“En cierta
ocasión…”
Mi padre trabajaba en una hacienda de pollos.
Mas de 5 kilómetros a la redonda poseía la empresa dueña de esa
hacienda.
Albergaba varios millones de pollos de todo tipo.
Unos para engorde. Otros para reproducción y vendía además todos los
huevos no fértiles.
Una empresa de grandes dimensiones, con mas de cuarenta galpones
inmensos.
De ancho poseía uno o dos centenares de metros por otros mas de largo.
Y en cada uno habían colocado cuartones, en donde colocaban sus pollos
como sus gallinas.
Había gallinas rojas, blancas y una infinidad de pollos y como ya te
dije: Unos para carne y otros para reproducción.
El caso es que los dueños de esa empresa contrataron a mi viejo, para
trabajar como administrador y le dieron
dos piezas -dentro de sus
instalaciones- para que hiciera su vida
allí.
Pues bien…Allí fui a parar a vivir con mi viejo.
Diariamente caminaba mas de dos kilómetros para poder salir de allí y
pararme en la calle por dónde transitaba el bus que iba de Zuata a La Victoria,
en el edo. Aragua.
Con un clima súper fabuloso. Todo verdor.
Pues bien, unos amigos de mi progenitor me regalaron un pastor alemán
de unos seis meses.
¡Un tremendo animal! De imponente presencia.
Alto y robusto, con una fuerza bestial.
Me arrastraba fácilmente y eso
que en esa época yo tenía si acaso unos diez y seis a diez y siete años. Era
fuerte. Musculoso. ¡En fin!
Me encantaba ese noble animal.
Su ferocidad. Su arrojo.
Me encantaba que los obreros cuando me veían con ese animal…Se
apartaran unos diez metros o se subieran a un árbol o sencillamente se negaban
a pasar.
El cuidador nocturno se hizo muy amigo mío y de noche me buscaba para
charlar.
Y de tanto y tanto hablar, me contó que como a cinco kilómetros (al
fondo), existía una cascada de río. ¡De agua cristalina y dulce!
Totalmente potable y que él, la tomaba cuando tenía su oportunidad.
Y de repente guardó silencio y haciéndome señas me dijo que no podía
seguirme hablando, puesto que si mi papa se enteraba de que me estaba revelando
ese secreto tan celosamente guardado…Capaz y lo botaba.
- ¿Y cómo te van a botar Anselmo?
- Pero era demasiado cauteloso.
Pero en vista de que había picado mi curiosidad, un día le dije…
- Anselmo, llévanos a mi perro
“pancho” y a mí… ¿Tú crees que pancho domine al león…?
- ¡Caramba eso está por verse!
Este cachorro se ve indómito. Tiene mucho arrojo. No tiene miedo a
nada…Pero el león es un animal salvaje.
Una bestia. Un monstruo…
…Está difícil la cuestión.
Aunque ¡de repente el pancho le
puede hacer una buena pelea!
…Pero ¿quién sabe…? Ese es un
demonio.
Y a mas de uno a liquidado.
Pero pensándomelo mejor…No. Mejor que no.
- ¿Y es muy peligroso…?
- Demasiado. ¡Nadie que lo ha visto…Ha vivido para narrarlo! ¿Yo? No me
atrevo.
- ¿Y a qué hora aparece…Digo en la cascada…?
- Es impredecible. Puede que ahora mismo. Puede que a cualquier hora de
la noche.
O quizás en la mañana. ¡Nadie lo sabe!
- ¿Y podemos ir nosotros tres…?
- ¿Cuándo…?
- Ya.
- ¿Ya? ¿Y el señor…Su papa…?
- …Está descansando. Durmiendo.
Y no creo que se dé cuenta de nuestra ausencia.
- Son cinco kilómetros. Además nos pueden ver alguno de los obreros que
van bajando de sus galpones…Es peligroso.
Y si me ven con usted…Pueden ir con el chisme ante el gerente o a su
papa que es el administrador… - Yo lo contemplé muy nervioso, pero algo en mí
me decía que él estaba presto a hacerlo…
Que ameritaba de “un pequeño empujón”
…Y eso fue lo que hice…
- Mira lo que vamos a hacer…Mi perro pancho y yo nos iremos caminando
como si estuviésemos paseando… ¿Y tú?
