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¡Oh Dios que estás en todas partes!
¡A ti te encomiendo a mí hermano!
Protégelo, guía sus pasos, mira que él ¡es muy
indeciso, y es muy nervioso!
Fue un excelente hijo, hermano, esposo, padre y por
sobre todas las cosas:
¡Un gran amigo!
Mucho me hubiese gustado estar con él,
Pero tú sabrás el ¿por qué?
De las cosas que pasan de la forma que pasan…Te
confieso que no lo entiendo.
No importa. Lo único que me interesa es saber que está
contigo…Lo demás…
Carece de importancia.
En el día de hoy…
Siendo Domingo: 07 de este mes de diciembre del 2.
014.
¡Paz a sus restos!
“Adiós hermano…
¡Pronto nos volveremos a ver!”
- Recuerda que cuando veas a nuestra madre…Dale un
saludo de tus hermanos que aún nos quedamos acá. – Martha contemplaba el sueño
de su hermano mayor. Sus lágrimas se confundían con el inmenso dolor que le
producía al ver a su familiar así.
Sus palabras, sus lágrimas y su intenso pesar, no
influían en él.
A su lado se encontraba otra de sus hermanas menores,
Rufina. Al igual que su pariente mayor, estaba sollozando. Sus
labios estaban temblorosos al igual que sus inquietas manos. Juntas se daban un
calor de familia. Todas ellas contemplaban la quietud de su mayor.
Rufina le exclamó: ¡No te olvides de nosotros que aún
nos tenemos que quedar aquí! ¡Cuánto me gustaría estar contigo, y poder hablar
con mi madre!
- ¡Sí manito…Busca a nuestro Padre también! ¡Dale un
beso grande de mí parte! – Agregaba como para que no se le olvidara a
Juan Manuel.
- ¡Y de mí también! ¿No se te olvidará mano? – Agregó
Martha. Sus intensas demostraciones se veían opacadas ya que de su garganta
casi no se conjugaban muy bien sus palabras y su cuerpo se movía con
espasmódicos gestos de dolor.
En general, se podía apreciar mucha congoja.
Desconsuelo. Tribulación.
Nadie estuvo ausente. Aunque pocos lograban expresar
sus sentimientos internos, pero en sus rostros se dibujaba el extravío que les
ocasionaba este engorroso trance.
- ¿Juan por qué? ¡Juan tú nunca habías hecho esto!
¿Por qué te fuiste así? ¿Por qué? – Su esposa no cabía en aquel recinto. Ése
rostro que hasta hace pocas horas, reía de emoción y de satisfacción
al contemplar a su pequeña familia unida alrededor suyo y de su esposo. Y en
este preciso momento…Todo se le derrumbaba. Se sentía desolada.
Sus tres hijos, dos varones y una hembra. Todos ya
casados y con descendencia cada uno. Vivían rodeados del más sublime y tierno
amor familiar.
En verdad, no podía entender ni mucho menos comprender
y aceptar, que la felicidad humana es efímera y que su final siempre es
doloroso, sumamente traumático e inesperado su desenlace.
- ¡Levántate y vente conmigo! ¡Juan! ¡No puedes seguir
allí! ¡Acompáñanos como siempre lo has hecho: Un marido ejemplar, un Padre
Digno, un amigo fiel, cómo hijo fuiste maravilloso! ¡Yo sigo siendo tú fiel y
amante esposa, no me dejes sola!
¡No lo acepto!
Sus palabras rebotaban por entre esas paredes frías,
mudas e inconmovibles estructuras que sostenían y soportaban la intensidad de
ese momento.
Sus hijos estaban gimoteando en las esquinas
solitarias de aquel intenso salón.
- …Papá…No me diste tiempo de nada. ¿Pero por qué…Por
qué te fuiste así? – Juan Carlos aunque siendo médico de profesión, creía que
ya conocía muchos dolores, pero este…No. ¿Puede un profesional de la medicina
ser inmune a esto?
- ¡No creo que pueda seguir viviendo sin ti, papi
querido! ¡No, no te vayas aún! – Sollozaba inconsolable su única hija. Ya con poquitas
fuerzas, sus piernas no tenían la consistencia necesaria para poder soportar
ese cuerpo delgado que seguía resistiendo a aceptar esa cruda
realidad.
- ¿En dónde estás hermanito querido? ¿Mano en dónde te
has metido? – Le preguntaba otra de sus hermanas: Mariana.
- ¡Estoy viéndote en cuerpo presente! ¿Pero por qué no
me contestas?
Veo tu rostro sereno. Ya no veo en ti ninguna arruga
en su rostro. ¡Estás en calma!
