“En la oscuridad”
Ya era
bien entrada la noche y la pareja matrimonial dormían plácidamente en su
alcoba.
Una
noche por lo demás tranquila y agradable.
Se
habían acostado temprano y todo era normal.
Estaban
muy cansados y producto de esto, cayeron plácidamente en los brazos de Morfeo.
A eso
de la media noche…
De
repente, el señor sintió que algo pesado que se le había abalanzado a sus pies.
Sintió
eso, pero era demasiado su sueño.
Así
que pretendió seguir en su sueño.
Sintió
que lo abrazaban y besaban con mucho amor.
Bien
sabemos que de noche todos los ruidos se magnifican, el caso es que todo
transcurría con la mayor placidez.
Extrañado
y medio dormido, intentó ver ¿qué había interrumpido su agradable sueño? Pero
no pudo visualizar a nadie dentro de la habitación.
Se
acomodó mejor y se dispuso a seguir durmiendo, una vez que ya se hubo
cerciorado, que todo estaba normal.
Y
cuando ya estaba conciliando nuevamente su sueño, escucha una voz infantil, que
de inmediato reconoció: ¡su hijo!
- ¿mi
hijito? ¡No puede ser! – Se despertó asombrado y lo buscó por todas partes.
Con su
timbre infantil, el infante se dirigió a su padre y le dijo…
- ¡Bendición
papi! Papi te quiero mucho. – El hombre se sentó en el acto en la cama (No
entendía todo lo que le estaba pasando, pero puso toda la atención debida.),
vio que su esposa seguía rendida y agudizando su visión le preguntó…
-
Enrique ¿Eres tú?
- Si
papi. Dame tu bendición. ¡Papito te quiero tanto! - Sintió que lo abrazaba con frenesí.
-
¡Dios te bendiga y proteja siempre por esos caminos inexplorados y que la
virgen María te proteja por siempre! – No lo podía divisar, pero sabía que allí
estaba.
Entre
sus dos piernas, aferrado y escondiendo su cabecita.
Al fin
pudo divisarlo, y le miró fijamente a los ojos, y le dijo…
-
¿Estás bien? ¿Te tratan bien? – El niñito comenzó a sollozar quedamente.
- ¡Me
hacen mucha falta ustedes! – Se quejaba mientras se refugiaba en su abrazo.
- ¡Ay
hijito! ¿Cuánto no daría para hacerte feliz?
Intentó
abrazarlo, pero no pudo hacerlo.
-
Papi…Me siento muy solito. Me hacen falta ustedes dos.
- ¡Ay
hijo me partes el alma! ¿Y qué puedo hacer para ayudarte…? – El infante levantó
su cabecita y miró a su madre que aún dormía…
-
Papi, no quiero que sufras mas, pero he venido a informarte que pronto mami se
va.
No te
preocupes. Ya ella ha estado mucho tiempo con contigo…Y me hace mucha falta.
¿Sabes
yo lloro mucho? porque ustedes son imprescindible para mí.
¿No me
has escuchado llorar? – En verdad, en esos momentos quedo, en que todo parece
quieto, se escuchaba allá por la lejanía…Ese llanto, ese quejido quejumbroso de
un pequeñín que desconsolado llora por la ausencia de sus padres y por la
soledad en que se encuentra en lo mas lejano…Imposible de llegar o de ubicar…
Muchas
oraciones por él, lágrimas y sufrimientos por tan lamentable pérdida.
El
padre asintió. En verdad que eso no les dejaba vivir en paz. Y para ser
sincero…A ninguno de ellos.
- Déjame
que se vaya conmigo y ya verás que nunca te vamos a dejar solito. – Le dijo
poniéndole una carita angelical, a la cual era imposible negarse…
- Se viene conmigo. ¿Qué te parece?
¡Ya no
voy a estar mas solito y así podré jugar con ella! – El padre lo observó y
luego miró a su esposa….Seguía dormida.
- ¿Y
yo…? – Su palabra quedó sola, vagando por la inmensidad del absurdo, como si
importancia alguna tendría…Su eco se fue alejando sin pena y sin gloria.
Pensó
en los tantos años que estaba sufriendo por su crío.
Semana
a semana iba a su sitio de descanso y le oraban siempre.
-
¿Cómo que se va? No lo entiendo…
-
Pronto. Muy prontito se viene conmigo.
¡Y así
podré estar feliz! – El padre lo miró mientras sus ojos ya estaban inundados de
lágrimas.
Tocó
el cuerpo de su señora, pero seguía rendida aun.
- ¿Se
van a ir…Los dos…? ¿Y yo…? – No pudo soportar tan nefasta noticia y comenzó a
llorar amargamente.
¿Qué
será de mí vida ahora?
¿Me
tocará ahora a mí…Vagar desconsolado…Sin mi hijo y ahora sin mi esposa?
