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-      No sé…No lo sé… - Repetía de una forma casi automática, mientras don José le consultaba a don Carmelo “¿Qué piensas de lo que nos está pasando ahora mismo en Venezuela…?” y don Vicente y Ana, presenciaban la forma como el anciano trataba de zafarse de este vía crucis, al cual lo estaban sometiendo.
Se le notaba molesto. Indignado. Después de esperar unos instantes, se notaba a leguas que no era de su interés entrar a este hoy en día: espinoso tema.
Todos ellos guardaron silencio. Y con este acto, lo obligaban de una forma u otra, pero transcurridos otros segundos mas, optó por resolverlo de esta forma…
-      ¿…Ustedes “pretenden” encerrarme…Y les pregunto: Por qué?
-      No deseamos eso…Tan sólo queremos escuchar tu posición…
No hay nada malo en ello. – Le aseguró visiblemente molesto el también anciano don José.
El aludido, tosió. Miró de un lado a otro. Y al verificar que nadie mas les prestaba atención…Asomó lo siguiente…
-      ¿Saben ustedes que nos pueden estar grabando…?
Hay “moros en la costa” Hay que ser precavidos…
¿Ah no se lo creen? ¿Por qué…?
Recuerden que estamos ante un gobierno muy agresivo. Autoritario y represivo. ¡Esto lo sabemos todos!
…Además, yo    -a pesar de mi edad-    debo cuidarme…Tengo mucho que perder… - Trataba de justificarse, mientras los demás hacían gestos de total desaprobación.
Y de inmediato don Vicente, imponiéndose ante los demás, le dijo casi gritándole…
-      ¿Y qué te estás creyendo…? ¡Nosotros también!
Yo corro el riesgo de además de perder mi pensión, ¡puedo hasta caer preso!
¿…Y…? ¡Por esa misma razón le digo a José…Qué estamos esperando…? Es tiempo de que nos levantemos en armas, en protestas constantes. ¡Es nuestro deber! – Pero don José lo interrumpió alegando lo siguiente…
-      Y casi todos mis hijos se tuvieron que ir de Venezuela.
¡Eso es un hecho cierto!
-      Yo les estoy diciendo: ¡Levantémonos en armas…Ya! – Don Carmelo los miraba y una sonrisa burlona se le dibujó en su rostro mientras les imprecaba lo siguiente…
-      Tú José: ¿Cómo piensas cargar una metralleta encima…Cómo, si apenas puedes cargar tus dos muletas…?
¿Estás loco acaso…?
Y tú Vicente…Apenas puedes ver con esas lupas que tienes por lentes. Estás ciego amigo, el otro inválido ¿y yo…?
¡Ya estamos demasiados viejos para esto!
Cada uno de nosotros rondamos ya mas de los 83 años de vida.
¡No servimos ni para que nos echen a la basura!
Es triste el tener que admitirlo.  …Todos achacosos…Inválidos…Ya pasó nuestro tiempo…
Hasta nos cuesta poder caminar. Ya estamos demasiado oxidados.
También yo veo y escucho todo, siento en carne propia todas estas desgracias. Veo por todas partes como la gente anda angustiada.
…Pero… ¿Qué mas podemos hacer nosotros…Qué…?  - Y afirmó esto con mucho dolor. Don Carmelo los miraba con una mezcla muy confusa entre el ridículo de este trío de viejitos mezclado con el dolor de saberse y el sentirse ya periclitados.
Ana que era joven aun, sonreía muy en sus adentros, pero tratando de que ninguno de ellos la descubriese en sus pensamientos.
Sentía vergüenza ajena, pues aunque en sus propósitos estaba de acuerdo, pero es que…En verdad…Ninguno de ellos se les veía físicamente aptos para tal fin.
Coincidió con el veredicto de don Carmelo, quién con un bastón en su mano derecha trataba infructuosamente en mantenerse erguido.
…Al igual que don José…Con su par de muletas…Que oscilaba penosamente por no caer, mientras don Vicente, el pobre apenas podía ver, pues estaba casi ciego.
La edad conspiraba en contra de cada uno de ellos.
-      …Pues “algo” habrá qué hacer…No es posible que se estén muriendo tanta y tanta gente. Niños, mujeres.
Ya estamos casi al borde del suicidio. De la desesperación.
No se consigue trabajo, ni comida, ni medicinas…Esto es una locura.
El transporte está deteriorado. Las cosas están súper caras.
…Hay que cargar encima muchos millones de bolívares para poder subsistir en medio de esta vorágine, de esta selva despiadada que nos azota sin cesar…
Y es que el abandono está tan profundo que: No tenemos mas tiempo que perder. – Terminó de analizar don José consciente de sus limitaciones accediendo a reconocer esta cruda realidad.
Los demás cayeron en un mutismo enervante.
Mientras Ana, pensaba…
“Lástima. Es una pena pero estos señores que ya son demasiado viejos para estas cosas. Esto es tarea para nosotros: Los jóvenes. Pero… ¿Y nosotros qué podremos hacer…? Ya no hay mas que largarse de acá. Aquí: Es que no hay vida, ni para nosotros.
No tenemos futuro aquí…” - El pesimismo reinaba entre todos ellos.







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