Relato perruno


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“Corto  en  relatos”








“¡Situaciones inexplicables!”







Cuando en tu vida hay una perra.










“La perra de  Samira”









Samira es una joven esposa, que en su casa tiene una perra llamada: Mía y un perro llamado: Samuel Felipe.
Vive junto a su marido, no tienen hijos.
Su casa es pequeña y cuenta con un patio mas bien pequeño, el frente de su casa es corto.
Posee un estacionamiento para dos carros.
Y tiene callejones por los dos lados de su casa.
Mía es una perra (Sin raza definida) es pequeña de tamaño, pero muy inquieta. Muy expresiva y juguetona. En cambio su pareja: Samuel Felipe es todo lo contrario. Hosco. Tosco. Haragán.
A pesar de que ambos fueron castrados desde sus seis meses de edad, los veterinarios dijeron que con esa operación se iban a poner mas lentos y que tendían a engordar.
Pues bien, la perrita está con esas ganas locas de escaparse, de dominar y someter al mundo a sus pies  e invita a su consorte, pero este prefiere echarse una siestecita. (Por lo visto no tiene las mismas prioridades.)
En cierta ocasión, descubrió un pequeño orificio en la parte baja del portón de la entrada de los vehículos…Y comenzó a escarbar.
Día a día, rato a rato. Siempre a escondidas de sus dueños. ¡Hasta que una noche…Se escapó!
Estando afuera, insistió con su compañero, pero este prefirió la seguridad de su casa y no la acompañó en sus aventuras.
Cuando se hubo retirado de la vivienda (¡Al fin viviría “su vida loca”!),…Pero… A menos de diez metros, ¡se detuvo espantada! (¿Qué habrá pasado?)
Había escuchado los ladridos de otro canino y al parecer era muy cercano… ¡Corrió y se metió en la seguridad de su hogar! (Por aquello de: ¡Por si acaso!)
Felipe la regañó y hasta la mordió.
Ella tuvo que soportarlo.
Al día siguiente…Insistió. Y en esta ocasión, no le ladró el vecino can. Juiciosa, comenzó a alejarse, a pesar de que su par le ladraba para que retornara…Ella omitió sus quejas.
A los pocos minutos, regresó corriendo. Tenía detrás un intruso que ansiaba hacerle algún daño.
Con toda la destreza posible, se introdujo por el hueco y logró ingresar.
Le imploraba la ayuda de su macho. Y este muy gallardamente acudió para ver lo que le estaba ocurriendo. En realidad, el atacante era mucho mas grande que él mismo.
Se le quedó mirando, sin encontrar una solución a este sortilegio. (Pues no le gusta pelear.)
Mía le regañaba y lo instaba a que asumiera su rol de macho alfa y que se enfrentara a su atacante y lo hiciera huir.
¡Pero! La indecisión se le mostraba en su rostro, si no se enfrentaba a ese grosero ser…Tendría que hacerlo con su compañera de vida… ¡Menuda encrucijada se le presentaba al pobre!
A todas estas el agresor, contempló al contrincante y en algo se contuvo. Pero la canina se encontraba envalentonada y lo atacaba sin consideración alguna.
- ¿Tendré que defenderme yo sola…? – Furiosa con su amigo.
Al ver  que el hogareño no le mostraba los dientes, se envalentonó e intentó entrar por el boquete que la perrita ya había escarbado.
Mía entró en pánico y comenzó a apremiar a su “costillita”  para que cumpliera con su deber y la defendiera.
- ¡Cobarde…Defiéndeme que soy tu compañera!
¿Dónde tienes tu machismo…?- Le espetó enardecida.
Samuel entendió que si no “tomaba cartas en este asunto” con el abusivo…
¡Ya era un hecho! Se iba a tener que enfrentar con su compañera. ¡Y se armó de valor y acudió en su defensa!
Ambos caninos entraron en una feroz pelear a la cual no se daban abasto.
Mía, como una buena dama, se apartó y los contempló peleando. (Son cosas de machos)
Pronto Samuele lo logró dominar y comenzó a ganar en esta contienda.
El atrevido  se tuvo que batir en retirada.
¡Se erguía un nuevo líder!
¡Su porte era el de un ganador!
Ufanado con su victoria, el perrito le ladraba a su rival  ya huido.
¡Aquí  mando Yo! ¡Mi casa se respeta!
¡No le cabía el corazoncito en su gallardo pecho! ¡Era un triunfador y esto lo alegraba!
La perra de Samira, lo felicitó muy amablemente,   luego lo miró largamente, chequeó el bebedero y se fue a tomar agua. Ya su venganza había sido consumada.








© Bernardo Enrique López Baltodano 2016        












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