Este manuscrito es otro de mis
creaciones literarias.
"Z más B"
I
Unas horas
antes de empezar la reunión. Juan se acercó
a la residencia de Don Andrés y su esposa. Iba muy preocupado y su
angustia era evidente.
Era una
tarde muy floreada y con buen sol. Y a
pesar del intenso calor, invitaba más bien a un relax vespertino.
La
residencia era una casa de dos aguas, casi en la esquina. Muy bien ubicada y
céntrica.
En su frente
tenía un parque, con hermosos y frondosos árboles, con caminos en concreto,
presentando diversos paisajes y ondulaciones, que invitaban a una estancia
placentera.
En cuyo
ambiente refrescante y acogedor se refugian muchos de los locales en busca de
paz y recogimiento en unión de sus seres más queridos.
Ambiente
soleado y muy tropicalizado, ya que poseía placenteras sombras y muy buenos
muebles metálicos para sentarse en ese ambiente fresco y agradable.
Juan pasó
por alto toda la belleza circundante.
En ese
preciso momento, no le llamó para nada su atención.
Estaba muy
tenso, su cuerpo le aquejaba terribles
dolores. La faz de su rostro denotaba un
terrible cansancio. Y claro que estaba agotado. Todo su cuerpo así lo clamaba.
Sin duda,
estaba demacrado y muy disminuido físicamente.
Con
terribles dudas, ya que no se atrevía a exponer los hechos ya pasados y
temiendo el castigo que él
recibiría…pero más temía que se enteraran por otras bocas y seguramente con una
versión lejana de todo lo que en verdad…aconteció.
Al llegar se
hizo anunciar con el hijo de la pareja. Se sentó cómodamente en la sala y
esperó.
Una vez que
estuvo al frente de la pareja, titubeó. Aún no se sentía preparado…pero ya
estaba en posición y no debía echar marcha atrás.
Respiró hondamente. Vaciló…pero ya había tomado su
decisión. Así que….
Comenzó a
relatarle todo cuanto ocurrió en una sesión de exorcismo, efectuada días atrás.
- Siempre
las cosas cuando se van a dar… ¡Terriblemente se vuelven a producir! -
Andrés además de sorprendido…estaba sumamente molesto. Miraba
incesantemente a su esposa.
- Si y lo lamento mucho. – Juan bajó su cabeza.
- ¿Lo
lamentas mucho? En cierta forma me cuesta un tanto creerte.
- ¿Y cómo es
que se aventuraron en esa locura? – La esposa no cabía en su razonar… No
acertaba a descubrir la razón de ese
desacierto.
Don Andrés
cavilaba, y en su pensar y meditar coincidía con la tesis de su adorada.
Tampoco entendía ese proceder.
- …Esto
tiene que ser discutido en reunión con el resto. – Lo analizó por un rato y esa
fue su conclusión.
-
…Pero, Andrés… ¿Es necesario? – En su
rostro reflejaba su insensatez, pero de allí y someterlo a la consideración del
resto. ¡Bueno, esto no estaba en sus planes! Pero debía someterse al veredicto
de la mayoría.
- Claro qué
si… Juan – Reafirmaba su bella costilla.
- …Y tendrás
que relatar nuevamente esta historia.
- Y Juan…tendrás que ser más
específico.
- …Pero…pero…
- Sí,
Juanito… Y que Dios nos perdone a todos. – Aconsejó la bella esposa.
- Está bien.
Volveré a contar todo lo que ha sucedido. Esto fue muy duro para todos
nosotros. En
verdad les digo, en lo más profundo de
mí ser…estoy sumamente arrepentido.
- Pues claro que debes estar
arrepentido - Dijo al verlo un tanto
molesta - ¿Cómo crees que fue una buena decisión?
- Esto pone en peligro a nuestro
grupo de oración. No me gusta. Nada me gusta esto. ¿Quién autorizó ese acto?
- …En realidad…Nadie…Es una decisión
loca de nuestra parte – Afirmó el adolecente muy avergonzado por haber desobedecido a sus
mayores.
Era evidente el enojo de Andrés. No
se contenía en su indignación. Su esposa apreciando la actitud de su amado,
prefirió callar.
La decisión era…Esperar a más tarde.
En poco tiempo, estarían todo el grupo en pleno.
- Hay que esperar.
Con la decisión tomada, no había más
nada que tratar. Así que esperaron a que fueran llegando y cuando estuvieran todos juntos…ya tratarían
ese espinoso suceso.
Siempre en
su posición de mando, había sido un
hombre en todos sus cabales. Lo seguía
mirando, con ese tipo de mirada, que es como si quisiera escudriñar lo
inescudriñable.
Don Andrés,
aún con sus ojos cerrados, cavilaba impertérrito asumiendo que dejaba a su mozo amigo en la más
profunda incertidumbre. Intuía la mirada desconcertante.