Tú te irás mucho mas delante de nosotros.
Digamos que como unos treinta minutos…Así nadie podrá relacionarnos a
nosotros dos. – Él se quedó meditando y al cabo de unos segundos me dijo…
- ¡Ok! ¡Yo me voy ahorita mismo que ya son las cinco de la tarde y el
trayecto es largo!
Procura no mirar hacia dónde yo esté
-aunque iré pendiente de ustedes dos- ¡pero bajo ningún concepto diga
que va conmigo!
¿Está bien?
- ¡Está bien! - Y el vigilante
se levantó sin dilación alguna y arrancó a caminar.
Por mi parte entré a la habitación para cerciorarme de que mi viejo
estuviese “roncando” y cuando ya lo vi que estaba bien rendido. Me quedé unos
minutos mas, como para darle tiempo al tiempo.
Y ya cuando transcurrió el tiempo establecido, abrí la puerta y caminé
hacia el sitio en donde tenía encadenado al can de intimidante presencia. El
cual una vez que me vio acercar comenzó a darme muestra de alegría.
Como pude le cerré el hocico para que no ladrara y con el mayor sigilo,
salí con él.
De inmediato todos los obreros que ya estaban saliendo comenzaron a
correr espantados.
Pasó la camioneta del “encargado” en el cual iba mas de dos docenas de
obreros apretujados unos con otros, para aprovechar esa cola tan oportuna.
Todos nos vieron pasar y nos saludaron efusivamente -aunque extrañados- ya que no era normal verme por esos montes
caminando.
A todos les informé que estaba “caminando” a mí fiera. Y todos
aceptaron mi explicación.
Fui escalando el sendero el cual iba en declive.
Poco a poco, fuimos quedando “mi fiera” y yo.
A los pocos minutos, divisé a lo lejos al “vigilante” que de lejos…Aproximadamente
unos quinientos metros nos estaba observando.
Él se encontraba encaramado en un árbol y desde allí podía divisar como
se estaba desarrollando todo a su alrededor.
Cuando llegamos a él, me informó…
- ¡Ya todos han abandonado la hacienda!
¡Hasta el encargado, ha bajado con obreros!
Ese volverá en unas cuantas horas. Él vive en una loma cerca de acá.
Pero no vamos a pasar cerca, ya que su mujer es capaz que nos vea y le puede
llegar con el chisme. ¡Vámonos por ese sendero! – Me dijo una vez que estuvo
seguro.
- ¡Ok! – Le respondí sin darle ninguna importancia.
- ¿Cuánto falta ya? – Él chequeó nuevamente todo el entorno, el camino.
Los galpones y echó una última mirada a la casa del encargado.
Y después me respondió…Pero sin mirarme…
- ¿Ves esa hondonada?
- ¿Esa que está tupida…A unos doscientos metros…?
- ¡Exactamente por allí nos vamos a ir! – Yo sujeté muy bien la cadena
de mi can y arranqué hacia el sitio indicado.
- ¡Hay que tener muchísimo cuidado! En esos matorrales habitan muchas
culebras. Serpientes. Traga venados. Tres narices. Las serpientes escupidoras…Y
muchas alimañas mas, como los alacranes… ¡Muchos bichos anidan allí!
Existen unas arañas inmensas…Son peludas.
Tienen un venero que mata a un caballo en cuestión de una
hora…Imagínate si te agarrara una de esas bichas. Vete detrás de mí.
Pisa donde yo piso. No toques la vegetación y la que yo toque…Ten
cuidado de tomarla. – Con tantas indicaciones…Me puse un tanto nervioso.
Y ya no era solamente enfrentarnos al temible león…Ahora era una
infinidad y una variedad increíble. Y a pesar de que estaba haciendo un muy
buen tiempo, comencé a temblar.
- Esto no me está gustando. Tengo que cuidar a este bruto, que no cree
en lo que Anselmo me está alertando y una picada de una culebra o de una araña…Lo
podría matarlo en el acto.
Además de a mí mismo. ¡Tengo doble trabajo de atención! Y el Anselmo
era muy ducho en eso de caminar en el monte….Y a mí: ¡Era mi primera vez! Al igual que al pancho.
