“Las amigas”
Estaban
dos amigas reunidas, que se querían como
si fuesen hermanas.
Ningún
secreto estaba oculto entre ellas.
Al
dedillo se conocían.
Se
tapaban una a la otra.
Y
sucedió que con el transcurrir de los años, una de ellas queda viuda, y la otra
de una forma u otra, le contaba a su marido que mucho la preocupaba la soledad de
su amiga.
- …Si
por lo menos se consiguiese un hombre bueno, ¡claro! Nunca será como el
finado…Pero que sea de buen corazón.
¡Y que
no le venga a quitar lo que él otro le dejó!
¡Que
le de una nueva casa, y todos los gustos que ella siempre ha tenido!
- ¡Qué
cosas tiene esta vida!
-
¿Qué?
-
Cuando el hombre es rico, entonces debe cobijar a su esposa…Pero si el caso es
contrario…
- ¡Yo
no mantendría a un hombre! ¡Jamás!
-
…Pero un hombre, sí debe mantenerla… ¿Cierto?
- Así lo dispuso Dios.
-
Pobrecito Dios, que a todo le encuentran remedio y lo enredan entre sus faldas
ustedes. –Ella se sonrió, y guardó silencio.
Transcurrieron
varios años, y al esposo siempre le aseguraba que su amiga era una Dama…Nada
“escondido por ahí” tenía y que se
mantenía guardándole el luto debido a su marido ya muerto.
Un
buen día, la esposa a última hora de la tarde, le dijo que esa noche llegaría
su amiga…Con su pretendiente.
- ¿Ya?
¿Al fin se le acabó el luto a tu amiga?
-
¡Mucho a aguantado la pobre, pero ella es una Dama!
- ¿Y a
las “Damas” no les da…?
- ¡No!
Ella es como yo. Ambas somos unas damas.
El
caso es que viene a presentarme “al pretendiente” y voy a aprovechar para averiguar cuales son
“sus intenciones” – El marido se le quedó observando, y ella le interpretó sus
pensamientos.
-
Aunque ya sea una mujer mayor, ella es muy recatada y honrada -como yo- y de eso no deberías meterte ¡ni siquiera a venir a enlodar su reputación!
Que
bastante bien que la ha conservado. – El esposo la observó largamente y notó lo
ofendida que se encontraba.
Analizó
para sus adentros que la mencionada señora
-en vida, su esposo- era muy
altanera con él y en diversas ocasiones le había salido con palabras sumamente
ofensivas, sin tomar en cuenta ni en el sitio en que estaban, ni las personas
que los rodeaban.
Y por
causas inexplicables lo ofendía y lo humillaba, quedando el pobre hombre
callado para no agrandar aún mas el problema suscitado.
No
obstante, previniendo una nueva discusión, prefirió hacerle un rodeo a su
compañera, y comenzó diciéndole…
- Por
lo visto entre ustedes las mujeres, hay una especie de “código de honor” – A lo
que en el acto ella volviéndose a él le replicó…
-
¿”Código de honor”? ¿A qué te refieres con eso?
- A
que entre ustedes mismas se tapan “sus cositas”
-
Explícate, que no te entiendo…
- Me
estás diciendo que entre ustedes dos agarraron a preguntas a ese pobre
cristiano.
-
¡Claro que sí! Y tú mismo sabes que hay muchos zánganos en este mundo, que
creen que como una es mujer sola, se creen que “somos agua bendita”
¡Tú lo
sabes! – No le respondió en el acto.
Pasado
unos segundos, le ripostó…
- Ni
que fuera una señorita. Estoy de acuerdo que el padre de una niña indague las
intenciones del pretendiente…
¿Pero
ella…? ¡Me perdonas tú!
Pero
esa amiga tuya es una gallina ya vieja y
jugada -sin ofenderla a ella- ¡claro está!
- No
sabemos sus intenciones…Además ella siempre fue
¡de su esposo!
- Ella
no es una bebe de brazos. Ya sabe lo que es tener un hombre.
- Ella
es muy inocente. – Esa frase se le quedó rondando en su mente, pero creyó
conveniente no hacérselo notar, para no entrar en una discusión sin sentido.
Pasaron
unos minutos y a la final él le resolvió de esta forma…
- “Lo
que es bueno para la pava…Debe serlo para el pavo también…”
-
Bueno es que yo se lo dije a los dos…
-
¿Qué?
- El
respeto mutuo. Nunca debe faltarse el respeto nunca -lo dije por ella-
-
…Pero no a ella…
- Por
supuesto que no. Ella es mi amiga. Y no le voy a sacar los trapitos sucios ante
un desconocido…Que no sabemos sus intenciones.
- Pero
a él, si que le leíste la cartilla…
-
¡Claro, mi amiga es una Dama!
Y se
merece todo el respeto del mundo.
¡Y tú
no te metas de chismoso!
No le
vayas a decir nunca a ese hombre nada de lo que te estoy confesando. ¿Ok? – El
marido calló.
Vio
que la discusión no tendría solución alguna.
Y
pensó para sí mismo…
(Ojalá
que nosotros los hombres tengamos esa misma “condescendencia”)
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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