“Borrascas”

(¡Ay vida para que duraras! Resulta que de un inocente viaje, me estoy encontrando en misterios milenarios.
…Monstruos milenarios…Hombre tea…Espíritus burlones…
…Todo un zoo escatológico… Tenebroso…
¿Y a cuántos mas le estará ocurriendo esto…? 
…Y me he metido en tremendo berenjenal…
¡Dios quiera que logremos salir bien de todo este rollo!)
Algo en su ser interior, lo jalaba hacía esos confines inexpugnables y misteriosos.
Pero conscientemente, sentía el peor de todos los rechazos.
Era mas bien “incertidumbre” lo que lo acosaba y no lo dejaba en paz. 
En ese intervalo, volvió la intensidad acuosa. Nuevamente el cielo se volvió negro.
Casi sin visibilidad alguna.
Todo estaba casi congelado.
Adentro comenzaban a titiritar.
No traían abrigo, ni jamás pensaron que se desatara esa helada tan sorpresiva.
Escucharon unos sonidos grotescos.
Parecían urracas, pero con mayor intensidad.
Chequeó por todos lados.
Nada.
Ni aves, ni animales.
Nuevamente la temperatura bajó hasta niveles inconcebibles.
Hasta llegaron a creerse que seguramente nevaría.
¿Pero caer nieve, en un sitio caluroso?
No se atrevían a salir.
A pesar de todo, consideraban que estaban dándose calor unos a otros.
Transcurrió otro lapso de tiempo, muy largo por cierto.
Nuevamente, los volvieron a la realidad, unos golpecitos a la puerta.
Se asomaron y era el mismo joven que los auxilió.
- ¿Qué pasó, conseguiste a la gente?
- No, que va. Y mire que los he buscado por todas partes.
- Ya van a ser las tres de la tarde.
Estoy muy preocupado, ya llevamos casi cuatro horas aquí mismo accidentado.
¿No habrá una grúa que nos pueda auxiliar por aquí? – Apostilló Felipe ya angustiado.
- ¡El mecánico que ando buscando, tiene una grúa y él podrá sacarlos de aquí!
- ¿Pero en dónde está? – Le preguntó María.
- No lo he podido conseguir. Pero ya vengo…
- Pero… - María intentó seguirle hablando.
- ¡Ya vengo! Ya sé en dónde lo podré encontrar. – Y sin decir nada más, desapareció.
- ¿Y cómo cuándo volverá, amor? – Le preguntó María, al ver que desapareció de una forma casi instantánea
- Esto está muy helado. Tendremos que salir de aquí.
Entre tanta agua y este frío que me cala en los huesos. – Les aconsejó ella.
Hicieron calistenia alrededor de su coche.
El silencio era acuciante. Atormentador.
- ¡Papi…Estoy muy asustado! ¡Vamonos de aquí!
- ¡Sí papi! – Salió en su apoyo Esperanza. - ¡Tengo mucho miedo!
- No nos podemos ir, hasta que no arreglemos el problema de ese caucho.
No podemos hacer más nada. – No estaba del todo convencido el señor de la familia.
- Tranquilicémonos muchachos, hagámosle caso a papi, vamos adentro. – Les dijo su mamá, no muy creída aún, pero consciente de que pronto tendrían que hacer algo y rápido, ya que pronto les caería la tarde y luego la noche.
Y la pernocta en ese sitio, tan alejado de todos.
Glacial y extremadamente extraño.
No, pronto tendrían que abandonar ese sitio y buscar refugio o en un hotel o regresar en grúa.
Así que con esta idea en mente, decidieron esperar.
No estaban muy convencidos, pero cuando más se desesperaban, era cuando caía con intensidad un chubasco, obligándolos a quedarse quietos en la espera de que acampe y salir a ver, que podían hacer.
- ¡Ustedes no se pueden quedar por aquí! – Escucharon una voz fuerte, miraron hacia donde creyeron escuchar, pero no encontraron a nadie.
- ¿Oíste lo que yo oí? – Preguntó María a su marido. 
- ¡Claro y fuerte! ¿Pero quién sería? – Silencio.
Nadie apareció.
¿Habrá sido un pensamiento?
- ¡Era la voz de un señor! – Gritó Esperanza, con los ojos desorbitados.
- ¿Y ahora qué? – Se preguntó el hombre de familia.
Miraba por todos lados, se bajó.
Chequeó por todos lados y nada.
Se quedó contemplando nuevamente la montaña, esa majestuosidad lo obnubilaba.
Se quedó ensimismado, cuando de repente escuchó a los suyos que le gritaban desaforados:
- ¡Métete papi, allí vienen unos lobos! – Asombrado escuchó una jauría que venían a atacarlo a escasos metros, corrió y logró meterse a tiempo.
Cerró su puerta y escuchó como varios de esas bestias chocaron con fuerza, sobre la lata.
