“Encuentros”
Hoy es viernes…20…Jun…
§ Estoy en el
banco, sentado y muy cómodo. Contemplo la cantidad de personas que al igual que
yo, vienen a hacer sus múltiples acciones.
Los cajeros están trabajando a su propia
velocidad. Y las colas se distraen de cualquier forma, unos envían mensajes por
sus celulares y otros esconden sus teléfonos mientras hacen o reciben una
llamada. Todo está en calma.
La calma mientras todos esperamos a que nos
llamen a la taquilla.
El aire acondicionado disipa muchas preocupaciones
y la frescura del ambiente por supuesto que se hace sentir. Afuera observo
personas que van a revisar sus cuentas por el cajero externo. Otra cola.
Observo que nadie está pendiente de nadie…Solo
yo, que con mi curiosidad innata contemplo todo. (O por lo menos lo intento.)
Me llama la atención dos hombres con cabeza
blanca. Enfoco mejor mi atención, ya que entraron en el preciso momento en que
un grupo amorfo hizo lo mismo. Uno es mas alto y de movimientos rápidos y precisos, corre unos dos pasos
adelantes y le abre la puerta de vidrio. El otro es pequeño y grueso.
Con nariz prominente, al igual que sus
entradas. Contemplé su amplia calva.
Sus movimientos van signados por sus muchos
años. No lleva lente –pero el otro sí- a plena imagen es “cegatón” pero aún
así, le sirve como una especie de “muletas” y le antecede en todo.
Al entrar busca con premura un asiento.
Rápidamente lo encuentra y lo reserva para el de mayor edad. El hombre grueso y
bajito, espera la indicación y cuando por fin la recibe, procede a sentarse; es
cuando le noto su tremendo cansancio físico. Aparentemente ha caminado
demasiado y al sentarse exhala un hálito de cansancio tremendo, rápidamente
sacó un pañuelo y se seco su sudor.
Lleva puesto una guayabera blanca, muy bien
planchada y se nota a leguas que está bien vestido. Su pantalón es negro –o por
lo menos es oscuro- le queda ancho. Al igual que el ruedo de su pantalón es
largo y roza con el piso del banco.
Su acompañante una vez que se aseguró que su
acompañante estaba muy relajado y seguro, procedió a darle un tierno beso en su
frente. El de mayor edad, le sonrió y por las señas entiendo que le quiso decir
“que ya estaba mucho mejor y que eso era lo que le hacía falta” acto seguido
comenzó a mirar a todas partes como para ubicar un asiento para él. Pero el
último que estaba libre, fue raudamente ocupado por una fémina que sin pensárselo
mucho procedió a ocuparlo.
Miró a todos lados y se percató de que ya no
había nada desocupado, por lo que procedió a quedarse parado justo a la
izquierda de su mayor.
El anciano mayor, le habló algo y sumisamente
él se agachó y le puso su oreja derecha para escuchar mejor lo que le estaba
diciendo. Y fue cuando escuché una suave música que de alguna parte de esa
entidad bancaria brotaba.
Por supuesto que no pude oír lo que le
hablaban. Pude ser testigo como con el mayor cariño, atendía a su mayor.
Aprovechó y sacando su propio pañuelo se lo pasó con sumo cuidado en la cabeza
y en el cuello. El otro se lo permitió.
Me percaté entonces, que no era el único que
estaba pendiente de todo, la mujer que estaba escribiendo mensajes en su
celular y que estaba al lado derecho mío…Estaba absorta contemplando esa
escena. Y hasta tenía su celular en una de sus manos, evidencia clara de que
aún no concluía de enviar por lo menos ese mensaje. Por otro extremo pude
apreciar que el vigilante, también estaba absorto contemplando todo.
Pronto se hizo un mutismo. Todos –o por lo
menos la mayoría- estábamos pendiente de todo cuanto acontecía con estos dos
cabezas blancas. Y llegó el momento en que el que estaba parado sintió la
inmensidad de ojos que estaban pendientes de todo. Y se quedó con el pañuelo en
la mano.
Se ruborizó mucho. Nervioso trató de terminar
su faena, pero como se pudo comprobar por él mismo…Toda la atención se centraba
en ellos.
Así que no le quedó mas remedio que
encararnos a todos y carraspeando con sonoridad su garganta, nos expresó…
§ Es mi padre.
Al cual amo. Lo tuve muy enfermo y casi que ya no podía venir a cobrar su
pensión. – Muchos suspiraron de alegría.
Mi vecina la que estaba enviando mensajes
estaba con sus lagrimones a flor de piel. El vigilante, sacó discretamente su
pañuelo y con el mayor disimulo posible se secaba sus propias lágrimas. El
ambiente netamente financiero se permutó en uno de calidez, de emoción.
§ …Está muy
agotado y lo tengo que mimar mucho: Es mi único padre. E íbamos a venir todos
sus hijos…Pero la verdad es que todos están trabajando. – El anciano intentó
levantarse para dirigirse él personalmente a todos, pero sus muchos años y sus
piernas ya cansadas se lo impidieron.
No obstante, no renunció a su intención y
alzando su voz nos dijo…
§ Es que ya
estoy muy cansado, mis piernas ya no quieren correr como antes lo hacían. Mi
corazón está por pararse, pero acá estoy. ¡Firme con el apoyo de cada uno de
mis hijos! – No lo dejaron seguir…Un estruendoso aplauso se dejó sentir por
todo ese hemiciclo.
En el centro estaban dos cabezas blancas –padre
y su hijo- temblaban de la emoción y el nerviosismo los embargaba. Agradecieron
toda la atención prestada.
En ese preciso instante –envidié a ese hijo
que estaba apoyando a su padre- y no me avergüenza el reconocerlo, por cuanto
si estuviese en esa misma posición con toda seguridad haría lo mismo.
Como por arte de magia, uno de los cajeros les
hizo señas para que acudieran a su propia taquilla –y de repente eran los cinco
quienes se aprestaban a atenderlos- el hijo acudió con su libreta al primero
que los invitó.
El viejo roble, bajó su cabeza y se limpió
sus propias lágrimas.
Contemplé absorto todo esto. Quedé
maravillado. En verdad que aún existen seres humanos con fibra y sentimientos.
Y lo comprobé.
Pocos minutos bastaron. Fueron atendidos. El
hijo ayudó a su anciano progenitor a levantarse, otros corrieron y lo ayudaron.
Fui testigo de cómo con el mayor amor filial
posible el hijo ayudaba a caminar, al que con toda seguridad se había ganado
todo el derecho a que lo trataran como: Padre.
Bernardo E. López Baltodano.
Maracaibo; viernes 20 de Junio del 2.014.-
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