Caminamos con toda la cautela posible.
Y ya me parecía que me iba a caer una traga venado encima o que me
escupiría una apestosa serpiente.
Cualquiera de la dos, me liquidaría en el acto. Anselmo andaba como a
cien metros adelante y mi fiero canino ya estaba dando muestra de sentirse muy
fastidiado.
Cuando ya hubo salido de esa quebrada…
Se volvió a mirarme y fue cuando descubrió lo distante en que me
encontraba. Pero en vez de regresarse, se quedó a esperarme con la mayor
tranquilidad posible.
Yo pensé que me dejaría descansar
-ya que él si que lo hizo- pero
no, en el acto se irguió y me animó a seguir.
Bueno ya mi compañero de cuatro patas estaba muy cansado. Y no quería
seguir caminando mas y así se lo dije, pero su respuesta fue…
- …Ya falta poco y todavía hay luz de día.
No seas flojo. ¡Camina! – Y se lo tuve que decir al que ya tenía gran
parte de su lengua afuera.
El caso es que seguimos. Y de repente el panorama cambió radicalmente.
Ya no había vegetación tupida. Y en su lugar pude visualizar una gran extensión
de tierra de mar…Grande rocas apiladas en forma desordenada.
Y silencio sepulcral. ¡Por allá lejos se escuchaba el caer de agua!
- ¡Allá está! – Me dijo victorioso. En verdad quedé electrizado. Fue un
cambio total.
¡Qué paz! ¡Qué quietud!
Todo se veía monótono.
Todo armonioso y quieto.
Una suave brisa marina me fue impregnando de agua en la medida en que
me fui acercando.
El amigo Anselmo estaba auscultando el suelo por si veía las huellas de
la bestia…Yo estaba deleitándome con tremendo monumento natural. El frío de la
tarde aunado con esa brisa que portaba agua fría y cristalina me envolvió.
El canino se tiró en el suelo y ya no quiso caminar mas.
Yo lo solté y me dediqué a contemplar toda esa belleza natural…Tan
cercana a mí y que salvo en esta ocasión pude descubrir.
No sé precisar cuánto fue el tiempo transcurrido allí. Pero que ya se
me habían olvidado: Las culebras, las escupidoras, las arañas, ese bendito
león…Todo careció de importancia alguna para mí.
Al rato sentí los jalones que me daba el buen hombre, que se encontraba
asustado y me dijo…
- ¡Por allá se escucha el rugido! – Y fue cuando le puse atención.
Pero para mí…Ese estruendoso rugido seguramente que vendría de lo mas
alto de la montaña…A unos seis o siete kilómetros mas allá…Y que todavía
podíamos quedarnos unos minutos mas…Y que aprovecharía para darme un chapuzón.
- ¡No! ¡Nos vamos y ya! Ese
demonio debe andar demasiado cerca de nosotros…
El caso es que mi pancho…Comenzó a gemir y me imploraba con sus gestos
y sus miradas…
¡Qué debíamos correr! – Y fue lo que realmente me espantó.
¡Corrimos sin mirad atrás en ningún momento!
…No supe cómo. Pero en escasos minutos, me encontraba en frente de mi
casa.
No supe en donde se quedó Anselmo.
Presumo que tomó otro camino.
El caso es que tanto el pancho como yo…
Ya estábamos a buen resguardo.
- ¡Ufff! De la que me salvé… -
Me dije, pero para cuando ya llegamos mi viejo estaba esperándome sentado.
Y me preguntó y le dije: Corriendo con el pancho…Para ejercitarlo.
Se quedó tranquilo.
Esa noche me costó dormirme.
Al despuntar el nuevo día…Al colegio de nuevo.
Y al regresar en la tarde…
Desde el portero…Pasando con los que barrian…Con los obreros de los
galpones…
¡Todos se reían al verme llegar!
-Y ya se me había olvidado el incidente- pero ya todos sabían de mi “aventura” con el
león de las montañas.
…Mi padre doblegó su vigilancia en mí.
Todos gozaban de “mi corrida” de cómo mi pancho y yo…Recorrimos mas de
siete kilómetros en apenas…Minutos.
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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