El relato
que le ha referido…sencillamente lo dejó extenuado.
¿Podría
haber sido cierto? ¿Tanta maldad?
Hay actos
que por muy buenas intenciones a la final se pueden transforman en tragedia, haciendo sufrir a
mucha gente, como fue lo que a la final sucedió en este preciso caso. ¿Y qué
necesidad había de exponerse y exponer a gente inocente?
Y meditando
lo narrado por su discípulo, pudo detectar que a pesar de la buena intención,
pecaron al no asesorarse bien y por precipitarse en su ejecución. Y aventurarse
en “Esa sesión” sin aquilatar para nada, todos los riesgos y peligros a que se
exponían, como a la final…Se dio. ¿Y por qué? Por el pecado de: La Soberbia.
Andrés
visualizó mejor a su interlocutor. Y ciertamente que lo conocía y hasta podría
asegurar que perfectamente. No creyó equivocarse ni un milímetro. Juan es un
joven sano. Por lo menos eso siempre ha pensado de él, por su forma de
comportarse.
Instintivamente
chequeaba a su esposa, y la notó muy
consternada.
Pocas veces
la encontraba sin poder emitir ni siquiera un dictamen presuponiendo el impacto
de esa versión, que la había dejado obnubilada.
Por
supuesto, que él aún siendo hombre y conociendo muchas cosas de la vida,
pero…Esto era algo así como fin de mundo.
Uno a uno
fueron acercándose sus integrantes. La sala que había estado silenciosa…Se fue
poniendo bulliciosa.
Notó que
Juan se quejaba en silencio. Lloraba como lloran los hombres. Quedo. Sin emitir
ningún tipo de quejido. Sus quejidos eran en el alma. En su adentro. Y solamente en su interior era en donde se libraba esa verdadera lucha. El empecinamiento del ser.
Sin embargo,
chequeó que se quejaba de dolores. Seguramente que su suplicio no tenía
parangón. La procesión se lleva por dentro y como buen cristiano…Callaba.
Pero en su
mirar…se notaba su aflicción.
- ¿Ya
estamos todos completos?
- Ajá Andrés
– le respondió su amada.
El don era
un hombre alto y sumamente delgado. De tez blanca, dando la aparición de ser
más bien como atomatado.
Muy jovial y
de rápidas palabras. Parecía más bien como un narrador de
noticias ya que poseía una voz ronca y
él le daba los matices oportunos, según su criterio. De tal manera que cuando
ese señor arrancaba a hablar, sea el tema que fuese, resultaba ser un excelente
orador y quizás el tema que trataba
carecía de importancia. Seguro que si. Tan sólo tenían que dejarlo
hablar. Su verborrea era sensacional. Única. Y todos los que le conocían,
al escucharlo hablar, quedaban extasiados. Y aún cuando el tema era banal e
insulso, lo transformaba en algo sencillamente excelente. Dominaba muy bien el
lenguaje corporal y por supuesto que lo utilizaba.
Siempre sus
oyentes quedaban extasiados. Un muy buen
actor.
- Qué
bien…Ya estamos todos acá reunidos…
A pesar de
ser ya un hombre entrado en sus cincuenta años, era ágil y preciso. Su
delgadez, sin duda lo catapultaba muy
bien, ya que sus movimientos eran armónicos y los bajos y altos de su voz
potente, modulada con suma precisión obtenía la atención inmediata de sus
oyentes.
Don Andrés
entreabrió sus ojos y dio la impresión de que se encontraba como en una
encrucijada, miraba insistentemente de un lado hacia otro, como si se hubiese
extraviado en la profundidad de sus cavilaciones. Por instantes estaba
desubicado.
- Ya estamos
todos – Repetía sin cesar. Era
evidente…Estaba sumamente preocupado.
Pero cuando
se quitó sus gafas, sacó su pañuelo del bolsillo trasero derecho de su
pantalón, el cual siempre era de color oscuro,
se convenció a sí mismo en dónde estaba.
Sin embargo, escudriñó mejor y su visión se dirigió hacia una mesita.
Convencido que seguía en la espaciosa sala de su casa, suspiró con profundidad,
y en forma rutinaria, comenzó a pulir sus lentes. Esta acción era casi
identificativa de él. A menudo lo ejecutaba. Y casi siempre lo hacía cuando
algo de importancia sucedía. Pasando la tela de su pañuelo limpio, por cada
cristal…Ahora el derecho…Ahora el izquierdo. Visualizaba elevando sus gafas y
poniéndola a contra luz, y no contento, lo llevaba a sus labios. Empañándolo,
volvía a su limpieza, cuyo gesto
denotaba más
bien nerviosismo. Los que le conocían, ya sabían de esta forma de encarar su
propio nerviosismo.
