- ¡No! -
Intervino Dago fuertemente. –Sí tira. El cuadrúpedo se espanta.
"Monterías"
- ¡Tranquilos muchachones! - Les informé a los camaradas.
- ¿Por qué? ¡Lo tengo en la mira! - Sostuvo
Abraham.
- ¡Yo me lo tiro! - Afirmó Nemesio.
- Quieto Nemesio. Quieto. – Le susurré lo más
quedo posible. Debía reconocerlo, Que tenía razón. ¿Imagínense?
Si el melenudo escucha el tiro. Se nos huye…
¿Y cuándo lo podremos agarrar?”
- ¿Y qué hizo Nemesio? - Inquirió Saulo.
- “Maldijo al indio, al puma, al venado y a todo
cuanto se le atravesaba.
Pero no le quedó más remedio que bajar su rifle.
Juntos contemplamos, varios pares de ojos.
Parecían estar pendientes de nosotros. Cómo poder saber. ¿Bestias o caza?”
- Y qué eran esos ojos… - Pregunté tímidamente.
- “Una manada de venados. ¡Eso fue los que nos
aseguró el guía!
¿Y yo qué podía decir? ¡Absolutamente nada!
Estaban pastando a escasos cincuenta metros. Nos
miraban y cuando se percataron de nuestra presencia, se espantaron.
Allí nos quedamos embobados, tremenda cacería
hubiese sido.
¡Pero ni modo!
Fuimos por los de la melena y debíamos regresar
al menos con uno (¡Aunque sea con una peluca! ¿Qué más podíamos hacer…?) Y
si podíamos llevar unos venaditos, aparte, claro ¡Bienvenidos!”
- ¿Y por qué no los ejecutaron?
- “En primer lugar: ¿Nos convocaron para darle
muerte a quién? ¿A quién?
Y si después de esto, podíamos llevarnos todo lo
que estuviese en nuestro camino. ¡Lo que cayera! Esa fue la orden recibida antes de empezar.
El caso es que en cuestión de segundos, producto
de la huida de los venaditos, se formó un jolgorio.
¡Qué escándalo tan grande!
¡Qué algarabía, qué baraúnda tan loca y
frenética!
¡Hasta yo mismo me quedé petrificado ante todo
esto! ¿Se imaginan?
- ¿Y qué pasó? Unos monos aulladores, comenzaron
con su escándalo. Una multitud de bullicio,
de todo género. De lo que se puedan imaginar.
Esperamos por un buen rato.
Loros, pericos, conejos; Monos de todos los
tipos.
Hasta los mudos gritaban y chillaban.
¡Ojalá ése no los hubiera escuchado!”
- Eso lo pensé yo. – Aseguró Solís a punto de un
colapso nervioso.
- ¿Cómo que no? ¡Se escuchan a kilómetros!
- Informó Saulo.
El relator, volvió en su carga analítica.
Cambiaba de tono de voz, gesticulando para darle la trama requerida y:
- “¡Es
cierto! Así que esperamos a que esos aulladores, se calmaran. A que todo
volviera a su normalidad. Nuestro guía me tocó con la punta de una vara.
Entendí que me indicaba que ya podíamos seguir.
Les susurré a los muchachones.
Lentamente, continuamos nuestro ascenso a esa
montaña.
Muy lento, muy quedo y como ya les dije.
En completo silencio y de luz. Veíamos
constantemente ojos.
Acusadores. Escrutadores.
Desconfiados. Desafiantes.
Sentía que nos vigilaban. Aquí entre nosotros:
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