“Me lo prometiste”
- Me prometiste que nunca me abandonarías…
- Y no lo estoy haciendo.
- En los hechos: ¡Sí! Y desde que nació
Juan -nuestro hijo- me has echado a un lado.
Ya no estás pendiente de mí.
Llego y te consigo todo el tiempo con
él.
Ya no te levantas a despedirme.
Ya no me recibes.
Llego y la comida no está lista.
La ropa sucia se sigue amontonando.
- Es que Juan, es un bebecito y
requiere mucho de mis cuidados. Tengo
que darle pecho. Casi ni duermo. No me da tiempo de comer. Todo el tiempo estoy
es con él. ¿Y qué mas puedo hacer?
- No lo sé. Lo único es que desde que él
nació, lo has puesto entre los dos. ¿Total?
Ni duermes tú, ni duermo yo.
Ya no me atiendes. Antes vivías encima
de mí…Ahora estás con el bebe.
Mira; en verdad no sé lo que vas a hacer…
¡Pero algo hay que hacer!
Ya no te bañas. Ni te peinas. Ni te
maquillas.
Ya no te veo bonita.
Ya ni me esperas sentadita en la sala.
Te encuentro siempre, pero siempre con
el niño encima. ¿Por qué?
- Es que tú no me quieres entender.
El niño requiere de mis atenciones.
Tú no. Ya eres grandecito como para
prepararte tu mismo desayuno. Tu café. ¿Por qué debo ser yo la que lo hace, ah…?
- Tú eres mi mujer. Y ni en eso te
niegas a atenderme. Todo: ¡Es el bebecito!
¡Estoy de acuerdo!, pues es mi hijo
también…Pero tienes…Debes conseguir la forma o la manera de volver a hacer
conmigo… ¡Como lo eras antes!
¿Es mucho pedirte que vuelva a hacer “mi
mujer”?
¿Es mucho pedirte que te bañes y te
mantengas como antes: Bonita?
¿Será que estoy siendo demasiado “mala gente”
cuando te pido: ¡Por favor...! Quieres volver a ser mi mujer?
La misma que antes que naciera nuestro
hijo, eras muy atenta conmigo. La que me mimabas con tus cositas. La que salía
conmigo al cine…o a dar un paseo. ¿Será que estoy pidiendo mucho?
- ¡Primero está el bebe! Y eso debes
saberlo y entenderlo. Y en cuanto a que sea tu mujer… ¿Cómo podré hacerlo…Ah?
¿No ves mis senos?
Todo el tiempo encima de él. Limpiando
los pañales cagados, orinados. Haciéndole el alimento. Bañándolo. Mimándolo.
Viendo como duerme que parece un angelito. ¿Es que no tienes corazón tú?
- Bueno contratemos una niñera. Alguien
que venga a limpiar la casa. No sé….Hagamos que nuestra vida vuelva a la
normalidad.
- ¿Meter gente extraña a la casa? ¿Para
qué nos roben…? ¡Estás loco!
¡Yo soy lo suficiente mujer para atender
mi propia casa!
Mi hogar. Mi hijo.
La ropa la sigo lavando, acomodando.
¡No necesitamos a mas nadie!
Yo me basto sola para todo. – La señora
no aceptaba ninguna sugerencia. Ciertamente que apenas eran ellos tres y que bueno,
ella se consideraba capacitada para hacerle frente a todo.
El hombre se le quedó mirando. Reconocía
que era una excelente madre. Dedicada. Abnegada. Amorosa con su hijo.
….Pero, y siempre hay un pero cuando se
presentan discusiones. Ella estaba segura de que todo lo estaba haciendo bien.
Y que era cuestión de que él la comprendiera. Y que entendiera que primero
estaba el bebe. Después el bebe.
Y por último…Lo demás.
Él miró todo su entorno. En verdad, poco
le importaba el desorden.
Poco que le importaba que la comida
estuviese hecha. Caviló un rato mientras veía a su mujer como abrazaba a su
hijo, como lo mimaba y fue entonces cuando le murmuró…
- Jamás pensé que mi propio hijo fuera
el que me quitara a mi mujer… - La mujer lo escuchó, pero no le respondió. Mas
bien lo ignoró.
Continuó mimando al niño.
Él se puso su camisa, su pantalón,
recogió las llaves de su carro y salió.
Ella lo ignoró…
©
Bernardo Enrique López Baltodano 2015
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