“Conversaciones con don
Carmelo”
¿Y usted cree que le voy a estar cuidando el rabo a su perrita?
Y yo me pregunto: ¿Por qué usted me está haciendo esto mi
señora?
Porque yo no le estoy haciendo nada ni a usted, como tampoco a
nadie mas. Y si de algo me ha de acusar: ¿Será el de estar sentado en esta
bella plaza?
Además no le estoy faltando el respeto a nadie.
Tan solo estoy aquí es porque…Deseo disfrutar de tantas y
tantas bellezas y para descansar un poco, nada mas.
Y por otro lado, no soy dueño de ninguno de los perritos que
pretenden a la suya; y yo me pregunto:
¿Y por qué no se lo cuidó usted misma?
Y si usted sabe que está en su “periodo” (Propio solamente de
las femeninas de cada especie, digo yo.)
¿Por qué no le puso una pantaleta, un pañal o un trapo!
¿Por qué viene a agredirme a mí, qué culpa tengo yo en todo
eso? –Pero era gracioso ver a la pobre perrita colgando de ese perro mas grande
que ella.
¡Ji, ji, ji, ji!
¡Ay si yo fuera escritor…! ¡Libros enteros llenarían todas mis
aventuras!
¡Cosas de esta vida! ¿Cierto?- Al preguntar esto, no esperó
respuesta alguna.
Fue mas bien un pensamiento
muy en alto, razón por la cual ni él esperó respuesta alguna, como yo tampoco
me sentí en la obligatoriedad de responderle.
Sacó su pañuelito, comenzó
a sacarse sus lentes y en un instante arrancó a limpiar sus vidrios.
Sacó su lengua y comenzó a
tararear una musiquita que él solamente sabía que era, pero debo confesar que
era muy contagiosa.
Y hasta me hizo reír, no
tanto por que desentonaba, sino mas bien por todo lo que su cuerpo me hablaba.
Me parecía que era muy
gracioso el contemplar esa dicotomía, de un anciano con el alma y los gestos de
un niño.
Por momentos me sentí muy
bien, porque es raro el poder contemplar a una persona que teniendo mas de
ochenta y siete años, pero con la vitalidad, la alegría y el confort de un
infante, que conserva este ya añejo
señor.
Me reconforta y hasta me
llena de emoción.
Y hasta me hizo rememorar
otra de sus aventuras, la cual voy a narrar ahora mismo.
En una etapa de su vida, y
saliendo con un compañero de trabajo, este le dijo:
- Mira tengo una india, una
guajira que es mujer mía.
Pero me da cosa dejarte
solo.
Si tu quieres te puedo
conseguir una de sus amigas o hermanas...
- Pero yo nunca he estado
con una indígena y por lo que me han contado…
Ellas como que son muy
complicadas.
(Me han dicho que son muy
violentas y que hasta les pegan a sus hombres.
¿Y me vas a “enguacalar”
con una de ellas?)
- ¡Qué complicadas ni nada!
Son mujeres como cualquier otra. Lo que pasa es que tienen sus costumbres, sus
tabú. ¿Entiendes?
- …Pero me han contado que
son: ¡muy bravas!
- ¡Nada chico! ¿Quieres saber el por qué?
- ¡Claro!
- Yo voy a llamar a mi
mujer y seguramente que se llevara a una de sus hermanas o primas o ¿Qué nos
importa? ¡Son mujeres!
- ¿Aja y como es la
guarandinga esa?
- Mira. Nos la vamos a
llevar al monte.
- ¿Al monte?
- Si al monte.
- ¿Y si me pica una culebra
mientras estoy en mi faena?
- ¡Qué culebra ni ocho cuartos! ¡Nada te va a
pasar!
- ¿Seguro?
- ¡Seguro! ¿Quieres estar
con una mujer si o no?
-
Sí, claro ¡que si! – El caso es que su amigo llamó a la dichosa elegida y le
propuso que se llevara a una familiar para que atendiera a su amigo –que era
yo.
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