...El amor...El amor...Cuando llega....











“Yo quiero”





- Yo quiero que cuando morir deba, esta historia resplandezca tal como ilumina el sol durante todo el día a nuestra tierra.
Y la Luna, refresque con sus melodías el eterno amor que nos profesamos…- La parlante, se detuvo. Era de día.
Observó con los ojos abiertos el sol en lo mas alto en que se encontraba, no dio muestras de quedarse “alumbrada”, cuando volvió su rostro, ya sus ojos estaban brotados, profundamente enrojecidos.
Pero no dijo nada si veía o no. Ni siquiera se frotó los dedos en sus ojos.
Tan solo miró hacia el infinito.
Sin pronunciar palabra alguna, su interlocutor, tan solo la observaba; mujer de unos cuarenta y cinco años. De fina estampa.
De cabellera hermosa, que le llegaba a sus hombros, De porte muy elegante.
En verdad no reflejaba su edad, aparentaba  
-por su aspecto-  tener unos veinticinco a veintiocho años a lo sumo.
Su rostro era sereno, sin arrugas visibles.
Bella como la mar bravía.
Sólida como los vientos alisios.
Elegante, aun sin mostrarse con un vestido elegante, pero es que su porte era de una mujer de clase, de temple. De dominio.
Por fuera todo seguía su curso normal.
En silencio, miró a su alrededor   -quizás para darse el tiempo necesario para recuperar su plena visión-   su oyente, no se atrevió a interrumpirla.
Pasaron unos minutos.
El aire salado del mar, enjuagaba la presencia de ambos, la sal y el salitre se observaba por su alrededor.
Lejos y cerca se veían lanchas.
Unas estaban faenando y otras sencillamente estaban allí.
- No quiero que un amor tan profundo como el que hemos tenidos ambos…- Se quedó mirando hacia la lejanía del mar- ¡por allende de estos mares, muy lejos de acá vive el Amor de mi vida!
¡Dios bendiga ese Bendito vientre que lo parió!
Amor que por lejano te tengo.
Amor que por amor te tengo.
Fue el Único. El Mejor de todos.
Ha sido el Único Amor de mi vida.
Hasta ahora lo único que he obtenido son: Dos maridos y cuatro hijos.
Y declaro: He hecho el sexo, mas no el amor.
He vivido una vida miserable. Sola…De cuerpo.
Me han golpeado como si fuese una burra.
He sido ofendida. Humillada. Me han agarrado como si fuese un trapo viejo y sucio.
¡Todo lo que te puedas imaginas!
¡Y aquí me tienes! De pie. En defensa de mi dignidad, y con cada hijo mío a cuestas.
No le bajo la cabeza ¡a hombre alguno!
Él es el Único Amor de mi vida.
¡No tengo a mas nadie! – Cuando vio que su interlocutor quiso interrumpirla, le hizo una señal de alto, tal como la hacen los fiscales de tránsito.
Una suave brisa se dejó colar, apaciguando aquellas olas que osaban con entrar en ebullición.  
- ¡Y por él, sería capaz de atravesar a nado todos los mares de este mundo…Si él me lo permitiera!
¿Qué deseas saber…?
- Algunos datos…
- ¿Cómo cuáles? ¡Nada hace falta! Él no vive aquí.
Ni él me ha tocado. ¡Ni yo tampoco!
Nuestro amor ha sido y será único.
¡Y jamás tendrá fin!
Nuestro amor se ha basado en la distancia,
tal como se han enamorado el sol (que es él) y la luna (que la represento yo) mas nada es importante.
¿Qué mas le puede importar a la posteridad…?
No hay nada mas grande que el Amor.
Entre un hombre y una mujer.
¿Puede haber algo mas grande?
Y estoy profundamente enamorada de mí Sol.
Sé que está enfermo. Sé que vive solo, con su hija.
Él me conoce muy bien.
Al igual que yo lo conozco también.
- ¿Y cuál es su nombre? – Ella lo miró de una forma extraña. De sus ojos emanaron dos rayos solares, que fulminaron la incógnita.
Él se sintió intimidado y no quiso repetirle la pregunta.
Pasado unos minutos…
- “Sol”  ¡Ése es su nombre verdadero!  “¡Sol!”
La luz que me irradia, me ha salvado mi propia vida.
Y en el momento mas desgraciado de mi vida, en la que yo misma no me daba ni un céntimo ¡de nada!
Él me sostuvo. ¡Con palabras muy bonitas salidas de su propio corazón!
Por eso es que lo amo.
Y aunque nunca nos conozcamos en persona.
¡Mi corazón, mi vida, mi cuerpo…
Cada ápice de mí…Le pertenece!
Eso es lo que debe saber la posteridad.
Que el Amor existe.
¡Yo soy la prueba viviente de ello!
…Lo demás…Importancia  ¡no tiene!











© Bernardo Enrique López Baltodano 2015










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