“Era una aldea”
En una de esas tardes, en que estaba recorriendo un sector que
después me enteré que era llamado “Campo Médico” en su zona residencial, allá
en el campo de Lagoven, en Punto Fijo edo. Falcón.
Visitaba mis clientes del campo petrolero.
Ya me encontraba cansado y buscaba un sitio en donde poder
descansar.
Y lo que me llamaba poderosamente la atención era que es una zona
residencial, dentro de un campo petrolero y sus viviendas eran inmensas.
Con un patio enorme, y sin cerca.
Pude contemplar que muchos dejaban sus vehículos a un lado de su
casa, yo iba en mi carro a baja velocidad.
¡Cuánta quietud, percibí!
Respiraba con toda mi calma.
Me sentí sumamente relajado y en paz.
En el mismo instante me mimetice con aquella modorra que andaba en
el aire.
Los árboles frondosos se movían por efecto del viento, y lo hacían
hasta con pereza.
¡Qué solaz…Me invitaba a buscar un sector desolado en donde pudiera
estacionarme y…Embeberme en ese sitio!
Recorrí varias calles, hasta que pude distinguir un parque comunal.
Pude ver distintos aparatos metálicos propicios para el bullicio infantil.
¡Ah esto es un edén!
¡Un oasis en medio de ese sol inclemente que impera en esta tierra!
Detuve mi carro. Me bajé.
Aspiré y expiré a todas mis anchas.
¡Qué relajado me sentí!
Busqué una banqueta de las tantas que allí había.
Me senté. Cerré mis ojos.
Y dejé que mi espíritu se explayara en medio de tanta quietud.
De repente, como si “alguien” me lo hubiera dicho en mi oído, fijé
mi atención a un frondoso árbol que estaba posesionado casi en el centro, pero
a un lado de ese hermoso parque.
Abrí todos mis sentidos y me explayé.
Era preciso para mí, la relajación que mi cuerpo estaba sintiendo.
Me aflojé la corbata, que ya sentía que me estaba ahorcando.
Me solté los nudos de mi camisa manga larga y me
la subí, me los acomodé lo mejor que pude…
Y traté de sentirme lo mas liviano que podía.
Puse mi mente en blanco. Comencé a meditar.
A tratar de poner mi mente en blanco, deteniendo toda clase de
pensamientos, para poder captar toda la
inmensidad, que sin duda alguna:
¡Un mundo nuevo se abría ante mí!
Pasaron relajantes minutos.
En donde solo escuchaba el suave forcejeo de esas enormes ramas
producto de los vientos que las movían.
¡Qué suave crujir de esas ramas!
Sus hojas sonaban como una sinfonía de sonidos relajantes.
El canto sonoro de esos pajarillos…
¡Qué relax!
Serían acaso, las tres de la tarde.
No vi una sola persona
-vecinas del sector- que
estuviese disfrutando de esa quietud.
Le exprimí al máximo, celoso de que nunca se acabara.
Es mas estaba hasta dispuesto a dejar de trabajar, con tal de
quedarme en ese éxtasis tan profundo y quieto.
Con los ojos cerrados en que me encontraba -escucho una serie de risitas locas- abrí de inmediato mis ojos ya que asumí que empezaban a llegar los
vecinos del sector.
Vi a mi frente, luego a mis lados. Miré hacia atrás.
Todo seguía igual.
Por lo que intenté re conectarme con esa paz interior que en ese
momento me embargaba.
Transcurrieron mas minutos.
Volví a escuchar mas movimiento.
Eran pequeños que corrían y jugaban entre ellos. Sus risas
infantiles me lo corroboran.
Volví a poner atención -era
un parque- y no era raro que sus
vecinos lo utilizasen, pero yo era un visitante demasiado ocasional -apenas lo estaba descubriendo- y no quería de manera alguna, perturbarles
en nada.
Pero nuevamente pude comprobar que nadie se había acercado.
Posé mi atención al tronco frondoso, amplio y antañón de esa mole
de árbol.
¿Cuántos años tendría?
¿Qué de historias sabrá?
¡Cuántos enamorados habrán jurado su amor allí…? –Pensé mientras lo
detallaba-
…Y me pareció ver gente muy pequeña que salían, brincaban y jugaban
a su alrededor.
Me llamó poderosamente la atención, que poco les importara mi
presencia.
Al parecer, ya se estaban acostumbrando a ello.
La brisa constante y el ruido que producían las hojarascas…Eran
como murmullos de mar.
¡Ah que delicia! ¡Qué solaz!
Surtían un efecto tranquilizador en mí.
Me dejé arrastrar en ello.
Pronto un mundo nuevo se abría ante mí.
Los olores se me agudizaban. La vista se me aclaró.
Y pude ver a esos seres cómo andaban vestidos.
Se me mostraban en sus trajes de juegos.
En un principio creí que eran niños…Pero no.
No solamente había niños, sino que también había jóvenes y gente
adulta.
Lo supe porque algunos de ellos portaban hermosas barbas frondosas.
Hermosas damiselas bailaban y a su alrededor, andaban con sus enamorados.
Contemplé eso. Percibí sus alegrías.
Sus perfumes no me eran ajenos.
Mis ojos se lucraban al contemplar ese mundo tan hermoso y sutil.
Todo era felicidad. Regocijo.
Quedé embelesado contemplando ese paraíso.
No sé cuánto tiempo transcurrió.
Me relajé enormemente.
Mis sentidos estaban conectados en todo cuanto ocurría allí.
Y de repente, como por arte de magia…
Sonó un sonido muy agudo. Lo escuché.
Y vi como todos miraron instintivamente al tronco del inmenso árbol
y en cuestión de…
Un micro instante, todos corrieron azarosos…
…Y abandonaron todos sus juegos…
Desaparecieron como parte de magia.
No vi la puerta de entrada.
Pero allí se permutaron.
Luego imperó la soledad. Los vientos cesaron.
Las ramas se quedaron estáticas.
Instante después todo varió, ya me sentí que estaba invadiendo un
campo hostil.
Un miedo emergió muy dentro de mi ser, que me indicaba que debía partir ¡y rápidamente!
En el acto corrí a mi vehículo, lo encendí y hui a toda carrera.
Cuando hube recorrido varias
cuadras, la paz volvió a mí.
En verdad, no sé qué fue lo que allí pasó, ¿qué fue lo que los
espantó?
No pude ver nada extraño que los hiciese correr a desbandadas.
Pero en el tiempo que allí transcurrí fue un pequeño oasis para mí.
A los pocos días volví.
La nostalgia, me hizo acudir allí.
Y todo lo que pude vivir…Ya no existía.
En el suelo yacían las hojas caídas…
Todo se notaba sucio y abandonado.
No había vida en ello.
Todo era desolado. Triste.
Un ambiente pesado flotaba a su alrededor.
Miedo sentí. No estaba cómodo. Preferí irme.
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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