¿Qué
será de mi vida ahora…?
¿Qué
mal he hecho para merecerme esto…?
La que
fue mi amante compañía por tanto y tantos años…
A la
que conocí siendo una virgen…
A la
que amé con locura…
A la
que nunca me abandonó y todo lo dejó por mí…
Esta
casa ya me está pareciendo gigante.
Y yo.
Estaré solo. Viviré solo.
La
soledad será mi nueva pareja.
¿A
ella he de acudir?
…Será
la que de ahora en adelante oirá mis lamentos…Sentirá mi dolor…Me acompañará en
mis momentos mas amargos…Será…Será…
Esto
muy doloroso y no sabré... ¿qué hacer? – Sin querer rompió a llorar. No se
podía controlar.
Al
irse su esposa, su soledad sería proverbial.
Nefasta.
Amarga.
- ¡No
me dejen solo…NO! ¿Con quién podré hablar? ¿Quién me recibirá?
El niño se incorporó y lo abrazó y le dijo…
- No
te preocupes papi, mami y yo, nunca te vamos a dejar solo. ¡Nunca! – El hombre
lloraba desconsolado.
Al fin
pudo sentir su cuerpo frágil, lo abrazó con toda su ternura y con dificultar
para hablarle le dijo…Por unos instantes disfrutó de tan cálido refugio.
-
¿Cuándo será?
-
Pronto. He venido para acompañarla.
Pero
no debes sentirte solito papi, yo te quiero mucho y jamás los he abandonado.
Y ahora
estaré con mi madre…Estaré mucho mejor. – Los dos estaban en un armonioso y amoroso abrazo.
Y de
repente…El hombre sintió que su hijo se le desvanecía nuevamente…En luz invisible
se transformó
Lo
quiso detener, Contener. Pero fracasó.
Se le
diluyó entre sus dedos.
Fue
testigo de cómo su esposa, se fue irguiendo.
Trató
de agarrarla para que no se le fuera.
Pero
escuchó una voz grave y muy potente que de alguna parte brotó…
-
Déjala ir. Ya te tocará a ti. – Contempló como su esposa al ver a su hijo, se
abrazaron y se besaban continuamente.
Sentado
contempló y como una película silente, su espectador le tocó ser…que el cuerpo
físico de su esposa seguía en la misma posición.
Fue
visible que toda la habitación se encontraba iluminada.
-
¿Y…Yo…? ¿Qué hago…? – Su hijito lo miró
al igual que su madre y fue cuando él le dijo…
- Ya
verás que volveremos por ti.
- ¿Cuándo?
- Eso
no lo sé. – Las dos imágenes se le fueron haciendo borrosas, hasta que la
oscuridad reinante volvió nuevamente a su sitio.
Lloró
amargamente. Abrazó el cuerpo inerme de la que en una época fue su amante
esposa, su compañera, su amiga…
Se
acostó a su lado y en sus pensamientos… Retornó a sus años mozos.
Recordó
cuando la vio por primera vez.
Sonreía
cuando ella lo rechazaba y el, insistía.
Cuando
se casaron. Cuando fueron a su luna de miel.
Cuando
ella le dio la buena noticia de que ella estaba embarazada. Eran tiempos
hermosos.
Esos
recuerdos eran claros y nítidos.
Una a
otra escena se le iban asomando.
Pero
ya hoy, estaba solo. Terriblemente solo.
Trataba
de levantarla…Pero ya no había vida en su cuerpo.
Le
lloró. Suplicó. Hizo promesas Al Altísimo.
Todo
fue en vano.
La
colocó nuevamente en la posición en que se había quedado…Y se acostó a su lado,
y comenzó a hablarle de todos los momentos en que ellos fueron felices…
Se
sentó a llorar y a llorar.
Horas
de horas.
No se
atrevía a abrir la puerta.
No
quiso llamar a nadie. Era su propia desgracia.
Y por
primera vez…
Su
soledad era extensa…
Como
la inmensidad del océano…
Como
los vientos que nunca volverán…
Guardo
su desgracia para él solo.
Pronto
el cuerpo inerme se le fue poniendo rígido.
Y él
igualmente la abrazaba y estrujaba como queriéndose hacerse uno solo con ese cuerpo que ya
empezaba en su etapa de descomposición.
Pero
ese mal olor…Él lo amaba. Lo ansiaba.
Desconsolado
imploró su muerte.
Quiso
desprenderse inútilmente de la vida que Dios le había concedido.
Salió
el sol…Con ello un nuevo día.
Afuera
todo seguía su ritmo natural…
Adentro
en esa habitación…
El
mundo se le detuvo. Todo era fatalidad.
Todo
lo conversaba con ella, no quería
intrusos. Ese era su dolor…De nadie mas…
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015