A toda velocidad





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-         Porque uno nunca debe entrar a estos predios, sin antes conocer sus sendas.
(Eso que han hecho ustedes…No está bien.) Es de pésimo gusto, venir a “turistear” en sitios en donde no se conoce…
- El muy antiguo señor se expresaba de la mejor manera que podía. Y es que hasta cierto punto se encontraba indignado, ya que estos personajes estaban entrando a su mundo, sin antes haber pedido el muy necesario plácet.
¡Claro está! Que el que no conoce es como el que sin saber nadar se mete a aguas profundas. No está bien, repito. - Iván cometió esa imprudencia y empeoró al llevar a su novia Ester. Ambos son citadinos.
Y  se habían adentrado selva adentro.
Sin entender que a cada paso que estén dando, sus vidas corrían peligro.
Una suave brisa trató disipar la amargura de aquel ser, que sabiendo en el peligro en que estos dos se habían metido.
Bajó su cabeza, se quitó el amplio sombrero de paja, ya marchito por tanto uso. Sacó un trapo sucio, y se lo pasó con parsimonia sobre su bifurcada frente.
Una y otra vez hizo estos pases, mientras meditaba.
Analizaba y sopesaba, ante la impávida mirada de aquel joven, que se encontraba atrapado y sin salida.
Un ligero temblor le surgió por su sudada espalda.
Y trató de minimizarlo ante su bella acompañante.
…Pero ella entendió muchas cosas, aún antes de que su pareja lo hiciese. Sólo que prefirió no decir nada.
Pensando que si se lo decía, quizás este se sintiese ofendido…Y por eso, aguardó en la espera de que tan sólo fuese producto de su mucho celo.
El joven se mordía su lengua.
Sus labios se movían con sumo nerviosismo.
Sin encontrarle la lógica ante la enfurecida arremetida que ese baqueano ya pasado de años, le trataba de hacer ver.
Sólo que el…No entendía del todo.
No obstante, por respeto a los años de este personaje…
Prefirió no alargar ese momento tan espeluznante para él.
El lugareño comenzó a mover su enorme cabeza de un lado a otro. Dando la impresión de cierta incomodidad.
Y de repente, se le quedó viendo de frente, con una mirada inquisidora. Acusadora.
Y respirando con cierta incomodidad, le dijo…
-         No puede andar como si estuviese en su casa.
Esta es “mí casa” Mi lugar en el que solo yo puedo andar a todo placer, los demás, tienen que pedir permiso.
Y esperar a que se lo den. – El chavalo le respondió tratando de no aumentar el nivel de incomodidad y susurró…
-         ¿Y a quién hemos ofendido nosotros…?
No creo que por andar por aquí, hayamos perturbado la paz, en ningún lado. Pienso…Y me disculpo si con nuestra presencia, lo ofendemos… - El otro comenzó a mover su sombrero con cierta indulgencia…
-         Mire joven. Para que nos entendamos.
En estos sitios…Viven muchos seres.
Legiones de habitantes…Digámoslo así…Para no ofender la santidad de estos lares. – Y le hizo señas con sus manos para indicarle que tratara de hablar lo mas bajo posible.
-         Aunque usted no los vea. ¡Ellos lo ven!
Y aunque no los oiga…Ellos lo oyen. Son muchos.
Inmensos y de todos los tamaños y formas.
En algunos casos, se molestan cuando ven a gente extraña. Cuando pisan, por donde no deben hacerlo. Arrancan ramas. Hojas. Tallos. Y todo lo que usted ve: Tiene vida propia.
Y ellos sienten. Les duelen el mal trato que reciben de personajes como ustedes dos.
Y lo peor: Ustedes nunca se enteran.
¡Pero cuando ellos se enfurecen…! Arde todo a su alrededor.
Ellos toman la Ley por su propio indicio.
Y no hay poder humano que los pueda contener. – Aplacó sus palabras y trató de explicarse mejor.
-         Es como…Digamos que yo vaya a su casa.
¿A usted le gustaría que yo entrara a su residencia, y dispusiera de sus cosas…?
-         Por supuesto que no.
-         Ellos mismos opinan lo mismo. Y sin embargo, usted se los está haciendo a ellos…
-         ¿Y quiénes son “ellos”?
-         Mire jovencito… - Le dijo lo mas bajo que pudo, pero con mucha intensidad.
-          Todo lo que ustedes ven…Es inmensidad. ¿Cierto?
-         Si.
-         Pues todo tiene vida. Sienten. Sufren. Se interrelacionan entre ellos mismos y sus vecinos. Hay una armonía perfecta. Todos nos conocemos y nos toleramos. Pero; cuando vienen seres como ustedes…Qué no respetan.
Que irrumpen en forma grosera, sin el debido permiso…
¡Eso no está bien!
-         Perdonemos señor… - Adelantó ella desde su posición, detrás de su amado. Él centenario la miró de frente, y ella sintió la fuerza de su presencia, y por instantes sus rodillas se le aflojaron. Tragó fuerte y buscó apoyo en su hombre, tomándole de sus manos.
-         Mi consejo: Váyanse. Pero ya mismo…Porque si no lo hacen; algo muy malo les podrá suceder… - Y casi terminando sus palabras, una suave fría, se lo fue llevando.
Pronto su figura que estaba tan clara y nítida, se le volvió etérea.
El sol eclipsó de improviso.
Un fuerte rayo surgió con una fuerza inaudita.
Rasgando el cielo y produciendo destellos de luz y de oscuridad absoluta. Pronto la soledad se les hizo patente.
Los dos jóvenes no lograban atinar a qué se debía todos esos cambios tan bruscos.
…Pero una fuerza invisible, pero muy arrolladora, los tomó y los elevó…Y cómo si estuviesen en una alfombra voladora…Los tele transportó muy lejos…
Y para cuando tuvieron noción de todo…Se encontraron sentados en su propio carro. Y sin comentar nada entre ellos…Prendieron el motor y se fueron a toda velocidad.











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