de seguridad! Esta es mi opinión al respecto.
- ¿Cuál seguridad? - Me atajó
Nemesio.
- No entiendo de eso. -
Apuntó Abraham.
- Debemos
cuidarnos: Uno a otro. – Continué - Los que participen, debemos conocernos. La
cosa es que el indiecito, nadie lo quiso
llevar.
¿Y
por qué será? ¡Piénselo bien! Nada ocurre por casualidad.
¿No lo
entienden?
¡Y
se nos pegó a nosotros!
Y
como vio que dos estaban a su favor. Allí se nos pegó.
¡El
caso es que me vencieron! Siempre he pensado, que en esta cuestión los que
vayan conmigo, debemos ser conocidos y tenernos confianza. Ya he oído muchos cuentos.
De gente que han tenido enfrentamientos anteriores y…”
- ¿Y qué pasó? – Inquirió intrigado Solís.
- “¡Ya
van a ver! El caso, es que salimos con el indiecito”
- ¿Y
cómo se llamaba el indiecito? - Lo
interrumpí nuevamente
- “¡Dago!
Así dijo que se llamaba. ¡Y bueno, así lo conocían todos!”
- ¿Ajá?
– No sé el por qué, pero tenía mis dudas al respecto.
- “Fuimos
los últimos que subimos. Digo esto para los que no la conocen.
Es
sumamente peligrosa.
Hay
toda clase de depredadores: Pumas, grandes culebras…Elefantes, etc.”
- ¿Y
hacia allí vamos? - Protesté sin
molestarme en dejar traslucir, que me atenazaba el pánico. Mis amigos rieron a
batientes.
Me
molesté al ser el objeto de sus burlas.
¿Pero
cuando en mi vida he estado cerca de esas bestias?
¡Solamente
he estado a escasos centímetros de uno de esos, desde mi televisor, claro está!
- ¡Tranquilízate!
- Me sugirió.
- Se
te olvidó. ¿Acaso no le contaste
también? – Le indicó Saulo.
- ¿De
qué?
- ¡Qué
también hay MATMUTS! – Afirmó Saulo.
- ¿Y
le contaste lo de las BOAS GIGANTES? – Preguntó Solís.
Los
demás se agarraban sus escuálidos estómagos. Las risotadas aunadas a las
infaltables burlitas de todos los tonos y colores.
De
más está alegar.
Que
me hicieron enojar. Protesté todo lo que pude.
(He de hacer un paréntesis aquí.)
Casi
nunca exteriorizo mis pensamientos. Pero cuando lo hago: ¡Este es el resultado!
Cuando la tos, acudió en mi ayuda.
Las
risotadas, las burlitas y la tomadera de pelo fueron cesando.
En
mi favor. ¡Claro está!
- ¡Al
fin! ¡Al fin! - Me felicité a mí mismo.
La
sabia naturaleza, siempre viene en mi auxilio.
¡Sí
señor, se hace justicia!
El
caso es que arrancó nuevamente en su ya legendario relato, yo aproveché y me
senté a todas mis anchas, como para disfrutar esta tregua, tan oportuna.
- “Bueno.
El tal Dago. El indiecito.
Del
que les hablé” - Hablando y mirándome,
comenzó tosiendo y a seguir mofándose de mí. ¿Qué podía hacer? Me provocaba
darle un golpe, pero me contuve. Así que cuando lo creyó conveniente, continuó:
- “¡El
Dago ese! Nos acompañó. Yo mismo les recordé a cada uno de ellos: En una batida.
Hay que ir mosca. Con mucho cuidado. ¡Debemos confiarnos nuestras propias
espaldas!”
- ¡Estamos
claritos! - Le sostuvo Abraham, ya
fastidiado.
- No
es para molestarlos. No se ofendan. Ni se molesten.
- Ya.
- Sostuvo Nemesio.
- Bueno.
Continuemos entonces. – Les dije tratando de sintetizar.
- “Partimos
los cuatro: Nemesio, Abraham, Dago y yo.
Todos
a excepción del Dago, llevábamos nuestro armamento pesado. Aparte en mi cinto,
llevaba mis pistolas, por si acaso.”
Detuvo
su historia para comprobar que tanto Solís, como Saulo y yo, estábamos
poniéndole atención. Al verificar que tenía el cien por ciento de nuestra
atención. Carraspeó y con gran pompa, prosiguió con su relato.
“Era
noche oscura. No había ni estrellas, ni luna ni nada.”
Todo
era oscuridad perpetua. ¿La visibilidad? Ninguna. Estábamos a ciegas.
Ni
siquiera me podía ver los dedos de ninguna de mis manos.
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