- ¿Pero, qué es esto? – No cabía en su asombro.
Una verdadera manada de fieros canes, gigantes y fuertes.
Botaban baba por sus fauces.
Mordían con furia todo.
- ¿De dónde habrán salido? – Se preguntaba la madre.
El ataque duró escasos minutos.
Y así como empezó, desapareció.
Sin dejar huellas.
Sencillamente, ya no estaban.
El silencio por respuesta.
Lógicamente la señora, no le permitía a los suyos a salir de allí.
De repente, cesó el clima húmedo y en su lugar resplandeció un sol brillante, fuerte y poderoso. Aún así, ninguno se atrevió a salir de esa comodidad.
Nuevamente, escucharon:
- ¡Aprovechen ahora y váyanse, que aún están a tiempo! – Miraron hacia todos lados.
Nada. No consiguieron al autor de esa advertencia.
Y en eso estaban, cuando el hijo logró visualizar al ciclista y así se los dijo a sus progenitores.
En esta ocasión, el jefe familiar, salió y lo esperó.
- ¿Qué ha pasado amigo?
- ¡Ya, ya los conseguí! Ya vienen en camino.
- ¿Pero quién va a venir?
- El mecánico y su ayudante. – Le respondió muy resueltamente.
- ¿Vienen con la grúa? – Preguntó la señora muy preocupada.
- Así me dijeron. Ya vienen. Mire, les traje esto de comida. ¿Tienen hambre?
Fue en ese momento en que se percataron de que estaban hambrientos, no habían podido comer nada, con tanto percance.
La doña aceptó el ofrecimiento.
Tomó la bolsa y comenzó a repartir entre sus hijos.
- ¿Tardarán mucho? A propósito: ¿Cuánto te estoy debiendo amigo mío?
- ¡Nada señor, nada!
- Pero…Es que te has tomado la molestia de atendernos.
¡El único de toda esta comarca, que nos ha dado la mano! Quiero recompensarte…
- ¡No señor, me ofende usted! Nosotros por aquí ayudamos sin ninguna intención a todo aquel que lo necesite. ¡Por favor, no faltaba más! – Y diciendo esto, salió a toda velocidad.
Sin darle ningún chance de que lo detuvieran.
Nuevamente estaban ellos cuatro, solos en esa inmensidad.
- Es extraño. – Le dijo preocupado.
- Seguramente que son así. La verdad, es que ha sido el único que nos ha ayudado.
¿Te imaginas cómo hubiese sido sin su ayuda?
- ¡Horrible! Ya este sitio, me está dando mala espina. Estoy desesperado por salir. Ojala lleguen estos mecánicos con su grúa.
- ¿Nos llevarán hasta la casa? Estamos muy lejos. ¿Cómo a cuatro horas, verdad?
- Sí, muy lejos. Ya veremos, quiera Dios que hoy podamos dormir en nuestras camas y salgamos de esta pesadilla.
- Esperemos. Ya no deben tardar en venir. – Aconsejó la madre, convencida.
- Ya son… ¡Cuatro y cuarenta y cinco minutos de la tarde! Ya hemos estados desde las once de la mañana. ¿Cierto? – Dijo como aclarando todo, el señor.
- Ya saldremos pronto de todo esto. – Le ratificaba su señora.
Con la esperanza de que pronto vendrían en su auxilio, se quedaron más tranquilos.
Ya el clima estaba cálido. Y de la manera más natural, observaron una enorme culebra, inmensamente grande y poderosa, de proporciones gigantescas.
Les pasó como a dos metros, atravesó con toda su tranquilidad.
La autopista tiene tres canales por vía, siendo de dos, tendría seis canales en total.
Y aún así, la extensión de ese reptil era muy superior.
Nada ni nadie, perturbó  al ofidio.
Su cabeza mediría más de medio metro, tanto de ancho como de altura.
- ¡Tranquilamente se podría tragar a una vaca! – Pensó en voz alta, el asombrado espectador.
Y así lo dijo, una vez de que se cercioró de que ya se había ido.
- ¡Virgen Santísima, protégenos!- Alcanzó a exclamar ella, aferrándose a sus dos hijos.
- ¿Esto qué es, La Dimensión Desconocida? ¡Tan solo nos falta que aparezcan murciélagos del tamaño de una nube!
O qué comiencen a aparecer ¡Dragones alados o dinosaurios! ¿En dónde hemos venido a caer?
- ¿Pero no chequearon todo en el taller, antes de venirnos? – Preguntó fuera de sí, la doña, sin entender qué era lo que estaba fallando.
- Bueno, tú misma fuiste testigo: Este perol, fue revisado de mecánica, de electricidad, de las luces, de los frenos, de la dirección. ¡De todo!
Una semana entera en ese bendito taller, lo revisaron, lo chequearon de todo.
¿Y entonces?

¿Cómo diantre se le salió esa rueda? 

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