“Hoy me encontré
con don Carmelo”
Venía caminando por estas asoleadas calles, y viendo a lo lejos pude
contemplar entre las brumas calóricas a un ancianito que se encontraba muy
postrado y en posición muy reflexiva; y esto me llamó la atención puesto que
pensé para mí mismo:
(¿Cómo puede haber
un cristiano postrado y a pleno sol…? ¿Será muy pesada su carga…Aparte de sus muchos años…Pero qué le pasará…?)
...Y me fui acercando y cuando ya estaba a
unos cien metros lo pude identificar era…Don Carmelo…
Portaba su sombrerito a “media asta” –ladeado de su lado derecho- y a
través de sus espejuelos noté que su mirada era turbia. Oscilaba de un lado a
otro.
Con sigilo me le fui acercando, y cuando él se percató de mi presencia…
Se irguió a todo lo alto de su pequeña estatura.
Sacó su roído y ya sucio pañuelito de su bolsillo trasero, se lo pasó por
su –muy- sudada cara, y una vez que se hubo secado todo…Me saludó efusivamente…
- ¿Qué tal? ¿Cómo la estás pasando con tanta escasez…?
Nos falta…Arroz – Café – Aceite de comer – Harina Pan –para poder comer
nuestras arepas- Mantequilla – Leche - ¡De toda vaina!
…Y para colmo ahora nos está escaseando también…La luz y lo ¡último: Agua!
…Y nos sobra… ¡Balas! ¡Policías y Asesinos!
¿Te has dado cuenta de todo esto? – Y me miró con esa mirada que tienen
los ancianos cuando todas las puertas se le van cerrando una a otra y no
consiguen que actitud asumir. Me quedé sin poder responderle y de repente
continuó así…
- ¡Colas para poder entrar a un supermercado…Cola para pagar…Para salir!
¡Todo es cola! ¿Y si vas a una farmacia? ¡No hay! ¡No hay!
De eso si que hay: ¡No hay!
¿Y qué podemos hacer nosotros…En este pueblo…?
Y diciéndome esto, comenzó a caminar sin rumbo fijo. Me tocó visualizar a
ese añejo roble, caminando con paso vacilante. Y a los pocos minutos…Desapareció…
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