“¿Me hablaste...?”
- …Sentí que alguien me rozó el brazo… ¿Fuiste tu…?
- ¿Yo? ¿Y cómo si estoy distante de ti de por lo menos tres metros? ¡Ni que fuese el “hombre de plástico”! – Le respondió
Pedro molesto y a la vez extrañado.
- ¡Te juro que me rozaron! – Migdalia le respondió mientras se sobaba su
brazo izquierdo.
Con los ojos brotados miraba de un lado a otro. ¡No lo entendía!
Y claramente su esposo Pedro estaba muy retirado de ella…Pero ¿Y si no fue
él…Quién podría haberlo hecho…?
La duda la obligaba a sentir terror y es ese tipo de temor que te
remueve todo tu interior y te da escalofrío…
¡No lo podía creer! Revisó instintivamente todo el espacio posible de
esa habitación.
…Y no encontró nada ni nuevo, como tampoco extraño.
Se percató de que su marido movía su cabeza en señal de que no le creía.
¡Pero ella estaba muy segura de eso!
¡Y claro que lo sintió! Pero la
evidencia era muy abrumadora. Con la mirada interrogaba a su pareja, pero ya él
se había sumido en la lectura de un libro que recién había adquirido…Y no
despegaba su atención de esa trama.
- ¿Y no vas a hacer nada? – Le espetó muy molesta. Pero su marido lo
único que hizo fue un ademán con sus hombros…
Y continuó en su faena.
- ¡Me rozaron! ¡Me rozaron!
¡Mira cómo se me puso “la carne de gallina”!
Con visible molestia lanzó el libro a su lado derecho, se percató de no
perder la página que estaba leyendo y visiblemente enojado la encaró…
- …Pudo haber sido una corriente de aire… - Trataba de explicarle, pero
vio que su argumento no tenía peso ya que su costilla en el acto le respondió…
- ¿Hay alguna ventana abierta, ah?
¿O la puerta está abierta…?
¡No ves que estamos encerrados en esta habitación!
Imposible que haya ¡“una corriente de aire! ¡No señor! Y si te estoy
diciendo que me rozaron es ¡porque así me lo hicieron!
¡Yo no estoy loca!
- ¿Y qué puedo hacer yo…? – Le respondió muy enojado ya que quería
seguir leyendo su libro y su mujer no se lo permitía.
Caminó de un lado a otro de la habitación. Chequeó cada rincón.
Fue a la ventana y se cercioró de que efectivamente: ¡Estaba
cerrada!
Y pensó para sí mismo…En verdad; no creo que haya una corriente de aire,
como lo presumí en su momento.
Pero si le sigo la corriente…
¡Es que no me va a dejar que siga en lo mío!
Y mientras continuaba en sus deliberaciones…Transcurrieron unos minutos.
El silencio era proverbial.
Y se percató que tanto adentro como afuera…Todo era silencioso.
Se acercó a la ventana y corrió la cortina de tela -que impedía que entrara la luz en su
plenitud- y comprobó que afuera el movimiento vehicular era normal.
…Pero qué extraño…Usualmente se escucha o un frenazo o un pitazo…Pero en
ese preciso instante: ¡Nada! -Tampoco se
lo dijo a ella- para no incrementar su nerviosismo.
- ¡Me acaban de dar una nalgada! – Gritó su fémina y es que en efecto,
ahora si que escuchó el golpe en sí.
Corrió hacia ella y vio cuando ella se levantó su falda…
¡Tenía marcada una mano…Y era grande!
¡Toda esa parte…La tenía roja como un tomate!
- ¿Y qué me vas a decir ahora…? ¡Aquí hay algo…O alguien! – Ante la
carga de la prueba, no le quedó mas remedio que prestarle toda su atención
debida.
Su mujer se le abrazó…
Y él sintió ese “frío de la muerte”
-pero tampoco le dijo nada, en su temor de que le incrementaría a ella
todo su terror- Y prefirió callar.
Pero ya estaba pendiente de todo a su alrededor.
Ya estaba consciente de que lo que estaba ocurriendo…No era nada normal.
¡Y de repente…Se escuchó un atroz y ensordecedor sonido!
- ¿Qué fue eso?
- No lo sé…No te preocupes…
- ¿Qué no me preocupe…? ¡Vámonos corriendo de aquí mismo! - Y jaló a su marido, quién se sometió sin resistencia
alguna. Corrieron a la puerta.
Y cuando ella agarró el pomo…
¡Le quemó su mano!
- ¡Quema! – Le gritó ella mostrándole la palma de su mano con una
extensa quemada.
De inmediato, él agarró un trapo y agarró el mismo pomo…Pero aun a pesar
de eso…Sintió lo extremadamente caliente e instintivamente lo soltó.
Los dos se quedaron allí mismo, presas del pánico. Y sin saber qué
hacer.
Transcurrieron unos minutos, y ninguno de ellos se atrevió a hacer
absolutamente nada.
El aire acondicionado…Dejó de funcionar.
Pronto el calor los hizo sudar.
…Pero no se atrevieron a hacer nada, solo esperar.
Pasaron varios minutos…
Ya la habitación estaba caliente.
…Y como por arte de magia…
¡La puerta se abrió!
Y sin pensárselo mucho por allí salieron los dos…En estampida.
…Una vez afuera…Todo estaba normal.
Incluso sintieron la brisa que los refrescó.
Asombrados los dos, seguían abrazados.
Casi al mismo tiempo, unos vecinos que por allí transitaron, los vieron
demasiado alterados y le preguntaron…
- ¿Qué les pasa…Será que vieron al “diablo en persona!?
¿Están como si hubieran sido “espantados”? ¿Están bien…?
- ¡Sí! ¡Si todo está bien!…Todo bien. – Le respondió ella, ante la
mirada atónita de su marido.
Una vez que se quedaron solos, él le preguntó…
- ¿Y por qué no les dijiste la verdad…?
- Porque nunca nos hubieran creído.
- ¿Y por qué no, ah…?
- ¿Acaso tú me creíste a mí, cuando te lo dije la primera vez…Cuando me
rozaron…Ah? – El marido calló.
- …No quiero que nos acusen de que estamos locos. Además ese es un
problema nuestro…
Qué tú: Mi maridito querido…Debes resolver.
Porque aquí: ¡Tú eres el hombre! – No supo responderle nada…Ya que él
mismo también temblaba.
Y desde afuera…Revisó si su libro seguía allí mismo en dónde lo había
dejado.
…Pero no se atrevió a ir a buscarlo…
© Bernardo
Enrique López Baltodano 2015
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