- ¿Qué
podremos hacer…? ¿Qué? ¡Mi Dios! – Recalcaba
para sí mismo.
- …Algo
debemos hacer…Algo… - Reiteraba como si fuese un soliloquio.
Rápidamente
se dirigió a la mesa, que estaba ubicada al lado de un sillón grande. Con
movimientos precisos, rescató su caja de cigarrillos y casi al instante, consiguió su yesca y encendió su cigarrillo. Aspiró con sumo placer. Daba la impresión de
haber conseguido su tabla de salvación.
Dio varias bocanadas, y al instante esa parte de su hogar se inundó de
un intenso humo. Aquello parecía un incendio…pero sin llamas. El tizne polarizó el árido clima.
Los que
estaban allí, comenzaron a batir sus manos, como espantando la cantidad de
humo, pareció un incendio de grandes proporciones. Se escucharon toses…unos
corrieron hacia la puerta de la casa y otros se contentaron con batir, no
solamente con sus manos sino con lo que tuviesen en su poder.
El don se
sorprendió de ese actuar y fue cuando cayó en su propia evidencia.
Su
nerviosismo fue el causante de cometer, un acto cuyas secuelas otros debían
pagaban.
Y corriendo
encendió un ventilador de pie, que siempre lo tenía allí para combatir los
intensos calorones que por siempre pululaban.
(No
necesariamente, esas oleadas de calor se suscitaban o en enero a mayo o de mayo
a julio…No ese calor forma parte de la geografía local. Por mucho que te muevas
o no te muevas, allí persistía ese calor harto sofocante).
Casi de
inmediato, ese ventilador arrancó a batir sus aspas, ocasionando que el vapor
presente se distribuyera con fuerza.
Y la verdad
es cuestionable casi siempre, antes de encenderlo el calor era estático. Vamos
a explicarnos mejor, además de ese clima tan reseco, la residencia era cerrada.
Esto quiere decir que claro está que tenía sus grandes ventanales y una puerta
inmensa, y además es bueno notar que teniendo una especie de área de estar, o
sea, con poco techo, colándose por allí además de la fuerza solar…alguna brisa
que alegraba los corazones y refrescaba el cuerpo.
El caso es
que antes de prender ese aluvión de viento, ese ventarrón desató las olas de
calorífero a más de 46 grados bajo la sombra. Ese calorífugo quemaba las partes
expuesta de cada cuerpo que en ese momento estaba. En este caso, se asemejaba a estar enfrente de un
horno industrial que al abrirlo dejaba escapar todo su poder calórico.
Bueno, a
todo se acostumbra el ser humano. Ya pasados unos preciosos instantes la
temperatura ardiente, fue digamos que exorcizada por ese ventarrón.
- …Estábamos tratando ese tema un tanto espinoso… - Acertó
a acotar a modo de disipar la angustiosa situación que se vieron obligados a
pasar.
- Ciertamente…Qué podemos
hacer nosotros. – Su esposa Ana, allí presente lanzó su opinión.
- ¿…Pero tú Juan…Tú
fuiste testigo de “eso”? – Doña Ana continuó con su perorata, aprovechando el
silencio reinante.
- No solamente fui testigo…Formé parte y llevé mi zurra también.
-
…Juanito…Discúlpanos…Pero puedes relatarnos nuevamente todo lo que ocurrió…
¿Puedes?
Juan no podía creerlo.
“¿Dudan de mis palabras?” Mentalmente musitaba.
- En caso de que duden…O
si no me creen… ¡Claro que: YES!
- No, no es eso. Recuerda
que me lo contaste a mí y a mi esposa
solamente y es que he quedado sorprendido… - Razonó don Andrés.
- Yo no he dicho en
ningún momento nada que te haga pensar eso…Juancito…Discúlpame…Es que he
quedado en una sola pieza…Discúlpame- Expuso doña Ana a Juan.
- Es conveniente que los
demás también escuchen el relato de tu propia boca. - Afirmó don Andrés.
- Por sanidad interior y
exterior…Es conveniente amigo que relates enfrente de tu grupo.
Los allí presentes,
después de ese aluvión de humareda, quedaron estupefactos. Sin duda, por las
caras de tragedias de los jefes y por el abatimiento de Juan.
Seguramente…que era algo grave…gravísimo y delicado. Poco a poco, se fueron acomodando y poniéndose en posición de escucha. Hay que oír con mucha atención. El aburrimiento se notaba a leguas. Era sumamente serio este momento.
Seguramente…que era algo grave…gravísimo y delicado. Poco a poco, se fueron acomodando y poniéndose en posición de escucha. Hay que oír con mucha atención. El aburrimiento se notaba a leguas. Era sumamente serio este momento.
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