- ¿Por qué no me escuchas? – Insistía en su suplicante
pregunta Martha
- …No nos escuchas porque ya ésta, no es tu
morada… ¿Verdad?
Te ves satisfecho, y aunque no abres tus ojos para
vernos, presiento que así es, como nos estás escuchando…También nos estás
viendo. ¿Será con otro mirar?
Y asumo, que sufres mucho. Ya no del dolor,
que nosotros tus familiares aún sentimos.
Ya tu dolor es mudo. Ya nunca más te veremos andar. Tu
cuerpo ya entregó todas sus fuerzas. Y tú espíritu es esencia divina y por esa
razón, me da la impresión de que tu sufrimiento radica en que…Ya conociste el
Cielo.
¡Te me adelantaste, chico!
Y seguramente que estás sintiendo la cercanía de
nuestros queridos padres. Ya ellos partieron y con toda seguridad…Te están
recibiendo.
¿Es así, verdad?
Te están dando su Divina Bendición.
Y por esa razón, sufres. ¡Claro!
Nos estás viendo sufrir y no encuentras la forma de
llegar a nosotros para decirnos:
“No sufran por mí. Ya estoy con el viejo y con mama.
¡Están felices con mi llegada! ¡Y me están asegurando que en este bello reino
celestial, todos ustedes vendrán a disfrutarlo a su debido tiempo! ¡En verdad,
estoy bien! ¡Ya no sufran más por mí…Que estoy muy bien!”
Aunque estoy aceptando esta nueva realidad, Juancito
querido…Perdóname, pero es que me cuesta mucho verte así…Tirado allí…Frío.
¡Cómo si estuvieras ya ido! Durante todos estos años
en que de una forma u otra nos acompañamos. ¡Claro cuando éramos unos infantes
peleábamos y jugábamos mucho!
Luego nos hicimos unos adultos y cada uno escogió su
camino.
Ciertamente que nos distanciamos mucho, por esos
quehaceres de nuestro duro trajinar.
La vida es la vida y de alguna forma tenemos que
vivirla.
Tú retirada así…Tan repentina…
Me ha fragmentado en varias partes, estoy dividido.
Y al ver a toda mi familia, reconozco que estamos en
las mismas.
“Estoy bien. En serio: Estoy bien. Quédense
tranquilos. Me están rodeando: Muchos de nuestros queridos familiares. Ya para
mí no están muertos…Los estoy viendo y estamos gozosos de estar nuevamente
juntos. ¡Pronto nos volveremos a reunir! Pórtense bien y ya verán que
volveremos a reír…Aquí conmigo y con todos los que ya estamos aquí. ¡Qué Dios
me los bendiga por siempre! Y ya saben: ¡Pórtense bien! ¡Pórtense
bien!”
En verdad, no sé qué pensar. En mi atormentada cabeza,
me ha parecido escuchar la voz de mi hermano (hoy es un
espíritu). Y hasta puedo asegurarme a mí mismo que es así y que ciertamente me
ha hablado. Pero en mí realidad…Siento frío su cuerpo y aunque en su faz se
denota claramente una paz tan increíble…Que no le detallo las arrugas que
cuando conversaba con él…Le veía.
Es más hasta te estoy observando: ¡Qué estás guapo!
¡Ay Juan Manuel…Qué vaina nos estás echando! ¿Cuándo podré volver a verte?
¡Oh vida tan ingrata! ¿Qué nueva sorpresa me tiene
deparado mí futuro? Ya no tengo hermano mayor… Porque ya eres:
¡Espíritu!
¿Podrás seguir regañándome?
Estoy contemplando a todas mis hermanas sumidas en su
sufrimiento. Vivirás en nuestros recuerdos, pero ya no podemos seguir
visitándote, te fuiste y no nos diste tu nueva dirección. Contemplo a Conny mi
cuñada, totalmente destrozada. Su mirar está perdido… ¿Será qué te puede
visualizar?
A sus hijos, que son mis sobrinos…Desorientados sí,
pero unidos en su nombre.
Es indudable: Hemos recibido un zarpazo mortal.
¡Te saludo hermano! Y si en verdad fuiste tú
quién me habló, aleluya sea entonces.
¿Y si no fuiste tú…Quién más habrá sido? ¡Saluda a mis
viejos, a mí abuelita, a mi tía Mer, a Don Chimas, al primo: Germán…A todos por
igual!
….Y déjame en mí llorar…Éste sufrimiento no lo
había conocido antes…Y no sé si pueda seguir en esto…El futuro es incierto…
Pero tengo que andarlo.
¡Adiós querido hermano…Pronto nos volveremos a ver!
21
de febrero de 2013 (A 15 días de tu sensible partida)
Belbaltodano
Bernardo E. López Baltodano.
Bernardo E. López Baltodano.
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