Bernardo Enrique López Baltodano -belbaltodano-
“Corto en relatos”
“Pero
¿qué le puedo decir?”
Hay momentos en la vida en que uno como
padre o madre…Queda relegado a un tercer o cuarto nivel…
¿Qué puedo hacer yo ahora…?
- ¿Qué podré hacer
ahora…? Antes cuando era un niño yo podía dirigir su vida…Pero ya es un adulto.
Me escucha. Pero
¡hasta ahí!
Se niega a seguir mis
directrices. Alega que ya mi tiempo ha pasado. – Esta madre ha comenzado a
narrarme su actual condición con su hijo mayor.
Ya él es un hombre. Casado
y padre de dos criaturas.
Siempre se ha
destacado por su perseverancia en su trabajo. Consecuente con su esposa e
hijos.
Pero…Y ¡siempre ha de existir esto! En esta precisa
situación él por razones de trabajo se encuentra en el exterior. No piensa volver.
Alega que la situación se le ha mejorado lo suficiente, como para tomar su
decisión de quedarse. De afincarse por esos lares.
Su esposa no piensa
igual. Ella insiste en que no es necesario partir. Acepta que él esté laborando
por allá.
Pero que ya es tiempo
de que vuelva. Han pasado a la sazón dos larguísimos años.
- Mi nuera, está muy
molesta. Y como mujer, la entiendo. Porque ¿qué hace mi hijo alejado tanto
tiempo por esa nación?
¿Acaso no siente que
le hace mucha falta a sus hijos…?
Su hija mayor ya es
una señorita y el menorcito, ya está dando muestra de mucho inconformismo.
¡Está que les cae a
golpes a todos! ¡Muy rebelde está!
Le hace mucha falta su
progenitor. Se encuentra desorientado. – Contemplé la angustia que sentía esta
madre, ante la ausencia tan prolongada de su hijo.
- Me angustia. Me
siento inhibida. Amarrada a una estaca. Y ya no tengo con él el poder que antes
tenía.
…Y así al parecer son
las cosas. Mientras son apenas unos críos, te los puedes llevar a donde tú
mismo vayas. Pero cuando ya son grandes, se independizan tuyo. Y ya quedas
como: Un jarrón chino.
- ¿Pero ya hablaste
con tu hijo? – Le hice la pregunta necia…Puesto que ya me está diciendo que él
no le acepta mas su intercepción. Esa dama me miró con ojos muy tristes y casi
me dio la impresión de que arrancaría a llorar. Pero se contuvo a tiempo.
Se pasó un paño que
mantenía entre sus manos.
Por espacio de unos
instantes, se cubrió toda su cara, la acumulación de sus años vividos, lo pude
ver en sus manos. Ya arrugadas por el paso del tiempo.
Suspiró largo y
tendido.
Y con un movimiento
inexacto me quiso mostrar su total impotencia. Le entendí en el acto.
Y es que esta matrona
tiene toda la razón, nosotros como padres no nos despedimos nunca de nuestros
hijos. Podremos separarnos de nuestras parejas, pero nunca de un hijo. Máxime
éste, que siempre ha sido un modelo de rectitud.
Pero es que también
las parejas, al llegar a un cénit, comienzan a distanciarse. Como cuando se
acaba el amor. Que al parecer…Dura poco.
O como en algunos
casos…Que se pierde por la lontananza. Y el paso de los años, no le hace mella.
…Pero no es en todos
los casos. Y en este en lo particular…Ya se le ve un desgaste.
- ¡Son cosas de esta
vida! En mi caso, mi primer matrimonio me duró unos veinte y dos años, luego
llegó el desgaste. Y nos tuvimos que separar.
En este llevo ya unos
doce años. Y seguimos guapeando. Pero no es fácil.
Es la unión de dos
mundos. Además de que venimos de familias distintas, se aúna a ello el que uno
es varón y la otra una hembra. Dos visiones.
Dos costumbres que en
ocasiones son antagónicas.
Es duro, muy duro. –
En su rostro se le dibujaba el paso de sus muchos años.
Tiempo vivido,
transcurrido entre tantos mundos.
Me alejé de ella,
cuando la vi muy ensimismada en su drama. Al contemplarla pude divisar esa
extraña dicotomía…Un hombre y una mujer. Tan parecidos físicamente y a la
vez…Tan distantes.
Uno tiene la fuerza de
engendrar una vida y ella, la que recibe y da la vida. La encuba y la saca a la
luz de este mundo tan extraño e enigmático.
© Bernardo Enrique López Baltodano 2016
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