“Para eso somos:
¡Hombres!”
Era
viernes por la tarde, salía de mi trabajo y me encontraba agotado -y como suele suceder- uno de mis compañeros me invito a salir con él a tomarnos unos tragos
-y para decir verdad, ¡me agrado!-
y en el acto, me afloje el nudo de mi corbata y seguí al grupo
conformado por Luis, Alfonso y yo.
Todos
somos compañeros de trabajo, así que era
lo mas indicado, ¿total? Trataríamos cualquier tema…Menos de trabajo.
Luis
nos indicó a Alfonso y a mí, que mejor
nos fuéramos en su carro…
Total:
Eran unas cuantas cervezas...
Nunca
pasaríamos de diez cada uno.
Y para
mayor comodidad, nos iríamos haciendo compañía. Accedí. Alfonso también.
Llegamos
a una casa de familia, que en su patio estaban desplegadas como unas veinte
mesas, con sus respectivas sillas.
Al
fondo había un campo para los que quisieran jugar “bolas criollas” y a un lado,
tres mesas para los que quisieran jugar al billar.
Quede
asombrado por la cantidad de personas que allí estaban.
Rápidamente
le dijimos a un mozo que nos ubicara una buena mesa, no para jugar, ni para oír
esa estridente música que estaban en un aparato inmenso que contenía una
intensa acústica.
Y ese
sonido: ¡Tum! ¡Tum! ¡Tum! Me retumbaba en formas espantosa en mi mente, en mi
cerebro, en mi cuerpo…No lo toleraba.
Nos
llevó a un sitio mas o menos apartado e inmediatamente pedimos una para
empezar.
A
pesar de que en su fachada exterior daba la impresión de que era una casa de
familia…Pues no vi nada parecido.
Por
allá, sentí el aroma de fritangas.
¡Hummm
que divinidad!
(Lo
que el hambre te hace desear.)
En un
principio pensé que era de cochino frito o quizás de pollo.
(Lo
que si estaba seguro: ¡Era del hambre que se me había despertado!)
A
nuestro lado, nos tocó una pareja de hombres uno de mediana edad y el otro -aunque podía ser su padre, al parecer no lo
era- el caso es que estaban muy
efusivos y gritones -entre ellos- pero que en algo nos perturbaba.
- ¡Ese
olor me carga loco y con esta hambre que tengo! – Soltó de repente Luis
mientras mirábamos con ansiedad -todos
teníamos hambre- y en eso llega el
hombre con las tres jarras y las tres botellas y en el acto, le pregunta…
-
Amigo… ¿Qué hay para comer?
- Ya
les traigo la carta. – Nos dijo mientras corría a atender a esos dos
borrachitos que ya se estaban poniendo
impertinente.
-
Entre esa musiquita, estos dos de al lado y ese olorcito… ¡Que rico debe ser! –
Pensó en voz alta
Alfonso.
- No
le hagamos caso. – Sugirió Luis haciendo
caso omiso de los dos que nos habían tocado “como vecinos de mesa”
Pero
entre melodía y melodía, se dejaban escuchar con mas y mas intensidad, hasta que
sin querer queriendo comenzamos a ponerles atención…
- A
mí, la mujer mía, ¡me hace caso! – Grito
el de mayor edad.
El
otro lo miraba con esa mirada perdida que tienen los borrachitos.
- Pero
compadre, ¿y no es que a las mujeres “ni con el pétalo de una rosa”?
El
otro se levantó tambaleante ya, y
repitió…
- ¡Ni
con el pétalo de una rosa!
A la
mía yo le doy… ¡Con la mata entera!
Porque
en mi caso: ¡Yo soy el único gallo de ese gallinero!
-
Compadrito…Perdóneme yo sé que usted es de mayor edad…Y le debo respeto…Pero…
-
¿Pero; Que?
- Es
que en un gallinero…Los de “los huevos” no son los gallos: ¡Son las gallinas!
-
¿Qué: Me estas llamando “gallina”? ¿A mí? – En ese momento temí que se fueran a
las manos esos.
La
oportuna llegada del mesonero, los regaño y les dijo que si no guardaban
compostura…Lo sacarían a los dos.
Y
diciéndole en voz baja, nos miró a nosotros.
-
¡Nosotros somos tan clientes, como esos que están allí! – Le respondió el
mayor, mientras trataba de enfocarnos bien con su mirada -al parecer su mundo ya le estaba dando
vueltas- y además nosotros venimos muy
seguido aquí. -
El mas
joven intervino de improviso y apaciguando le dijo al mesonero…
- No
te preocupes, que yo lo tengo controlado. – Y diciendo esto, casi se va se
bruces entre su silla y la mesa, pero el mesonero lo contuvo y volviéndose
hacia donde nos encontrábamos nosotros, le dijo a quién lo retuvo…
-
¡Perdón! ¡Perdón! Me están moviendo el
piso…Algo me está empujando. – Y mirándonos nos dijo…
-
¡Esta ronda va por nosotros!
Nosotros
se las pagamos y perdónennos…Pero es que estamos tratando asuntos “de Estado” –
y agarrándole la toalla (Al mesonero), se lo quito y se enjugo su propia cara.
El
hombre se la arranco de la mano en el acto y lo regaño, y nos hizo señas de que
esa ronda nuestra la iban a pagar esos
dos borrachitos.
Luis
gritaba emocionado, ya que le encantaba lo que estaba presenciando, pero al
verle la cara a Alfonso, me di cuenta que pensaba igual que yo.
Así
que le dije…
- Yo
no sé ustedes. Pero yo: Me tomo esta y me voy.
- Yo
también. – Afirmo Alfonso, a lo que nuestro común amigo nos dijo…
- Yo
estoy cansado de venir a este sitio ¡y
nunca ha pasado nada malo! ¿Y nos vamos a ir por esos dos…? ¡No vale la pena!
Ya los
dos amigos se encontraban en pie, pero Luis insistía en que se quedaran un rato
mas o al menos que hayan comido algo.
Los
dos se quedaron mirando, pero Alfonso finalmente le dijo…
- Una
mas ¿y yo? Me voy. Aunque sea en un
taxis.
- Esto
me está oliendo ya feo. Y no me agrada el tener
que quedarme bebiendo al lado de dos que ya se ven que “ni pueden con su
alma” yo mejor me voy. ¡Vámonos a otro sitio!
no importa que sea mas caro, pero que por lo menos estemos mucho mas
seguros que acá… - No bien se habían levantado Alfonso de su silla, cuando el
mayor de los borrachines, tomando una botella en su mano, le salió al paso y
los amenazo diciéndoles…
- ¡A
mí nadie me llama “borracho” porque aunque sé que ya lo estoy! …Pero nadie viene a despreciarme unos
traguitos… - Su compañero lo agarro en el acto y al suelo fueron a dar en medio
de su rasca.
- ¡Yo
me voy! – Les dije a los dos y salí rápidamente
Alcance
a oírle al mas joven…
-
¡Usted me deja “en ridículo” por andar con su pedantería! – Le reclamo el menor
en medio de su rasca.
No
supe de mas nada.
Corrí
a la caja y pague mi consumo, cuando me percaté de que mis dos amigos me
seguían muy cerca.
-
Vámonos de aquí antes de que nos desgracien la vida… - Sostuvo Alfonso mientras Luis miraba la
escena del desastre que habían provocado esos dos.
Mesas,
sillas y botellas se confundían con esos dos que estaban en estado calamitoso.
…Muchas
veces es mejor salir a tiempo…
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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